BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Europa, atemorizada

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

EUROPA tiene su propio ritmo: quizás el que impone la burocracia. La lentitud de las oficinas, la necesidad de los discursos, las réplicas y las contrarréplicas, el paso lento de las leyes, que deben mirarse con lupa para que sean justas. Pero todo eso que nos enseñó la democracia parece puesto hoy en peligro por la velocidad del mal. 

Europa se sorprende de cómo el aire se hace pútrido e irrespirable, de cómo el óxido ataca nuestras estructuras, que creímos firmes. Europa se sorprende de que, en medio de tierras que son cuna de culturas múltiples, el resultado de la diversidad y la convivencia de muchos siglos, de pronto medre con fuerza el árbol oscuro de la intolerancia, envuelto en un silencio atronador, un terror que se disimula con la vida moderna, pero que asoma como asoma la aleta de un tiburón, o los ojos incendiados de los tigres en la noche. 

Nos acostumbramos a la paz y al progreso, sacudiéndonos la oscuridad del siglo XX. El lugar que conoció muchas capas de cultura y de emigración, que amasó inteligencia y cultura, tuvo que soportar las aberraciones del nazismo, y las guerras locales, los desastres que no parecían de este mundo, el mismo que había conocido la grandeza de los modernos en el París de los años 20. ¡Qué fácil es caer en la tiniebla! ¡Qué sencillo descender a los abismos, desde los salones hermosos, desde los garitos de Montmartre! 

Sabemos bien lo que puede sucedernos, en cuanto dejamos que germine la semilla de la discordia. Un lugar para la libertad y la gozosa mezcla de la gente es, también, una provocación para quien pretende hacerse con las riendas de lo que cree moralidad y buenos pensamientos: a menudo se refiere sólo a los suyos. El sueño de Europa genera incomodidades, y a medida que pasa el tiempo va creciendo un asedio que se manifiesta de formas diversas.

Estoy leyendo estos días lo último de Theodor Kallifatides (en realidad, es casi lo primero: pero acaba de traducirse al español desde el sueco). Hablo de ‘Campesinos y señores’, que publica de manera excelsa, como hará con toda la obra del autor, Galaxia Gutenberg. He aprendido más de Kallifatides que de ningún otro escritor de las últimas décadas. Su voz serena, que ha recuperado la fuerza de la lengua materna, y su figura de más de ochenta años, tan jovial, sin embargo, en las distancias cortas, me acompañarán ya siempre. 

Sus libros, todos imprescindibles, nos enseñan el sufrimiento que ha atrapado tantas veces a Europa, la dificultad de crecer lejos de casa, el infinito temor de sentirse extranjero. Y, sobre todo, el miedo constante, como ha dicho él mismo, a la muerte entre los de su generación. Pero Kallifatides habla también de la hermosura del descubrimiento, del encuentro con nuevos horizontes. Ese eco de la Grecia invadida por los nazis, de la pobreza y el deseo de huida, junto al conflicto civil de 1946, ese relato del hijo pequeño del maestro, que finalmente, empujado por una película de Bergman, llega a Suecia aún muy joven para cumplir la promesa de escribir, se cruza en el aire de la Europa presente, de nuevo atemorizada, sorprendida, poblada de viejos que tratan de comprender el porqué de las amenazas globales a la libertad. 

He pensado que el día a día, el ajetreo de nuestras vidas tan modernas, la presión de las burocracias, nos impiden pararnos a meditar un poco más sobre esta Europa que se mueve lenta y asombrada. La democracia es hermosa y fuerte, pero su naturaleza compleja la coloca en desventaja sobre los que pretenden actuar con rapidez y contundencia para imponer otro estatus quo. La guerra en Ucrania cumple dos años y es un buen ejemplo de una herida sangrante que nos va debilitando. Pero, por si fuera poco, como ya se ha dicho, Europa no puede dejar caer los brazos, ni renunciar a sus principios. La geoestrategia mundial envía un oleaje prolijo a nuestros parlamentos. Y sólo falta Trump, quizás el hombre que no amaba a Europa o lo que Europa significa, para completar un escenario tan indeseable como posible. Esperemos que, por una vez, todo lo que pueda ir mal no vaya mal.