Opinión | Políticas de Babel

España y Argentina ante Europa

LA POLÍTICA ESPAÑOLA se había denigrado ya a nivel nacional hasta extremos nunca vistos, como se podía comprobar en las sesiones del Congreso; pero pensábamos que al menos guardábamos las formas a nivel internacional. Ahora parece que ya ni se evita proyectar la imagen de un país provocador, ofensivo e incluso maleducado, al estilo de algunos gobiernos dictatoriales hoy retratados por sus malas formas. Lamentablemente, nuestros políticos entran al trapo de provocaciones, cuando no desencadenan ellos mismos desencuentros diplomáticos (con Argelia, Francia, Italia, Israel, etc.). El caso más reciente lo hemos visto con Argentina y las más que desafortunadas declaraciones de un ministro español sobre el presidente albiceleste. Ahora Javier Milei ha contraatacado; y desde España se pretende incluso sacar rédito electoral de la contienda verbal que mantienen ambos ejecutivos. Es vergonzoso por ambas partes incurrir en ese juego, por no decir impropio de un país europeo que se precie de ejemplar.

Fue un error sin precedentes ofender al gobernante de un país hermano, elegido democráticamente por sus ciudadanos, por muy peculiar que éste sea y por muy distanciadas que estén las políticas entre ambas naciones. También se me antoja erróneo responder a una provocación, o desencadenar un improductivo conflicto diplomático. La diplomacia está para solucionar problemas políticos, no para generarlos a partir de injerencias electorales o asuntos internos de un país. Un gobernante que se precie debe anteponer los intereses de su país y de sus ciudadanos al orgullo personal o familiar. Quizá debería nuestro presidente atender a la legítima defensa de su cónyuge en los foros adecuados; esto es, dando explicaciones en el Congreso, en el Senado y, si fuese preciso, ante los tribunales; pero no convertir un tema privado en un asunto de Estado cada vez que se le menta, amenazando con dejar su cargo, presionando a los medios que se hacen eco de la noticia, o respondiendo a una provocación internacional que, por cierto, Europa ha ignorado acertadamente.

No debe nuestro Gobierno aprovechar cualquier ocasión para ver quién dice la mayor burrada, sin ni siquiera valorar la repercusión exterior de las palabras de nuestros representantes. Asusta la imagen que puede proyectar España cuando una de nuestras vicepresidentas, tras el ataque al primer ministro eslovaco, y cuando aún no se conocía la autoría, daba a entender que aquí podría suceder algo semejante, resaltando nuestra confrontación social y política. También escandaliza y avergüenza escuchar a otra vicepresidenta defender un, sin duda legítimo, Estado Palestino, utilizando el peligrosísimo lema “desde el río hasta el mar”, insinuando así la desaparición de Israel. Ojalá la polarización, la crispación y el despropósito imperantes no repercutan demasiado en las elecciones europeas del 9 de junio, porque la imagen que se está proyectando de España deja mucho que desear, al tiempo que la equipara a la convulsión propia de conocidos regímenes autoritarios. Deberíamos demostrar que estamos a la altura de esas democracias europeas que, ante unas elecciones, se centran en explicar sus programas a la ciudadanía. Que nadie se confunda, los españoles no votaremos en función de quién estime en mayor o menor medida a la esposa del presidente, ni a la de ningún otro líder político, sino a quien se comprometa a defender ante nuestros socios europeos unas políticas económicas, sociales, migratorias, medioambientales y de Defensa más razonables y verosímiles. Puede que algunos de nuestros políticos no estén a la altura de Europa, pero las urnas demostrarán que la ciudadanía española sí lo está.