OPINIÓN
El que no avanza, retrocede
Tal como ahora, corrían los primeros días de enero. Estábamos incorporados de nuevo a las aulas universitarias, aunque entonces los exámenes comenzaban más cerca de febrero. Podíamos disfrutar del gran regalo que nos habían dejado los magos de Oriente; no eran juegos, ni tebeos: eran decenas o docenas de discos, libros y partituras que nos traían del extranjero. ¡Cómo disfrutábamos de todo aquello!
Y es que enero siempre tenía el aliciente de lo nuevo, del estreno verdadero. No de lo que ahora se parece más al trapicheo que nos traemos. Mucho reno y camello en diciembre para después acabar parte de la mercancía devuelta en poco tiempo, o tirada por el suelo.
Ni a grandes ni a pequeños preocupaba el uso de los móviles, ni en clase ni en el recreo. Un problema -o varios superpuestos- menos. Los ordenadores se usaban en las facultades solo como útil y preciado instrumento. Quizás no en todas ellas, pero sí en las de musicología de Oviedo.
Los Mac -los «Macinstosh»- celebran cuarenta años de lanzamiento el 24 de enero. Nosotros éramos casi pioneros. En el ’87 -o puede que un poco antes- ya teníamos uno de ellos. La llegada fue todo un acontecimiento. Aquel Apple blanco de fácil manejo era todo un descubrimiento para quien nada entendía de electrónica ni informática en aquel tiempo, por mucho que fuese nuestro empeño.
Ese ordenador almacenaba cientos de datos de los buenos gracias al portentoso programa ‘FileMaker’. Pasaríamos días enteros introduciéndolos. Pero lo más novedoso fue comprobar que le iba el canturreo. Con un ‘Finale’ de aquellos primeros que salieron copiábamos música romántica y del medievo. Le dábamos al ‘play’ luego y ¡hete ahí que sonaba que daba miedo! Sonidos enlatados, planos, feos, pero los oíamos al menos. La emoción nos embargaba o puede que fuese puro desconcierto. Los silenciábamos y seguíamos con el tecleteo.
También en 2024 se cumplen cuarenta años de la aprobación del Plan de Estudios de la especialidad de Musicología de la Universidad de Oviedo. Fue un recorrido lento, lleno de enredos y muchos ‘peros’. Llegados al trecho final, así lo narra Emilio Casares, uno de sus promotores y principales valedores: «Cuando ya teníamos casi convencido a un Director General de Universidades, venía Felipe González y cambiaba el gobierno, se nombraba a un nuevo Director General y vuelta a empezar. Hicimos más de 15 viajes a Madrid, pagados por nosotros claro, y cuando en 1984 llegó a ese cargo Emilio Lamo de Espinosa, al que a la sazón le gustaba la música, fuimos a verle en un caluroso mes de julio y al ser yo el presidente, me tocó echarle el rollo de siempre, de lo que había en Europa y al minuto me paró y me dijo: “Casares, ya he visto ese medio metro de papeles que has ido dejando aquí en estos 10 últimos años y los he estudiado, vamos a aprobar la especialidad de Musicología este año”. Entonces, yo, sin inmutarme, le dije: “¿Nos puede dejar un minuto de silencio para contemplar esta noticia?»
Casares con estupor avanza: «Yo estoy muy contento con lo que se ha hecho; pero queda tanto por hacer que da miedo verlo». Es un hecho: sinsabores que han sido de provecho en un proceso en el que cabe retroceso. ¿Dependerá del gobierno? Pienso que también algo cómplices seremos si nada hacemos.
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