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Morné du Plessis, “an excellent chap”

una celta húmeda de 2,4 de alto por 2,1 de ancho con una esterilla de palma para dormir. Un castigo diario: picar piedra entre insultos y agresiones. Una visita y una carta cada seis meses. Esas eran las condiciones del reo 466/64 de Robben Island, un número perfectamente capicúa y terriblemente siniestro, que desvela que en aquel año, 1964, Nelson Mandela era el preso 466 del apartheid sudafricano.

Su objetivo fue luchar contra la segregación racial instaurada en 1948. Su sentencia, la cadena perpetua. En total fueron 27 años, muchos en condiciones deplorables. De vez en cuando, disfrutaban de alguna concesión como vestir pantalones cortos y jugar al fútbol, lo que les permitió “sentirse llenos de vida”.

Aquellas sensaciones lo llevaron a apostar por el deporte para la reconciliación de su país. Y lo hizo escogiendo a la selección de rugby, cuyos jugadores y aficionados eran eminentemente blancos y partidarios del apartheid. Los presos de Robben Island, eminentemente negros, animaban a todos los rivales de los Springboks.

El propio Mandela planificó en su celda boicots a las giras internacionales de la selección, que en aquellos años capitaneaba Morné du Plessis, con la mejor ratio de éxito de la historia: 13 victorias en 15 partidos.

Hijo de otro capitán de los Springboks y de la capitana del equipo de hockey, Morné nació hace ahora 72 años para ser un líder. Desde muy joven rechazó públicamente el apartheid, pero se lamenta de “no haber hecho alguna cosa que ayudase a mejorar la situación de los negros” en su condición de capitán.

Su purga llegó en 1995 cuando fue designado mánager de los Springboks, justo antes del Mundial que acogería Sudáfrica y para el que presionó para que Chester Williams, único jugador negro de la plantilla, fuese convocado.

Fue también Du Plessis quién llevó a los Springboks a la celda número 7 de Robben Island, la misma en la que Mandela los había boicoteado veinte años atrás. Allí, jugadores como James Small, encargado de frenar a Jonah Lomu, rompieron a llorar. La evolución de Small es la de todos los Springboks: de comprarse un arma por miedo a la venganza a aprenderse el himno negro Nkosi Sikelel. Todos comprendieron el precio de la unión. Días después eran campeones del mundo.

El mismo Du Plessis vetado por Mandela era ahora “an excellent chap”, como confiesa Carlin en su libro.

En aquella minúscula celda atiborrada de dolor, Du Plessis recogió el trabajo de Mandela contra la segregación para convertirlo en concordia. En aquella celda, los capitanes de la lucha contra el racismo y del deporte se abrazaron en torno al poema de William Ernest Henley: “No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

28 oct 2021 / 01:00
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