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1998 y los Reyes charros

LAS PORTERÍAS del Helmántico siempre me sedujeron. Supongo que el singular arco curvo que formaban sus caños traseros, esos que sujetaban palos y travesaño, deleitaba la visión casta de un niño de 12 años. Supongo que ese niño empezaba a entender que las formas contoneadas eran mucho más sugerentes que lo cuadriculado y convencional. Y supongo que dentro de aquella inconsciencia, la excitación generada por el fútbol era lo que más se podía acercar al desconocido orgasmo.

Cuando se tienen 12 años se empieza a vislumbrar la estúpida frontera que divide la inocencia del maniqueísmo. Pero no se cruza. Se prefiere continuar recorriendo las calles tomado de la mano de quienes aún piensan por ti, sobre todo cuando es Navidad, porque en Navidad hay regalos y chocolate con churros. Y es ahí cuando todavía no se tiene la constancia de que todo tiempo pasado fue mejor, porque en el momento que fijamos nuestros primeros recuerdos, no tenemos con qué compararlos.

Fue esa la razón por la que en mi primer año en las Carmelitas y ya con pelos en el bigote perjuré ante el tribunal de la clase de 6ºB que creía en los Reyes Magos. Lo hice para mantener vivas en mí muchas llamas, entre ellas la que se resistía a creer que la epifanía no era más que una pantomima y que los Reyes Magos eran los padres.

Fue en ese mismo año 1998 cuando se produjo mi última Noche de Reyes como creyente. Como niño. Y fue memorable porque además de regalos y chocolate con churros había fútbol en El Helmántico y sus rollizas porterías. Y supongo que aquello era lo que más se podía acercar al desconocido orgasmo.

Cuando tenía 12 años no había otra forma de consumir deporte que no fuese con papá porque cuando tenía 12 años había fútbol en abierto para los pobres. Antena 3 brindó a toda España uno de esos episodios de David contra Goliat que parece que solo ocurren en el fútbol inglés. El Salamanca vencía al todopoderoso Barcelona con tres goles en los últimos diez minutos, dos de ellos del mítico Cuqui Silvani.

Eran otros tiempos porque en el Salamanca estaban Zegarra, César Brito, Bogdan Stelea. En el Barcelona, Sonny Anderson, Bogarde, Fernando Couto. En el Parma, Verón, Buffon, Sensini. En el Manchester United, Schmeichel, Solskjaer, Sheringham. En el Ourense, Bizarro, Kortina, Baba Sule.

En la NBA, Larry Bird era elegido mejor entrenador al mando de los Pacers de Miller. En Roland Garros vencían Carlos Moyá y Arantxa Sánchez Vicario. En un motor en el que todos los pilotos eran conocidos reinaban Doohan, Häkkinen y Mäkinen. En el mejor mundial de fútbol que recuerdo, Davor Suker fue el máximo goleador.

En las vetustas pistas de tenis de Santo Domingo, un padre y un hijo jugaban un partido cada domingo.

Y es en ese torrente de recuerdos en el que me rindo ante la incontestable evidencia, ahora que ya conozco más cosas, de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

06 ene 2022 / 01:00
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