Opinión | Buenos días y buena suerte

23 de abril, libros y sol

HOY es una de las pocas fechas laicas reconocibles a primera vista en el calendario. El Día del libro tiene una larga tradición y los ecos cervantinos nos llevan hoy a Alcalá. Aunque es cierto que no siempre fue así, hace casi cien años que se acordó celebrar la fiesta libresca en primavera, por la cercanía, ya lo saben, entre las fechas de la muerte de Cervantes y William Shakespeare, y también la del Inca Garcilaso. No entraremos ahora en el viejo debate de los calendarios, que afecta a los grandes genios o príncipes de las letras, el autor del Quijote y el bardo de Stratford-upon-Avon, porque, después de todo, poco importa. Sabemos sí, con casi total seguridad, que ni uno ni otro murieron un 23 de abril: Cervantes murió el 22, un día antes, y Shakespeare, presumiblemente, a principios de mayo. Pero esa atmósfera de genialidad sobrevoló las tumbas de ambos en 1616, y así lo celebramos hoy.

No han faltado los que especularon con la posibilidad de que ambos literatos se hubieran cruzado en alguna parte, y alguna ficción existe al respecto, por más que Cervantes fuera, por gusto o por disgusto, siempre según los casos, un afamado viajero. No parece que don Miguel tuviera noticia, pero seguimos admirados con la influencia que en Shakespeare sí pudo tener el personaje de Cardenio, cuyo tratamiento dramático por el de Stratford, junto a John Fletcher, pudo perderse en el gran incendio del teatro Globe. A ello contribuyó, quizás, la primera traducción del Quijote por parte de Thomas Shelton en 1612, a la sazón una de las mejores (de las muchas y muy buenas versiones que existen de la novela cervantina en el idioma inglés). 

Ese polen literario que sobrevuela ambas vidas paralelas quizás nos depare aún algunas sorpresas en el futuro. Aunque, a decir verdad, ni de uno ni de otro sabemos demasiadas cosas, y eso es precisamente lo que los convierte en fieramente atractivos. Cervantes, con sus lados oscuros, como oscuras y enigmáticas son las referencias de un Quijote que a ratos parece gallego, leonés o sanabrés, según las pistas y el rastro que dejan las palabras, para satisfacción y gusto de todos, que lo reivindicarían con gusto. De Shakespeare es tanta la oscuridad, que ni siquiera sabemos si él es él, o más bien otro, de los Shakespeare de Stratford, o algún intelectual experto en latines, sea Bacon o el quizás sólo aparentemente muerto Marlowe, autor de ‘Fausto’, al que una historia pretendidamente apócrifa sitúa como un espía huidizo en Europa, experto en inteligencia de la Reina Isabel I. ¿Volvió Marlowe bajo el nombre de Will a deleitar a los londinenses en los teatros del Támesis? Nada de esto parece probable, y las últimas teorías aseguran que Shakespeare es Shakespeare, sin más, genial autor, actor de reparto y negociante hábil, herido por la muerte prematura de su hijo Hamnet, del que tan bellamente ha escrito Maggie O’Farrell. Ella, también, imprescindible. 

Hoy, San Jordi, libros, rosas y sol, la literatura bebe con gusto de esos atractivos enigmas biográficos y no celebra la muerte de los genios, o príncipes de las letras, sino su eternidad. Libros, sol y rosas, en esta primavera febril que estalla en los jardines, en tiempos digitales en los que, sin embargo, dicen que vuelve lentamente una pasión por los viejos papeles. ¿Lo habré soñado? 

Y cómo no, no he de pasar adelante sin mencionar a ese Cervantes contemporáneo, enjuto de talle, de barba blanca y humor lacianiego ahormado en largas noches de invierno y filandones, que hoy será premiado con infinita justicia ente los dorados muros de Alcalá: Luis Mateo Díez. Príncipe de las letras, como le llamó su amigo, el gran José María Merino, otro quijotesco sin par. Hoy hablará Luis Mateo del antepasado reencarnado en él, como quien conoce de cerca las aguas virtuosas de la fuente de la edad, las que nos dan la eternidad de las historias, en las que vivimos y permanecemos para siempre. En esa fuente prístina de la literatura se recrean la imaginación y el extravío de los hombres, lo que nos hace locos y geniales.