TRIBUNA

Intelectuales o inteligentes

ANDREU BUENAFUENTE se quedó en blanco el sábado pasado durante su programa de radio en la Cadena Ser, intentando recordar un asunto colateral. Berto Romero lo rescató del ensimismamiento con un humorístico “¡alerta ictus!”. De ser ciertos los hallazgos de un neurocientífico argentino, su alarma tendría sentido porque vale poco la pena esforzarse en aflorar “peccatas minutas”. Según le relató Rodrigo Quian Quiroga a la periodista Jessica Mouzo en una entrevista en El País, la clave de la inteligencia humana reside en la cantidad de memoria que olvidamos, porque los detalles nos impiden centrarnos en los pensamientos.

Ahora bien, siendo nuestra memoria tan selectiva, ¿qué deberíamos apartar del disco duro donde se almacena, para concentrarnos en lo realmente importante? Si me permiten la confidencia, guardo un buen recuerdo de todas las mujeres con que salí, pese a algunos desengaños y desamores. El resorte benévolo que se activa en mi cerebro al encontrar una fotografía añeja podría deberse a un simple sentimiento de autodefensa, para esquivar cierto malestar romántico. También podría ocurrir que asocie aquellos tiempos con la juventud y primera madurez, en que todo tenía otro color. Sería muy ingrato pensar que despejo espacio mental sobre esos lances para afrontar ahora la vida con mayor dosis de erotismo. O no.

Sin embargo, los recuerdos de la gente son parcialmente autobiográficos. Cuando investigas a fondo la vida y obra de un personaje, las capas inocentes más superficiales de su curriculum van dando paso a contradicciones, paradojas, errores, etc. Solo podrás afirmar que sus descripciones de los asuntos turbios a que se enfrentaron son genuinas cuando incluyen valoraciones autocríticas y, aún así, debes poner en duda su verosimilitud. Por lo tanto, qué aspectos deben sobresalir en la memoria colectiva de los hechos en que participaron y cuáles tenemos que mandar al cesto de los papeles?

Hace ahora un siglo, el asistente a un coloquio celebrado al término de una conferencia en el Ateneo madrideño reprochó al público que se confundiese al intelectual con el inteligente. Si respetamos los descubrimientos del neurocientífico argentino, a la hora de rastrear el pasado deberíamos centrar nuestra atención en lo primordial. Es decir, aquellos elementos que agreguen valor añadido a los aspectos ya conocidos, aunque en algunos casos los desvirtúen. Creo que la memoria obsoleta libraría así neuronas para conciliar lo intelectual con lo inteligente.