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Tonya o Surya, blanca o negra, Navidad al fin y al cabo

ES CURIOSO QUE cinco días antes de la Navidad se celebre el Día Internacional de la Solidaridad. Y digo que es curioso porque, por definición, viene siendo lo mismo. La pobreza que pretende erradicar el día de las Naciones Unidas es la misma que eligió Jesús al nacer en un pesebre, y ambas efemérides dicen que la igualdad solo será igualdad cuando todos tengamos los valores adecuados.

Las abarrotadas pistas de hielo que se disponen en las principales plazas y centros comerciales en estas fechas son un lugar que mucho tiene que decir acerca de esa igualdad. O, cuanto menos, de la lucha por conseguirla. Hablamos del patinaje artístico. Hablamos del color de la piel.

Con tres años de diferencia, Tonya Harding y Surya Bonaly fueron rivales y dos de las mejores patinadoras de la historia. Pero no fue sencillo para ellas. Con sus cuchillas debían ejecutar cada salto y romper los prejuicios de los jueces que las encasillaban en los lugares que creían corresponderles por ser blanca y negra, respectivamente.

Campeona de Estados Unidos en 1991 y 1994, Tonya Harding protagonizó una encarnizada rivalidad con Nancy Kerrigan. No lo tuvo fácil desde un principio. Nacida en el seno de una familia pobre, su madre trabajaba como camarera y cosía a mano sus trajes, puesto que no se podía permitir el costo de un deporte en el que todo era fastos y lentejuelas. Además Tonya fue víctima de su abuso físico y psicológico, siendo golpeada en repetidas ocasiones. En medio de este escenario, Tonya se preguntaba por qué los jueces siempre escogían la ejemplaridad de Kerrigan. “No eres lo que buscamos”, le decían. El sueño americano no podía apadrinar a una mujer de la White Trash -basura blanca-, pobre, republicana y ultranacionalista. Todo ello desembocó en uno de los episodios más violentos de la historia del deporte, con amenazas de muerte y ataques físicos, del que siempre se culpó a Tonya Harding.

Campeona mundial júnior y nueve veces ganadora del Nacional de Francia, Bonaly se quedó siempre a las puertas de un oro mundial. Nacida en Niza con el nombre de Claudine, sus padres afirmaron que había nacido en Reunión para hacer la historia más atractiva. Los comentarios inapropiados sobre su cuerpo musculado, su color de piel y su vestimenta eran la comidilla de la prensa. Llegó a denunciar “un sesgo racista” en sus calificaciones: “Tenía que hacerlo mejor que bien para ser aceptada”. Japón fue su penitencia y su redención. En los Mundiales de Chiba en el año 1994 se negó a subir al podio para recibir la plata tras una decisión injusta. Cuatro años más tarde, en los Juegos de Nagano, ponía fin a su relación con el patinaje amateur con un salto prohibido: un mortal hacia atrás aterrizando sobre una cuchilla. Lo hizo para enamorar al público.

Nancy Kerrigan, Surya Bonaly y Tonya Harding coincidieron en los Juegos Olímpicos de Albertville 92 y de Lillehammer 94. Kerrigan consiguió un bronce y una plata. Surya, un quinto y un cuarto puesto. Tonya, un cuarto y un octavo. Es el precio que hay que pagar cuando los vientos no son propicios. Y clasistas. Y no soplan por Navidad.

26 dic 2021 / 01:00
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