BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

18-F, minuto y resultado

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DE VEZ EN CUANDO hay que volver a Larra, que nos conocía bien. Aquello de que en España todo el año es Carnaval. Las revistas satíricas, como El pobrecito hablador, han hecho mucho bien a la sociedad, han contribuido a airear lo cerrado, han servido para liberar la tensión, pero en los tiempos contemporáneos la sátira está mal vista, salvo, quizás, en estos días locos de febrero. Carnaval, festiva amalgama de paganismos salvadores, teñido de la gozosa ruptura del orden consuetudinario, máscara de la risa del pueblo.

Ha querido la casualidad, o más bien la estrategia, que estas nuestras elecciones autonómicas se celebren bajo el influjo carnavalesco, y algunos candidatos han aprovechado el momentazo, conscientes de lo mucho que aquí se practica este costumbrismo de raíces complejas, cruzándose en el aire con la exaltación del cocido, gloria de los dioses, fiesta de la carne sobre la carne, olvido de los rigores de la templanza, lo que invitaría, ay, a romper con los miedos de la corrección política, tantas veces castradora. Y, paradójicamente, a la bajada de las máscaras impostadas tras los atriles. 

Si la tradición marca un largo río tranquilo para los Populares, escaño arriba, escaño abajo, en esta ocasión no se dirá que las cañas se han tornado lanzas, aunque casi. Rueda quiere dar la figura de heredero aseado del ‘feijooísmo’, que prefiere no entrar en el cuerpo a cuerpo, ni siquiera en debates, salvo alguna cosa, como si aún sintiera el parapeto protector de la vicepresidencia, esperando que el tiempo se cumpla. Lo que sucede es que el espectro político dibuja la fantasmagoría de un cambio, aunque, dicen las encuestas, difícil (pero no imposible). La novedad del candidato, que es sucesor de varias mayorías, impone cierto vértigo a su apuesta, algo que parece advertirse, por lo que tiene de salir a campo abierto, aunque sea en terreno presuntamente propicio. No hay manera de asegurar lo que va a suceder, se diría que hay un vaivén casi cotidiano. Y hay que mirar una y otra vez el minuto y resultado.

Esa incertidumbre que desprenden las encuestas resulta novedosa en el habitual paisaje inamovible. Pontón, sumando apoyos y subrayados como el de Beiras, ha logrado componer un escenario de crisis, que se apoya, en gran medida, en los problemas de industrialización de Galicia, o en las notorias dificultades de la sanidad pública, asuntos que tocan directamente a la ciudadanía. Las reivindicaciones identitarias o lingüísticas, que, por supuesto, están ahí, no copan el discurso de lo inmediato, aunque Rueda las agite, porque el ascenso de Pontón depende también de lograr más transversalidad.

Se estima que el partido final se juega en torno a medio millón de votantes. Hay que contar con el aumento del voto por correo, que sube un 35 por ciento con respecto a 2016, y con las fugas a las periferias de la izquierda y la derecha, sobre todo estas últimas, donde Jácome ha entrado, al parecer, en modo sorpresa (yo diría que su modo favorito). 

Algunos analistas creen que Sumar y Podemos, bajo el aire rupturista, podrían perjudicarse mutuamente, lo que incidiría en la división de la izquierda como problema. En esa coyuntura, Pontón llama, como todos, al voto útil, pero Lois insiste en que no habría dificultades en un escenario a tres. Ahora o nunca, repite Pontón, con un lenguaje casi presidencialista, que contrasta, por su carácter proactivo, con el perfil bajo, en que, al menos hasta ahora, Rueda parece sentirse más confortable. Aunque, quizás, las proyecciones finales cambiarán el tono de campaña en la última curva. 

Con el Bloque al sprint, Besteiro se alza como una incógnita: las remontadas no son extrañas a los socialistas, sin embargo. Está por ver la influencia del desembarco del gobierno, el hilo directo con Moncloa que Besteiro exhibe, lógicamente, como un aval, y la eficacia del lenguaje directo, más en lo social que en lo ideológico, que apela a una comunidad en la que la izquierda, aún dividida, parece ahora en condiciones de competir por alcanzar la llave del poder.