"Simplemente no quería despertar nunca. No quería morir pero no me importaba"

Silvia (nombre ficticio) intentó ‘sacarse de en medio’ en tres ocasiones a causa de la desesperación

La atención que le ofrecieron desde los servicios públicos no fue suficiente para ayudarla

Perfil de Silvia (pseudónimo)

Perfil de Silvia (pseudónimo) / Adriana Quesada

Adriana Quesada

La vida no es siempre un camino recto lleno de puertas abiertas, puentes por los que cruzar y señales a las que seguir. A veces es un camino con curvas, pozos escondidos entre altas hierbas en los que uno puede caer y caídas libres que llegan sin previo aviso para que uno pueda prepararse.

Silvia (nombre ficticio de una joven que no quiere revelar su nombre) notaba como cada mañana le costaba más abrir los ojos para hacer su vida. Con una mala situación familiar, problemas con sus amistades y con un sentimiento de soledad que hacía que su cuerpo le pesara, tomó la misma decisión que toman muchos jóvenes gallegos ante esta situación: querer quitarse la vida.

FEAFES tiene en marcha el programa Conecta coa vida / cedida

FEAFES tiene en marcha el programa Conecta coa vida / cedida / adriana quesada

Lo intenté tres veces, aunque de la primera no recuerdo nada sí que puedo decir que lo hice tomando pastillas”, intenta rememorar. Sin embargo, de su segundo intento sí que guarda un recuerdo mucho más lúcido. “Subía a Santiago en coche con mi padre, al que no veo muy a menudo. Yo no estaba bien, pero todo lo que él me decía eran ataques”, comenta.

Y es que Silvia, debido a un diagnóstico tardío de un trastorno bipolar, estaba teniendo problemas con la medicación que le daban y que, además, alteraba sus sentimientos. “Yo no tenía depresión, que es cuando, por decirlo de alguna forma, no sientes. Lo que a mí me pasaba era que sentía demasiado y si me das una medicación que me hace sentir más aún, me destruyes”, asegura.

En medio de todos los ataques de su padre debido a que no asistía a clase por su enfermedad y a su incapacidad para ser feliz, se saturó. “Fue llegar a casa e irme directamente a la cama”, asegura. Pero su hermana se asomó por la puerta para ver como estaba y, a pesar de que le respondió, notó algo extraño. “Volvió a mi habitación y se dio cuenta de que algo andaba mal, así que me llevaron al hospital”, recuerda.

Al día siguiente murió su abuela, la madre de su padre, lo que afectó mucho al hombre: “Por un lado estaba lo que me acababa de hacer a mí misma y luego la muerte de mi abuela. No le dejaron venir a verme”. Ese mismo día recuerda que desayunó un yogurt, le cambiaron la medicación sin decirle nada y, de repente, ya estaba fuera del hospital.

La tercera ocasión, nuevamente con pastillas, asegura que realmente su objetivo no era matarse: “Simplemente no quería despertar nunca, así que cuando lo hacía me tomaba una pastilla y así constantemente. No quería morir, pero tampoco me importaba que esa fuera la consecuencia. Al final me di cuenta de que el bote de pastillas estaba vacío y llamé para pedir ayuda”.

Le hicieron un lavado de estómago, recuerda que vomitó negro después de todo lo que se había metido en el cuerpo. “Y otra vez lo único que hicieron por mí fue cambiarme la medicación y mandarme a casa. Ni siquiera me derivaron con una psicóloga o agendaron citas con el psiquiatra”.

Todo oscuro

La pregunta que todos nos hacemos cuando escuchamos un testimonio de este tipo es: ¿cómo se llega hasta este punto? Silvia asegura que esto sucede cuando “no ves nada bueno”.

“Imagina que no estás bien con tu familia, con tus amigos, con tu pareja... Con quien sea. Llega un punto en el que no ves nada más allá en los momentos que tienes para pensar. Te preguntas si será así siempre y, al sentir que sí, piensas que pasar toda la vida sufriendo no merece la pena y que es mejor no vivir”, explica.

No es extraño sentirse alejado de este tipo de situaciones ya que, las personas que se ven en ellas no siempre hablan por miedo a que las juzguen o acusen de querer llamar la atención. Es así como el suicidio se ha convertido en una realidad silenciada que, a pesar de estar presente, prefiere no mirarse directamente a los ojos.

“No es tan difícil llegar a ese extremo. Hay tantos estímulos negativos a nuestro alrededor que acabar desmoronándose es lo natural. Te pueden hacer daño por demasiadas vías”, reflexiona. En la actualidad no solo pueden atacarnos cuando salimos a la calle, sino que los problemas nos persiguen a casa y se manifiestan en nuestros teléfonos por medio de las redes sociales.

Salir del pozo

“Después de que intentas suicidarte, de repente toda la gente que te estaba haciendo daño te trata bien”, asegura Silvia. Las cosas a su alrededor mejoraban con cada vuelta del hospital y, durante unas semanas, parecía que era posible recuperar la normalidad y ganas de vivir.

“De repente se te ocurre llamar a alguna amiga que, aunque no lo creas, siempre había estado ahí esperando a que quisieras hablar con ella. Pero, claro, al principio no cuentas nada, ya que lo que menos quieres es que la gente se entere”, explica.

Pero no todo dependía de su entorno, que se dulcificaba solo cuando ella lo asustaba: “A mí lo que verdaderamente me ayudó fueron los profesionales de verdad que estuvieron conmigo. En mi último intento llamé a la psicóloga que me atiende ahora y ella estuvo conmigo”. Porque, bajo su experiencia, los profesionales de la salud mental no siempre lo son tanto.

“No hay suficiente atención psiquiátrica ni psicológica por la seguridad social. Son demasiado pocos y están siempre hasta arriba de trabajo, por lo que llega un punto que es hasta absurdo. Yo recuerdo asistir al psiquiatra para que me cambiara la medicación para dormir porque me daba pesadillas. Me lo encontré bajando en el ascensor y se lo comenté, así que allí mismo sacó una receta del bolsillo con el nombre de otra medicación sin hacerme más preguntas. Dan pastillas como si fueran caramelos”, asegura.

Una vez estuvo atendida por los profesionales adecuados, que asegura que tuvo que pagar ella misma, empezó a poner toda la fuerza de voluntad posible para recuperar las ganas de vivir. “A mí, mis seres cercanos no me apoyaron ni ayudaron y, cuando tienes mucho ruido fuera, el ruido de dentro no se oye –explica–. Puse una fuerza de voluntad que ni yo misma sé de dónde saqué”, asegura.

Para ella los porcentajes están claros: la actitud es el 80%, la terapia el 15% y el 5% la ayuda de la medicación. Reuniendo todos esos requisitos y con una buena compañía, salir de esa situación se vuelve un poco más sencillo: “A veces una solo necesita gente que la distraiga de sus problemas. Personas que se acuerdan de ti y tienen detalles contigo que, aunque parezca que no tienen importancia, demuestran que no te han dejado de lado”.

Prejuicios

A pesar de todas las campañas de sensibilización que hay detrás, las personas con intentos de suicidio viven con miedo a que la gente las reconozca. “Hay algo que hacen muy bien. Cuando te ingresan por esta causa no lo ponen tal cual en tu expediente para que no tengas problemas más adelante”, comenta Silvia. Es por eso que en el suyo pone que fue ingresada por estar nerviosa.

Este estigma también hace que pedir ayuda resulte mucho más difícil, ya que hacerlo puede suponer que las personas tengan otra vía por la que hacerte daño. A este hecho se le suma que la persona que manifiesta estar teniendo pensamientos suicidas no siempre es tomada en serio, ya que muchas veces se la acusa de estar intentando llamar la atención de los que la rodean.

“Yo no es algo que vaya contando, es muy personal. Pero ya llega un punto en el que no le doy tanta importancia a decirlo y la gente a la que voy conociendo que se vuelve importante para mí sí que lo sabe”, asegura.

Al final, esos hechos que muchos definirían como traumáticos a ella la han marcado y hecho ser quien es hoy en día. Intentar olvidarlos enterrándolos con el paso del tiempo es una opción, pero no siempre es posible con los hechos que, al final, te marcan para toda la vida. “No me arrepiento de haber sobrevivido”, decide finalmente.

En Galicia casi cada día del año una persona decide quitarse la vida

Los suicidios en la comunidad gallega van en aumento. Según los datos del Instituto de Medicina Legal de Galicia, durante 2022 fueron 340 personas las que decidieron quitarse la vida: el 60,59% eran hombres y el 39,41% mujeres.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el suicidio como un acto deliberadamente iniciado y realizado por una persona en pleno conocimiento o expectativa de su desenlace fatal.Las altas cifras por este tipo de muerte han hecho que la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP) y la OMS organicen el Día Mundial de la Prevención del Sucidio, que se celebra hoy.

La prevención del suicidio no es solo una tarea de concienciación, sino que también tiene detrás la necesidad de un sistema de sanidad público que aporte los servicios necesarios a los ciudadanos. Según la OMS, cada 100.000 habitantes lo óptimo es que haya 18 psicólogos y 18 psiquiatras. En Galicia, sin embargo, en el Sergas tan solo están registrados 128 psicólogos y 107 psiquiatras. Estos datos reflejan que, para cada 100.000 habitantes, hay tan solo 4,74 psicólogos y 3,96 psiquiatras.

Esta es una de las quejas más habituales en la ciudadanía que intenta acceder a los servicios públicos destinados a la salud mental: la falta de profesionales, que tiene como consecuencia que las citas sean dadas cada mucho tiempo y se dificulte el seguimiento de los distintos casos.

Tareas de prevención

En Galicia la prevención por parte de distintas asociaciones está muy presente. Por medio de esta se busca darle visibilidad a este problema de salud pública e intenta desestigmatizar el hecho de que una persona pueda tener detrás una tentativa de suicidio.

En Galicia ya hay programas como Conecta coa vida, financiado por la Consellería de Sanidade y llevado a cabo por Saúde Mental FEAFES Galicia, “buscando ofrecer información y asesoramiento sobre el suicidio a toda la población, partiendo de la base de que el silencio que rodea al suicidio produce un aumento del estigma, la desinformación, la incomprensión y dificulta el acceso a las medidas de prevención”.

Y es que si una persona se siente juzgada en un momento en el que considera que su vida no tiene valor, no es capaz de acudir a los sitios necesarios para que le presten ayuda. Eliminando el estigma y sensibilizando a la población es una forma de prever la muerte de esas personas que no están seguras de manifestar su malestar y cómo se sienten con respecto a la vida.

Desde las asociaciones de salud mental piden “programas preventivos que deben implementarse desde la cooperación entre las diversas disciplinas de las ciencias de la salud y de las ciencias sociales”.

El programa FALAMOS? de la asociación Andaina Pro Saúde Mental, tiene todo esto en cuenta para llevar a cabo tres líneas de acción: “Formación de profesionales del ámbito sociosanitario, acompañamiento de las peronas y grupos vulnerables e información y sensibilización social sobre la prevención de la conducta suicida”.