BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Y mañana, veremos

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

NO ES QUE el final de la campaña electoral vaya a dejarnos un hueco en el alma (ni un gozo, tampoco) porque hoy, a pesar de las confrontaciones maniqueas y tal, todo pasa a nuestro lado un poco de soslayo, quizás porque ya tenemos un déficit de atención crónico, como los chicos con el móvil, o porque hay demasiados señuelos golosos (señuelos, esos buñuelos de la propaganda, no pocas veces rellenos de viento: era por hacer una broma). 

La campaña llegó ayer a su fin, y dicen las malas lenguas que Rueda, por él, encantado, y que quizás Pontón hubiera podido seguir hasta el infinito y más allá. Las campañas desgastan, a los políticos y tal vez al electorado, y luego se dirigen a ese momento caliente de las ocho en punto de la tarde del domingo, el gran suspense, aunque aquí, con el voto exterior, quién sabe si no habrá que esperar algo más (‘cliffhanger’ de muchas horas: a ver quién resiste agarrado al acantilado de las urnas, esperando, ay, llegar a la playa). 

Hoy algunos dirán que ya está todo el pescado vendido (somos una comunidad pesquera, sí, aunque a saber si lo seguiremos siendo con el mismo ímpetu y dedicación, tal y como va la deriva de los océanos). Puede que haya sido una campaña atípica, con Rueda y Feijóo pedaleando casi en paralelo, aunque confluyendo, un poco a la manera del heredero que se coloca el maillot del ganador de clásicas, ahora que se estila tanto el doble o nada en papas, reyes, etcétera. Feijóo es aspirante en Madrid, pero aquí viene a recoger, supongo, el aura de las mayorías absolutas, aunque no hay tiempos idénticos, porque la historia se repite, dicen, pero no de la misma manera. 

Nadie sabe si traerse a los liderazgos de Madrid, aunque tengan su pasado reciente aquí, cotiza, o todo lo contrario, y lo mismo vale para los socialistas, que están convencidos del tirón de Sánchez, precisamente por los tiempos difíciles que afronta con la larga marcha de los puigdemones, y no digamos del tirón de Zapatero, que ya en las elecciones generales pasadas les dio un subidón de autoestima, y parece que de votos, por más que algunos no lo creyeran.

Nadie sabe si todo eso cotiza en una comunidad que, escucho por ahí, pasa mucho del ruido exterior, o de la música, lo que sea, e incluso de la amnistía y sus circunstancias, centrándose en lo suyo, tan doméstico. ¿Esto es así o ya no lo es tanto? El fenómeno de burbuja autonómica, o esa soledad de la aldea gala en el ‘Far North’, se ha descrito en ocasiones, pero muchos creen que ahora todo está en todo, y que los viejos parámetros se han quedado obsoletos, como tal vez las viejas presunciones de la Galicia inmutable. 

Periodísticamente lo de mañana tiene buena pinta. En fin, el suspense siempre prepara noches electorales animadas, aunque aquí, con suspense, no ha habido muchas. Por eso la curiosidad mediática, incluso esa cierta rareza, y quizás la sombra de incomodidad que puede provocar en los que temen que sea alterada la costumbre. Este sábado de reflexión parece cargado de intensidad.

En la última curva del camino, Ana Pontón intentó rentabilizar el que, a todas luces, parece su mejor momento. No lo hará sin pactos, claro es, pero eso puede ser una ventaja, dadas las circunstancias, una manera de modular y compartir con toda la izquierda, una manera de completar el giro, por lo que se vio en el debate, o así, en TVE. Frente a Rueda que, a lo Bartebly, dice abiertamente que “no se ve (…) teniendo que pactar”. Que preferiría que no, o sea. En realidad, quiere decir que prefiere mayoría, claro, repetir la historia, pero me temo que también tiene que ver con la naturaleza de los pactos a los que se vería abocado, si llegara el caso. Ahí la izquierda, que ha mostrado bastante sintonía en previsión de posibles escenarios, se siente confortable.   

Pues eso. Que a ver qué pasa.