TRIBUNA

Dios anuncia la entrega de su hijo

José Fernández Lago

José Fernández Lago

CUALQUIERA de nosotros, los que vivimos en este mundo, comprende sin mayor dificultad lo que se le quiere a un hijo. Una situación especial que nos lo hace comprender todavía mejor es la invasión de un territorio o un desastre natural en el que mueren precisamente algunos niños. Sus padres querrían haber muerto ellos antes que sus hijos. 

La 1ª lectura de la Misa de mañana nos muestra un diálogo entre Dios y Abraham. El Señor quiere cerciorarse de la fidelidad del Patriarca, y le pide la ofrenda de lo que él más quiere: Isaac, su hijo. Abraham está dispuesto a hacerlo, pero, cuando va a realizar lo que considera que Dios le pedía, el Señor le detiene su mano, al tiempo que le muestra un carnero, en espera de que se lo ofrezca como expresión de obediencia a Dios.

En el Evangelio vemos que Jesús lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan a una alta montaña. Allí se transfigura, de forma que todo su ser resplandece. Aparecen allí Moisés y Elías, que conversan con Jesús. Una voz salida de una nube identifica a Jesús como el Hijo Amado del Eterno Padre, al que deben escuchar. Pedro se siente feliz y quiere quedarse allí, en aquella situación de gloria; pero todo termina. Jesús, que mostraba aquella escena como anticipo de su pasión, les pide a sus discípulos que no digan nada de ello hasta que él resucite de entre los muertos. San Pablo les dice a los cristianos de Roma que el amor de Dios hacia el hombre es inmenso. Prueba de ello es que no se ha ahorrado a su Hijo, sino que lo ha entregado por nosotros. A partir de esto podemos imaginarnos de qué categoría es su amor. Así pues, no habrá nada en el mundo que pueda retraernos de ese amor: ni el Padre lo hará, ni tampoco su Hijo -que murió por nosotros- lo va a hacer.