BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

La llamada del Papa

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DICEN que Bergoglio llamó a Milei, cuando la victoria, en plan felicitarlo, o así: de argentino a argentino. Es parte de la intrahistoria de esta elección, que ha saturado medios y provocado un torrente de opiniones, y eso es mucho decir en Argentina, me perdonen, donde son proclives a los párrafos enormes, donde el lenguaje se convierte a menudo en una pirotecnia extraordinaria, que ha dado literatura excelsa y también prolijos habladores. 

El Papa, anciano ya, con algunos achaques, se sigue moviendo en un tiempo turbulento como pocos, en medio de todos estos equilibrios casi imposibles a los que nos lleva la actualidad. Pero los que defienden su toque moderno, temen que su desaparición provoque un giro en el cónclave, y que los efectos de esa renovación, aún limitada, pero en marcha, se puedan perder si los derroteros futuros son los opuestos. Pero, nunca mejor dicho, la doctrina quedará: la doctrina política, humana, social, o como quieran llamarla. 

Por eso el telefonazo del Papa a Milei tiene su miga. Revelada la charla por el nuevo líder argentino, tiene algo de reconocimiento para el pontífice, que no duda en dar un llamado al que le había criticado severamente. Milei, que dijo aquello de “representante del maligno en la tierra” (en el populismo, los calificativos grandes, anden o no anden), lo cual responde a su gusto por lo extremado, se pliega ante el gesto que viene desde Roma, baja decibelios, asegura que el Papa es lo más que Argentina ha tenido en mucho tiempo y que de lo dicho nada, o poco. Una cosa es la campaña, territorio comanche, y otra es lo que impone pisar la moqueta de palacio. 

Quizás es eso que harías si te llamara Messi o, en su tiempo, Maradona, dioses a su manera, tan divinos, dicho sea sin faltar, después de haberlos puesto a caldo por lo que sea. El supuesto maligno llama a Milei, y él responde, porque, habrá pensado quizás, desde el poder hay que poner siempre una vela a Dios y otra al diablo. Milei es el ejemplo perfecto del político bocón que deviene, quizás no en manso cordero súbito, pero sí en despotricante amaestrado, amoldándose al cargo y a los consejeros áulicos.

Se aprende a gran velocidad, o sea, a pesar de venir de un discurso incendiario e irrefrenable, quizás porque los apoyos necesarios le han doblado la mano, o la lengua, o las dos cosas. Muchos asisten a la transfiguración de Milei, preguntándose cuál es más verdadero, el domado por la gloria recibida, el que ya anuda la lengua, o aquel que se enfrentaba a los atriles como Atila, el que consideraba que mejor enviarlo todo al fuego o al carajo, empezar de cero, o de más abajo, que ya estaba él como nuevo arquitecto de la nación, el nuevo mesías inesperado, el salvador tapado. 

Es muy posible que Milei, aterrizado, haya aprendido que el gradualismo (lo citaba a todas horas, con horror) no es otra representación del diablo. No se reforma un país en dos tardes, y mucho menos en dos discursos alterados. La llamada del Papa fue, quizás, un puro gesto de cortesía, sin mayor secreto, sin frases de consejo o discrepancia, pura diplomacia terrenal, en una palabra. Pero en estas cosas no se da puntada sin hilo. 

Las señales de Bergoglio subrayan su carácter transformador, sus opiniones críticas con respecto al ascenso global de la extrema derecha, y, si en algo hay que buscar un choque dialéctico con el nuevo argentino, ahí está la expresión “justicia social”. Lo demoniaco, lo infernal, estaba en el Milei de la campaña, el radical sin demora ni freno, en la ayuda del estado, que, en su opinión, se parecía demasiado a un comunismo inaceptable, hasta el punto de equiparar justicia social con robo. Nada menos. Eso en un país que cuenta con un número importante de ciudadanos que dependen, precisamente, de las ayudas estatales. Nadie sabe lo que el “comunista” Bergoglio le dijo al presidente en esos ocho minutos de conversación... Pero la llamada del Papa queda como un inesperado acto inaugural del tiempo de Milei. Puede que como un recordatorio del peligro que tienen los mesías de la política.