BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Con Máxim Huerta, olímpicamente

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DE MÁXIM HUERTA, ahora Máximo Huerta, siempre me acuerdo del día en el que le hicieron ministro. Yo estaba allí, es decir, aquí. Bueno, más o menos. Tenía una entrevista con él en Compostela, y él, sabiéndose nombrado, capeó el temporal de las preguntas sobre su novela, cuando seguro que tenía la mente en otra parte. Incluso me permití hacerle algunas observaciones sobre la cultura en España, sin saber, ay, que estaba asesorando a un ministro. Horas después se anunció el nombramiento, que devino en Ministerio de Cultura y Deportes, si bien un ministerio breve, como es sabido. (Tuvo tiempo de ir en representación institucional al Roland Garros, y eso, para alguien que ama París como él, tuvo que ser una alegría).

He contado esto alguna vez (seguro que todos los que lo entrevistamos aquel día nos sorprendimos a las pocas horas, cuando se desveló el misterio: o sea, el ministerio). Pero yo soy de los que creen que lo hubiera hecho muy bien. No todos los ministros son del ramo correspondiente, ya lo saben de sobra. Algunos van aprendiendo sobre la marcha, porque el movimiento se demuestra andando, y otros, pues no sé, estarán allí porque les ha tocado estar, aunque quizás hubieran preferido otra cartera, de estar disponible. Máxim, como yo le digo, es alguien apasionado por la cosa literaria y artística, y por los libros, directamente (no siempre libros y literatura son lo mismo, dice Julio Llamazares). Fruto de esa pasión, Máxim ha abierto no hace muchos meses una librería en Buñol, uno de sus grandes sueños. 

Así que ahora, ya fuera de la política (si el ser humano puede dejar de ser un animal político, aristotélicamente hablando), Huerta se ha volcado de nuevo en la literatura, más incluso que en sus trabajos para la televisión, y ha regresado, sin haberse ido nunca, a su querido París. La capital francesa es una constante en su literatura, una obsesión, un encantamiento. Y así volvemos a aquella tienda de moda y a los felices años 20, aunque sólo sea para recordar los días en los que París era una fiesta. Y a personajes que él ama (y que otros muchos aman también), como Alice Humbert. En ‘París despertaba tarde’ (Planeta), Máxim (Máximo, de acuerdo) regresa al territorio de los modernos, “donde querría viajar”, me dice, “si tuviera una máquina del tiempo”. “No para quedarme, sino para disfrutar de todo aquello”.

Aquello fue la revolución. París epicentro de un terremoto social y cultural. Una fiesta, una locura desatada, entre el abrazo fatal de las guerras. 1924 y los Juegos Olímpicos. Máxim tenía pensado hablar de ese florecimiento deportivo (“que no fue sólo deportivo: hubo un lugar en los Juegos para las artes, para la literatura o la arquitectura”, señala), justo en el año en el que los Juegos Olímpicos vuelven a París. Fue aquel el año de la despedida del Barón de Coubertin. El año de Johnny Weissmuller. El año de tantas cosas. Y aquí estamos, en medio de este nuevo mundo torrencial, con Alice Humbert y sus amores, y con Kiki de Montparnasse, y su energía inagotable, y su relación con Man Ray… Una pléyade de personajes reales o casi reales circula por esta ciudad en ebullición. El arte por el arte. Joyce publicando ‘Ulises’ en Shakespeare and Company con Sylvia Beach, sólo dos años antes. Y Monet. Y Citroën, “el Henry Ford francés”, que patrocinaba expediciones exóticas. Y Miller, y Kisling, y Modigliani prematuramente muerto. Sí, querríamos volver al café Le Dôme, a aquellos días de Le Dôme.

¿Qué nos quedará de aquel París que ahora se renueva olímpicamente? “La memoria, la necesidad de no arrepentirse, de vivir más y más, siempre…”, me dice Máxim. Y es cierto: porque París no se acaba nunca.