Opinión

Corcubionesa de cuna, picheleira de corazón

Pilar Alén

Pilar Alén

Me consta que en esta ciudad de Santiago son muchas las personas que han conocido de cerca, o de oídas, a la protagonista de esta reseña, Mercedes López Ramón.

Vivió en una Compostela que ha sido, y es, germen y cuna de múltiples tendencias culturales y musicales pioneras. Una pequeña urbe donde la formación y la instrucción eran, y son, más que una quimera.

Ese verbo, conocer, es como el ‘ritornelo’ que gira en mi mente a la hora de escribir estas letras. Lo puedo conjugar de varias maneras.

Por una parte, conocí -en pasado- a Mercedes. Ella fue la primera profesora de música que me mostró y enseñó a leer un pentagrama. En un aula repleta de niñas poco sensibles a la belleza del arte sonoro, explicaba, cantaba y se desvivía para hacernos partícipes de ese saber que a ella tanta alegría y vida le daba.

He podido conocer -en pretérito- sus andanzas, desde su cuna (Corcubión, 1909); su integración en la sociedad compostelana (1910-1992); su trayectoria profesional como docente (Colegio de s. Paio, San Pelayo-Emma e IES Rosalía de Castro); su maestría como intérprete de piano y órgano (en toda la ciudad, incluida la catedral) y como conferenciante desde muy joven, invitada por destacados intelectuales de entonces (Rafael Benedicto, José María de Azcárate, Pedro Echevarría); su vinculación a las instituciones y sociedades vigentes en la España y el Santiago del s. XX (la Sección Femenina de la Falange Española y de las JONS); su colaboración con entidades y fundaciones asistenciales (las Oblatas y la parroquia de s. Miguel dos Agros); su afán por hacer disfrutar a la gente con su música (universitarios, colegiales, amigos de estos y familiares cercanos y lejanos).

Conozco a D. Jaime, su mentor, su bastión. Gracias a él, al inmenso cariño con el que habla desde la nostalgia y la lógica admiración de Mercedes, tengo un perfil más fiel y humanizado de esta mujer singular por sus variadas labores. Él fue testigo de esa vida entregada al servicio y amable cumplimiento del deber.

‘Conocer’, conozco, pero nunca se acaba de conocer. Escrutar en el pasado es una tarea ardua y nunca acabada. Indagar en la historia -aunque sea reciente- es complicado y arriesgado. Agradezco, pues, la oportunidad de culminar un estudio que necesariamente ha de ser completado. Está finiquitado -por derribo, no por falta de verlo más documentado- por la musicóloga Beatriz Cancela Montes. De algún modo, formo parte de él, pulsando un teclado muy diferente al del piano, pero igualmente exigente.

Mercedes, como otras mujeres de su era, en plena época de dificultades, de avatares políticos y sociales -también de avances de gran calado- fue una abanderada que no se arredró ante nada. Una mujer que, como nuestras madres, vivieron cuidando la familia y, a la vez, abriéndose camino en un ambiente y mercado laboral poco favorable para ellas.

Quisiera rematar entonando una melodía que llegase muy alto y claro, pero: ¡no me sale la voz! Lo dejo, sabiendo que quienes han tratado a Mercedes tienen ánimos y fuerzas para hacerlo mejor que yo: «Allegro Prestissimo con Fuoco», con ilusión y con la fascinación que mantiene intacta la memoria de su casi centenario hermano, que siempre la lleva en la boca y el corazón.