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OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (4) Socio fundador, patrocinador en la etapa más oscura, aficionado devoto... y padre de un entrenador de ‘leyenda’ TEXTO Cristina Guillén

Manuel Rodríguez Iglesias: la lealtad desde el primer día

El Obradoiro CAB es un club especial. Un club que ha tenido su insigne lista de héroes, de valientes y osados personajes que han sido claves para que, pese a los problemas y a los obstáculos, la entidad haya llegado a sus 50 años de vida, pero también un club que ha contado con infinidad de personajes que, casi siempre desde una segunda fila, han resultado determinantes para empujar, alentar, ayudar y sostener cada uno de los proyectos... Porque hasta el más virtuoso de los jugadores necesita a su equipo detrás para acertar en la canasta definitiva.

Manuel Rodríguez Iglesias (enero de 1943, Santiago) es una de esas personas que nunca le han fallado al Obra. Se confiesa introvertido, excusa sin necesitarlo que sus obligaciones familiares y laborales también fueron definitivas para mantenerse casi siempre detrás del banquillo, insiste en que no ha aportado nunca más de lo que otros lo han hecho, pero su historia, como las infinitas historias que esconde esta entidad, habla de la profunda lealtad hacia “el club de mis amores”.

Y es que el compostelano es socio fundador, patrocinador en la etapa más oscura, padre de uno de los tres técnicos leyenda ya del club por longevidad, logros y aportación a la entidad, pero sobre todo un gran aficionado. “Pocos partidos me he perdido yo del Obradoiro en mi vida”, asume -ahora sí- con orgullo.

Hay que retroceder a la Compostela aún en blanco y negro para valorar este amor correspondido. “El baloncesto en Santiago estaba desorganizado. Tanto las competiciones como los clubes partían prácticamente todos del Frente de Juventudes y eso se quería dejar al margen porque empezábamos a tener nuestras ideas, no íbamos todos en el mismo carro”, apunta Manuel. “Además, una vez se acaba el deporte escolar, sin los colegios o institutos detrás para llevar a cabo las ligas, desaparecía todo como no surgiesen iniciativas para la actividad juvenil como fue la del Obra”. Insiste el compostelano en que Santiago fue “siempre una ciudad de baloncesto”. “Desde niño recuerdo al equipo de la SEU, con los hermanos, Chivi y Chavo, un cubano que se llamaba Santana que era muy bueno, recuerdo a Pardo de la Bazán que fue internacional con España, era muy fuerte, ¡como una torre! Recuerdo también unos Juegos Universitarios Nacionales en los años 60 con los partidos jugándose en la Quintana y recuerdo la final entre Salamanca y Madrid con la plaza atiborrada de gente”, añade y continúa: “Pero nosotros jugábamos en canchas de tierra como las que había en el Campus, nuestros partidos eran en la pista del colegio La Salle donde había la pista de verano de baile del Círculo Mercantil lloviendo incluso”.

Primeras reuniones. “La Salle tenía arraigo de equipo de baloncesto, Peleteiro también empezaba, el Instituto Gelmírez que estaba en la plaza de Mazarelos tenía otro foco, procedentes del Frente de Juventudes había otro y a partir de todos ellos, surgió la idea de hacer algo. Lo que nos unía era la afición a este deporte y nos juntábamos normalmente cuando acababan los partidos”, continúa el compostelano, que insiste en recordar que “la visión que hay ahora de la ciudad es totalmente diferente, son mundos distintos”.

“Hubo un intento por parte del Compostela de crear un equipo, fue una cosa muy efímera, en parte creo que porque estaba encabezada por gente que no se relacionaba con el baloncesto. A partir de esa fecha fue cuando ya Couceiro, Harguindey, Aller... toda esta gente hablábamos todos los días de hacer un equipo y así surgió el Obradoiro”, narra Manuel Rodríguez Iglesias que rememora con cierta nostalgia las reuniones en la Cafetería Royal que ejercía de “santuario del baloncesto”.

Resultaba imposible, aún con todos los condicionantes, permanecer ajeno a lo que allí se estaba gestando. “Desde niño tengo amistad con José Manuel Couceiro, jugamos al baloncesto desde pequeños, me relacionaba con todos ellos, pero en aquellas fechas ya estaba casado, tenía dos hijos, tenía obligaciones laborales y no firmo en el acta fundacional del Obradoiro. Éramos una serie de simpatizantes los que estábamos arropándolos y me incorporo con la categoría de Socio Fundador pero no participé en la constitución del club”, quiere dejar claro.

Un paso a un lado. “Tenía 27 años. Éramos todos muy jóvenes pero mi situación era diferente porque por ejemplo en el grupo había estudiantes, profesionales liberales, pero yo ya tenía mi familia y mi trabajo y no podía estar en esas frivolidades, entre comillas. Sin embargo me acuerdo perfectamente de ir a todos los partidos en el Gimnasio de la Universidad, cuando se construyó el pabellón de Sar porque la empresa en la que trabajaba tenía relación con la que construyó el recinto y lo vi desde sus cimientos hasta que se levantó e incluso hasta que se deshizo”, añade a su historia.

Y así fue como un grupo de jóvenes jugadores -“Yo no tenía ni condiciones físicas ni condiciones técnicas. Era malito, pero me gustaba el baloncesto, incluso jugué en San Sebastián cuando residí allí durante poco más de un año”, aporta con modestia- y simpatizante del deporte de la canasta en Santiago se reveló contra lo establecido y con el baloncesto como catalizador de sus ansias de dejar huella fundó el Obradoiro CAB un 5 de octubre de 1970.

En este punto, Manuel Rodríguez Iglesias es tajante: “Soy amigo de Couceiro desde la infancia, pero hay que reconocer que el Obradoiro CAB no se puede concebir sin él”.

A crecer. Y con la entidad ya en marcha, “todo comentó a crecer muy rápido”, desde los primeros partidos en el Gimnasio “donde cabíamos 30 personas en la balconada y una docena abajo en la banda, hasta que se construyó el viejo Sar. Ahí llegó el verdadero auge”.

Y ahí nacieron también gran parte de los mejores recuerdos de Manuel con el Obra. “La memoria no es uno de mis fuertes, pero no olvido a jugadores como Ricardo Aldrey, por ser de Santiago y de La Inmaculada, después como extranjeros me gustó mucho Thordsen, el puertorriqueño que era muy bueno, Stoczynski, y en la época de los nacionales Tonecho, Quino, Modrego, Andrés Caso, López Cid, Bernárdez... me pondría a recordar y la lista sería... Estaban también Collins, Nate Davis al que me hacía gracia verlo entrenar porque cuando todos hacían el calentamiento alrededor de la pista él lo hacía alrededor del círculo central. Pero después jugando él era un fuera de serie”, sonríe.

“Recuerdo un partido, no sé si era que nos jugábamos un ascenso o una promoción, en el que todos los encuentros tenían que empezar a la misma hora, pero por casualidad, intencionada -se ríe-, se estropeó el generador de la luz. De eso me acuerdo perfectamente”, porque sin duda esta anécdota pertenece al catálogo del sucesos extraños del obradoirismo.

“Me acuerdo del pabellón de Sar, de los Campeonatos de Europa con Petrovic, con el que estuve hablando cuando vino el año pasado, y en el que había muy buenos jugadores como Epi, López Iturriaga, Quino Salvo... y luego del Obradoiro hubo partidos también muy buenos”, añade antes de la reflexión: “Pero Sar creo que solo lo vi lleno en 2 o 3 ocasiones. Hay una parte de la afición de Santiago que es incondicional, pero hay otra, una parte muy grande, que se arrima solo cuando las cosas van bien. Pasa igual con el Compostela. Cuando jugamos en la antigua ACB se llenó, únicamente y no del todo, cuando vino el Real Madrid pero cuando vino el Barcelona o el Joventut había poco más de media entrada. Aquellas imágenes de la empanada y de la bota de vino eran casos muy concretos”.

Entonces Gonzalo ya comenzaba a acompañar a su padre, quizás tomando apuntes para lo que finalmente ha llegado a ser años después, pero sobre todo contagiándose por el amor incondicional hacia un club que no siempre ha puesto las cosas fáciles para quererle, envuelto en problemas internos y rompezacabezas económicos. Pero el Obra es especial, te atrapa, y gran parte de culpa en ello la tiene su afición de la que Manuel Rodríguez Iglsias, ahora sí, se declara entre los de la primera fila.

Un granito de arena cuando el objetivo era subsistir para seguir peleando hasta obtener justicia

Manuel Rodríguez Iglesias insiste en que “la historia hay que conocerla y el Obradoiro tampoco existiría ni sería lo que es sin Mato ni Docobo”. Por eso no lo dudó cuando tocó echar una mano en los momentos más duros del club. “Nuestra empresa familiar era muy pequeña y modesta y patrocinamos al equipo durante cuatro años... pero es que era de mérito lo que estaban haciendo”, justifica.

Como socio fundador nunca se desvinculó del día a del Obra, acudía a los partidos de las diferentes categorías donde apenas había una docena de espectadores y la relación con las gestoras y la directiva siguió vigente. “La verdad es que cuando vino el tema del argentino fue cuando más me vinculé no como directivo ni nada, pero sí iba a las asambleas en el Araguaney, en el Restaurante Ribadavia o en Compostela Monumental. Éramos veinte como mucho y de ahí surgió que en un momento dado Docobo me pidiera si podía patrocinar al equipo y, entre las modestas posibilidades de nuestra modesta empresa, lo hicimos. La única condición era que no se llamara Palmeiro Obradoiro sino Obradoiro Palmeiro”, subraya siempre anteponiendo su lealtad hacia la entidad. El patrocinio se mantuvo entre las temporadas 1997 a 2001 en la Liga Zonal y Autonómica.

Era una forma de poner otro granito de arena en la supervivencia de un Obra que, sin un equipo inscrito en una categoría federada, nunca tendría la opción de conseguir recuperar la plaza en la ACB arrebatada por la alineación indebida del Murcia. “Siempre tuvimos la esperanza de que se iba a conseguir. Una vez que entró la demanda en los juzgados estábamos convencidos de que iba a llegar el día en que se iba a resolver. ¿Cómo?, no lo sabíamos, pero con esa esperanza se vivía y era la razón de ser para mantener al equipo”, asume.

La alegría cuando por fin, aquel inolvidable 27 de noviembre de 2007 llega el sí definitivo, fue inmensa. “Fue una liberación decir ‘bueno, se consiguió’. Fue una gran satisfacción”, recuerda sin olvidar nombrar a una persona clave en todo el proceso: “La labor de Alejandro Otero cuando consiguió la documentación fue fundamental. Lo que fue nefasta fue la actuación de la Federación, tanto de la Gallega como de la Española”.

“Es una satisfacción tener a Gonzalo aquí, en casa, y en el equipo de mis amores”

Y llegó el momento en el que el socio fundador, el patrocinador y el aficionado incondicional se convirtió en el padre del entrenador, pero no de un entrenador cualquiera, sino del que bajo la dirección de Moncho Fernández -máximo responsable del cuerpo técnico-, y formando pareja como ayudante con Víctor Pérez, ha firmado los 10 años más exitosos de la historia del Obradoiro CAB en la elite del baloncesto nacional.

“Tengo cinco hijos: Manolo, Amparo, Gonzalo, Iago (que también fue entrenador de la cantera del Obra) y Marta (exjugadora en el CB Cluny), y siempre les dimos libertad para escoger sus aficiones. Supongo que a Gonzalo le entró el gusanillo porque venía a los partidos y en casa se vivía el baloncesto”, acepta Manuel.

Gonzalo militó tres temporadas tan solo en el club compostelano pues su etapa más amplia como jugador, e incluso como entrenador o compaginando ambas facetas, las desarrolló en La Inmaculada. Su primera gran experiencia como profesional de los banquillos llegó con su fichaje por el Archena y después por el CB Murcia hasta que, con Chete Pazo como director general, el Obradoiro lo recluta como técnico ayudante en la campaña 2010/11. “Es una satisfacción tenerlo aquí, en casa, en el equipo de mis amores, pero yo no soy tan emotivo en ese sentido y soy consciente de que hoy está en el Obradoiro pero mañana puede estar en otro equipo. Desde el momento en que entras a formar parte del círculo tienes que actuar en donde te toca y corresponda”, analiza. “Gonzalo es por una parte mi hijo y por otra el Obradoiro es el Obradoiro”, admite.

19 nov 2020 / 01:00
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