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La cicatriz del dictador

Desde los 36 años de edad, cada vez que se contemplaba en un espejo, Miguel Primo de Rivera podía observar una pequeña cicatriz en su mejilla derecha. El diputado y periodista Rodrigo Soriano le había infligido aquella herida durante un duelo a espada ocurrido en Madrid el 15 de marzo de 1906. Dieciocho años después, ejerciendo ya como presidente del Directorio militar, Primo “desterró” a Soriano a Fuerteventura, donde permaneció confinado cerca de 5 meses con Miguel de Unamuno, antes de autoexiliarse juntos a Francia. Esta semana se cumplen cien años exactos de aquella deportación, clave para la historia de España.

El lance de armas entre Primo y Soriano de 1906 duró 32 minutos, según publicó entonces “La Correspondencia”. “Colocados en guardia, a la voz de ¡adelante, señores! el Sr. Primo de Rivera atacó fogosamente, batiendo el hierro de Soriano, quien con sangre fría admirable, recibió a su adversario, cediéndole hábilmente el terreno. Al recio ataque de Primo de Rivera, amagó Soriano en la línea baja, y tiró la estocada a la cara, alcanzando al Sr. Primo de Rivera en la mejilla derecha”.

Reconocido y curado el militar en presencia de los doctores Semprún y Fatás, volvió a reanudarse el combate. La espada de Soriano pasó rozando el pecho de su contrincante en este segundo asalto, con una estocada que no generó más que un rasponazo. Primo de Rivera metió el hierro en el tercer asalto, “perforando el guante o hiriendo a Soriano en la región metacarpiana de la mano derecha”. Entonces, “con humanitario proceder”, los cuatro padrinos: Sres. Queipo de Llano, Campomanes, Cánovas y Santillán, dieron por terminado el lance.

Aquel duelo entre Primo y Soriano había sido precedido por una agresión física de aquél a éste tres días antes. Según recoge “El Año político” el suceso ocurrió en el pórtico del Congreso, mientras parlamentarios y periodistas esperaban el paso del rey don Alfonso, acompañando a los de Portugal. Supuesto móvil de la agresión: el requerimiento de Soriano a su tío, el capitán general Primo de Rivera, para que le explicase si le incluía entre los “acusadores cobardes” del Senado sobre ciertas responsabilidades militares.

Según la prensa, el teniente coronel iba vestido de paisano cuando se enfrentó a Soriano en la Cámara baja: “¿ha dirigido usted una segunda carta al General Primo de Rivera? —Si, señor—replicó el interpelado—Pues prepárese, que la acometida va á ser grande.—Me tiene todo sin cuidado — insistió el Sr. Soriano. Entonces el Sr. Primo de Rivera acometió al Diputado radical, dándole varios golpes con las manos, en una de las cuales llevaba sujetos el bastón y los guantes. El Sr. Soriano se defendió de la agresión, y los que rodeaban á los contendientes sujetaron á ambos, dando tiempo para que acudiesen cuantos se hallaban en el pórtico”.

Irreductible al desaliento, Rodrigo Soriano desenvainaría nuevamente sus aceradas críticas desde el Ateneo madrileño contra Miguel Primo de Rivera, tras protagonizar éste como capitán general de Cataluña el golpe de Estado de 1923. Sus expresiones fueron castigadas al año siguiente con el destierro, que evocamos ahora, un siglo después.