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A la Isla Bonita, con estimación y mucho aprecio

Así la llamamos aun sin saber ubicarla muy bien en el mapa. Es ese paraíso del que disfrutamos al verlo en una pantalla y más pisando su suelo o surcando sus aguas.

Ahí permanecen amigos, familiares o conocidos que han sufrido -sufren- por un desastre natural que ha trastocado sus proyectos e incluso el rumbo de sus vidas.

De allí, en mi caso concreto, me ha llegado un opúsculo que llamó mi atención hace tiempo y que, por el contenido, sencillez y sensatez que de él emanan, guardo con esmero.

Hace hincapié en sentimientos más que en criterios técnicos, dirigiéndose a músicos cultos de una ciudad ilustrada pero provinciana cuál era la Salamanca de fines del XVIII.

El civismo, las pautas de conducta y las reglas de urbanidad que hoy tanto importan a unos, como descalifican otros, tal como se apuntan en ese folleto, en muchos aspectos se mantienen inalterables y son fundamento para una sana convivencia.

En el título se declaran sus claves principales: Disertación sobre la estimación que se debe dar a la música y sus profesores. Motivos del poco aprecio que se hace de los músicos. Utilidades que los Señores estudiantes sacarían si la eligieran por su diversión. Por don Manuel Antonio Ortega. Con licencia: En Salamanca, en la Imprenta de Rico, por Manuel Rodríguez, y Manuel de Vega. Año de 1791.

De su autor, Manuel Antonio Ortega, poco más cabe decir que fue un reformista ético-musical como otros muchos.

Del opúsculo destaca la preclara visión de las bondades de la música, incluida la de su tiempo, y la mención a compositores nacionales y extranjeros cuyas obras comenzaban a ser sonadas. La intención es clara: concienciar para promover la reforma de la ética de los músicos del ámbito culto que acudían a actos públicos.

Las faltas de respeto visibles en este gremio pueden extrapolarse a las faltas de comedimiento que imperan ahora en este y otros colectivos.

Da por hecho Ortega el declive de la música de su época: (...) en estos tiempos, esta palabra ‘Músico’ parece que nos hace formar una vil y despreciable idea; parece un ‘Sambenito’, que hace sea despreciado quien lo es. Me llena de confusión, y no sé donde haya tenido su origen esta idea tan baja, y este concepto tan vil de la palabra ‘Músico’, siendo así que no es menor la recomendación que tiene esta facultad, por ser la más antigua de todas las Artes (pag.10).

Por ello propone un dodecálogo que no tiene desperdicio. Extraigo algunos párrafos, entresacados y normalizados al lenguaje actual solo cuando es preciso:

I. No vendan su habilidad a menosprecio, ni se vendan baratos, ni regateen su estipendio.

II. Cuando sean llamados y haya Loable sería mejor no fuesen; pero si van, no se muestren hambrientos, ni tomen con demasía, sólo lo que han de beber y comer allí, y esto con moderación, ni guarden nada.

III. No vayan a los Fandangos de Candil, Velón, o Vela de Sebo, pues (...) a esas concurrencias no va otra gente que la más ínfima y soez y lo que allí domina es la embriaguez, ignorancia y fanatismo (...)

IV. Cuando vayan por la calle o paseo, no vayan cantando, pues por esta causa se dice de ustedes que son locos.

V. Cuando estuvieren en algún sarao, no tengan una pierna sobre otra, no usen chocarrerías, ni otros dichos groseros.

VI. Ejecuten cuanto les digan (si saben) y no se hagan de rogar.

VII. Si estuviesen en conversación con algún sujeto no toque (si es cantor no cante) en cuanto se estuviere hablando, pues es contra buena crianza.

VIII. Cuando estén en algún Sarao u Orquesta, no toquen, ni enreden con los instrumentos, en cuanto estuviese la Orquesta suspensa, ni estén con aquella satisfacción como si fuese su casa, sino con modo y compostura.

IX. Si algún compañero se perdiese no se lo digan de modo que lo lleguen a entender los espectadores, si no es con disimulo y prudencia.

X. Cuando estuviesen tocando o cantando, no hagan gestos, muecas ni se echen para atrás como que se duermen, pues nada de eso es necesario, antes cosa bien ridícula.

XI. Si alguno, ya cantando, ya tocando, lo hiciese mal, no se rían ni mofen, que es faltar a la política y la caridad.

XII. No hagan cabriolas con la voz ni usen pasos de tonadillas y tiranas. No salgan al tiempo del sermón. Tampoco salgan a fumar en las Academias o Saraos después de principiada la orquesta.

Concluye el autor asegurando que si siguen sus consejos serán estimados, no solo de los juiciosos, mas aun de los groseros, por lo que no quedarán en las antesalas, ni tenidos por locos.

La persona que me proporcionó este opúsculo falleció hace años dejando una huella y legado inestimable.

A ella y a todos los canarios dedico estas líneas, con agarimoso afecto y el deseo de un pronto restablecimiento. ¡Su mal a todos nos conmueve: ánimo y adelante!

17 oct 2021 / 01:00
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