Opinión | POLÍTICAS DE BABEL

La parálisis de Europa

EN LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA, aludí recientemente al gran genio irlandés James Joyce para recordar el estado de parálisis en el que se encontraba Europa a principios del siglo XX. A partir de su influencia en otros intelectuales posteriores, repasé el período de bonanza que vivió la República de Irlanda en los años del denominado Tigre Celta; es decir, a lo largo de la última década del XX y hasta principios del XXI. Pero, como nada es perdurable ad infinitum, la crisis económica y financiera del 2008 nos devolvió a todos, Irlanda incluida, a la triste realidad de una sociedad tan frágil como impredecible dentro y fuera de la bella y verde Éire. Al final, aparenta ser cierto ese viejo axioma del gran filósofo napolitano Giambattista Vico, quien ya nos advirtió de que la historia es cíclica.

James Joyce supo plasmar lo que significa ser refugiado, exiliado y testigo de conflictos tan significativos como dos guerras mundiales; pero sus escritos no nos ilustran tanto sobre el devenir de la contienda, cuanto acerca de la ensoñación de una sociedad falsa y frustrada que no asume su responsabilidad en un fratricidio europeo que a nadie consuela y a todos perturba. Pues bien, pese al tiempo transcurrido, aparenta que poco o nada hemos aprendido. Las falsedades e hipocresías de entonces se han convertido en la desinformación y las fake news de hoy. Con un problema añadido: hogaño no contamos con intelectuales capaces ni de apaciguar las nuevas iras sociales ni de explicar, con atino académico, una realidad crispada y dividida que a nadie favorece y a todos perjudica.

Tanto se ha tensado la cuerda, que pretender buscar un remedio ahora semeja imposible. Las elecciones al Parlamento Europeo están a la vuelta de la esquina. Y todos, tanto los partidos tradicionalistas, como los de nuevo cuño, aprovechan las dudas y los miedos de la sociedad para rememorar las crisis europeas, al tiempo que reivindicar propuestas legislativas tan partidistas e ideologizadas, como ilusorias. Todo sea por movilizar a una ciudadanía que ya ni disimula su desafecto hacia un conglomerado político del que desconfían. Seguro que el caos del que se benefician hoy los radicalismos hará que esas mismas formaciones pierdan su apoyo social en el futuro, como ya ha pasado con parte de la extrema izquierda.

En España, Sumar y Podemos miran a la Syriza griega, al Partido Comunista griego (KKE), al Partido Comunista Portugués (PCP), al Bloco de Esquerda del mismo país, a La France Insoumise, al Socialistische Partij holandés, al Die Linke alemán, o al Komunistická Strana Cech a Moravy (KSCM) checo, para constatarlo. De hecho, se preguntan qué ha sido del Partido Comunista Italiano (PCI) y de su homónimo francés (PCF), frente a la nueva derecha radical que se expande por Europa. Para su sorpresa y la nuestra, hoy son los partidos escorados a la derecha quienes se coordinan o bien con los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), que abarcan formaciones de hasta 15 países de la UE (incluidos los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, Vox de Santiago Abascal, o Ley y Justicia del polaco Mateusz Morawiecki); o bien con los socios de la agrupación Identidad y Democracia (ID), en la que están representadas la Agrupación Nacional francesa (RN), la Liga italiana (LpSP), y hasta Alternativa para Alemania (AfD). Así pues, el abanico no puede ser más amplio. El 9 de junio los votos nos dirán si ese crecimiento económico del que presumen países como España repercute en el conjunto de la sociedad, o sólo en esas grandes empresas en las que nuestros jóvenes y sus familias, cada vez más empobrecidas, no se sienten representadas.