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¿Sociedad líquida o gaseosa?

Carlos Pajares Vales

Carlos Pajares Vales

Es muy conocido el análisis que hizo el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman de la sociedad actual, mostrando que su comportamiento era como un líquido, donde las relaciones y enlaces sociales de los individuos son muy débiles. Familias, asociaciones y partidos tienen una estructura tal que se tienden a dar respuestas flexibles a las diferentes circunstancias y avatares que presenta la vida y tienen actitudes fluidas y moldeables según la influencia del exterior a ellas. En la modernidad líquida el único valor es hacerse con una identidad flexible y versátil que busca la autonomía del resto y la constante autorrealización, como respuesta a una globalización donde el individuo no se encuentra identificado, sino que es uno más del conjunto.

Sin embargo, las partes de un líquido se muevan colectivamente. Las partes de un fluido tienen una velocidad común que se dirige hacia una dirección, mientras que la sociedad actual no sabemos bien hacia dónde se dirige, si lo hace hacia alguna dirección, y cuál es el sentido. Tampoco es evidente qué es lo que cohesiona a la sociedad y qué la aglutinan. Más que como un líquido se comporta como un gas donde cada parte va por su lado sin aparente sentido alguno.

Una de las características de la sociedad es su fragmentación, con lo que es difícil encontrar algo que sea aglutinador de toda ella. Si miramos a los partidos políticos, nos encontramos que su militancia es relativamente pequeña comparándola con toda la población. Entre 100.000 y 200.000 son los militantes que pagan cuota a los dos partidos más grandes, el Partido Popular y el Partido Socialista, cifra pequeña comparada con la población española por lo que no se pueden considerar los principales aglutinadores. Lo mismo, con ligeras variantes, se puede decir de los sindicatos. Si miramos a los medios escritos o a las radios no llega cada uno al 5% de la población, siendo los deportivos los que más audiencia tienen. Los centros educativos se concentran en enseñar contenidos y no actitudes y comportamientos, dejando estos para que se enseñen en la familia. Esta quizás es el último y principal enlace de relación entre las personas, aunque la televisión, los móviles y las redes sociales están deteriorando su papel como cohesionador de la sociedad. Este deterioro lo expresa muy bien la siguiente oración de un niño, intentando que volviese la atención que se presta a la televisión sobre él: “Señor, conviérteme en televisor, quisiera ocupar su lugar para vivir lo que vive el televisor en mi casa. Tener un lugar especial para mí. Congregar a todos los miembros de mi familia a mi alrededor. Ser el centro de atención, al que todos escuchan sin ser interrumpido, ni cuestionado. Sentir el cuidado que recibe el televisor cuando algo no funciona. Tener la compañía de mi papá cuando llega a casa, aunque venga cansado del trabajo. Divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada”.

Los móviles y las redes sociales tampoco contribuyen a una verdadera interacción. Por otra parte, la secularización ha hecho que también el papel de la Iglesia católica como impartidora de valores disminuya. Ahora, aunque en declive, tiene alrededor de un 20% de practicantes, lo que representa un número apreciable. En cualquier caso, la sociedad actual necesita que los valores de libertad, igualdad y fraternidad de los cristianos y de la Ilustración sirvan como cemento para compactar a nuestra sociedad y darle sentido.