Políticas de Babel

Primero Kuzmínov, después Navalny

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

NO HAY REFUGIO SEGURO, ni nadie que esté exento de sufrir la ira del temido servicio secreto ruso, de los sicarios contratados por el Kremlin, o de los mercenarios que operan a sueldo del Gobierno ruso. Así lo aseguran analistas de diversas agencias de inteligencia. Ni siquiera cuando los ojos del mundo están puestos sobre figuras tan relevantes como el malogrado Alekséi Navalny, el bloguero y líder de una oposición rusa cada vez más perseguida y presionada. A sus 47 años, conocía bien los riesgos a los que se enfrentaba en un mundo de espías, asesinatos y coacciones. Él mismo llegó a sufrir incluso un envenenamiento en agosto de 2020 en Siberia. Pero no flaqueó, y siguió exhortando a la sociedad rusa a que se sublevase contra las élites de un régimen opresor que trata de silenciar cualquier voz discrepante dentro y fuera de la Federación de Rusia.

Su trágico final se suma a una larga lista de víctimas de la cornucopia del poder ruso. Y es que se cree que Putin incluso desea que se conozcan esas órdenes y esas ejecuciones, para que resulten ejemplarizantes y atemoricen a la disidencia y a la población que ose enfrentarse al Kremlin. Por eso son tan evidentes y comentados los asesinatos de personajes como Anna Politkóvskaya, periodista tiroteada en el portal de su casa en 2006; Aleksandr Litvinenko, disidente envenenado un mes más tarde con polonio-210 en Londres; el abogado Stanislav Markélov y la periodista Anastasia Babúrova, acribillados en Moscú en 2009; o Borís Nemtsov, opositor a Putin abatido en 2015 a poca distancia del Kremlin.

El reciente asesinato del desertor ruso Maxim Kuzmínov en Villajoyosa, Alicante, es otra prueba de los tentáculos infinitos del Kremlin. El piloto de helicóptero había viajado desde Ucrania, donde desertó casi al tiempo que Moscú daba la orden de su fatal desenlace, como confirmaron en la televisión pública rusa miembros del GRU (el servicio de inteligencia militar de las Fuerzas Armadas de Rusia). El objetivo era acabar con su vida dondequiera que estuviese. “Es sólo cuestión de tiempo. Lo encontraremos y castigaremos con todo el peso de la ley de nuestro Gobierno”, decían, sin aludir a un posible juicio al que sabían que nunca llegaría vivo. Se referían a la orden de busca y captura por un supuesto delito de “traición a los hermanos con los que sirvió”.

El antiguo KGB presumía durante la Guerra Fría de poseer un férreo manual que mostraba cómo y dónde ejecutar a enemigos, opositores y desertores. Pues bien, aquellos manuales se han actualizado y siguen operativos; algo de lo que se jacta el propio GRU. Y es lógico que sean pocos los que se atrevan a desafiar a una élite política sospechosa de corrupción y de operar al margen de la ley, pero al amparo de un Putin que, en unas semanas, del 15 al 17 de marzo, tratará de perpetuarse en el poder a través de un quinto mandato.