Opinión | Políticas de Babel

Los toros desde la barrera

FUE UN 12 DE AGOSTO DE 2010 cuando, en este mismo diario, le dediqué un amplio artículo a esta polémica que ahora, catorce años más tarde, se reproduce en torno a “El sacrificio de los toros” (ECG, 12/08/2010). En aquel largo reportaje, todavía hoy accesible a través de Internet (https://www.elcorreogallego.es/hemeroteca/sacrificio-toros-jose-manuel-estevez-saa-CGCG578875), repasaba yo las implicaciones asociadas al espectáculo taurino, a la decisión del Parlamento de Cataluña de suprimir las corridas de toros en su territorio, a los entresijos del mundo que rodea al morlaco bravo de lidia, al componente laboral y humano que implica su atención y cuidado, al legado histórico y cultural que representa, al impacto que ha tenido entre nuestros escritores y artistas, y a los avatares políticos e ideológicos de los que fue protagonista a lo largo de los siglos.

Tras casi una década y media, e independientemente del componente patrimonial, ecológico, natural y, más recientemente, incluso animalista, que uno pueda aportar, hoy desearía resaltar al menos dos aspectos tan sencillos y desapasionados, como obvios. Por un lado, el hecho de que, como también señalé entonces, “defender o atacar las corridas de toros es una tarea extremadamente fácil”. Como en su momento apunté, sería bueno e ilustrativo que conceptos como “violencia, crueldad, maltrato o castigo” fuesen interpretados, analizados, cuestionados, y hasta contrastados, desde un punto de vista social, político y medioambiental, con términos como “arte, maestría, cultura o patrimonio”. Por otro lado, el mero hecho de que hoy sigamos, como entonces, debatiendo públicamente sobre la idoneidad, conveniencia o inadecuación de la tradicional fiesta taurina ya nos demuestra que el mundo de la tauromaquia continúa formando parte, para bien o para mal, de un contexto cultural al que unos y otros pertenecemos.

Decisiones de corte autoritario que ignoran la realidad social actual, como ha sido la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia por parte del ministro de Cultura, pueden crear el efecto contrario al pretendido. Comunidades Autónomas de diverso signo político y hasta el Senado se han apresurado a afirmar que crearán sus propios galardones. Además, la asistencia a las plazas no sólo no ha disminuido, sino que parece aumentar a juzgar por las imágenes que nos proporcionan los medios de comunicación. Políticos, artistas y ciudadanos de a pie se han apresurado a defender la fiesta nacional de la tauromaquia (declarada Patrimonio Cultural en 2013), y a criticar la decisión unilateral del ministro Urtasun, quien no parece haber valorado que se trata de un tema delicado que implica considerar parámetros como historia, cultura y economía, y cuyo futuro lo decidirán los propios ciudadanos con su presencia o ausencia en festejos taurinos como los que ofrece estos días Madrid en la plaza de Las Ventas con motivo de las fiestas de San Isidro Labrador, o la Maestranza de Sevilla desde el pasado mes de marzo. Por eso no entiendo el súbito “cambio de tercio” de nuestro ministro de Cultura. Las razones que lo incitan a “lidiar” con un tema tan sensible y a “meter este puyazo” se me escapan. Opino que su posición como “primer espada” cultural del Gobierno, o el hecho de “estar como un toro” en su nuevo cargo, no justifica que pretenda “poner la puntilla” sobre algo que la sociedad no le exige. Si lo que desea es dar “un buen muletazo” aprovechando su nueva cartera, quizá debería “estar al quite” y no dejarse “torear” por sus compañeros de formación. Hay muchos otros temas con los que podrá “hacer una buena faena” desde su Ministerio.