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Alcances y avances de ‘cobertura’

Veo, de refilón o parándome, los actos protocolarios -¡obligados!- de la real familia inglesa y la de sus «súbditos» y no deja de causarme asombro.

Todo medido, reglado, desde cada gesto y movimiento a todo traje o calzado. ¿Es normal a estas alturas del s. XXI en el que estamos? Normal, verdaderamente, no es el término adecuado, o eso parece y, sin embargo, pocos se despeinan ante tal ceremoniosa pompa de tan peculiar monarquía y la de todo un pueblo que la mantiene y sigue.

Hace remontarse a lejanas épocas, por las salvas, cañonazos, reverencias y hasta faldas escocesas. Pendones, banderas legendarias y obsoletas. ¡Qué despliegue !Y, a mayores, el compás melódico de trompetas alineadas e himnos con notas y letras que todos cantan.

Pasma que se televise y más aún saber que lo siguen en medio mundo. Un fallecimiento siempre es único. Tratándose de una soberana con tanta vida andada, conocida y querida, la singularidad se dispara. Además, cuanto sucede forma parte del eslabón de un relato que va configurando un nuevo episodio de todo lo que se sumará al final de los tiempos.

Varias preguntas asoman y se agolpan en la cabeza. ¿Por qué unos tanto y otros tan poco? ¿Cuestión de linaje o cuna o de suerte o fortuna? ¿Qué o quién se beneficia o pierde entre tanta peculiar escenificación de lo que se ve y, en general, se admira? ¿No estamos ante lo que para todos es semejante: vida y muerte? ¿Es un hecho histórico o un fenómeno mediático más de este siglo?

En estos tiempos en que se corre a todas partes, y no se llega nunca a punto, se vive a bocanadas, a impulsos, apurando pasos, galopando a veces, choca con el ambiente imperante que haya momentos, e incluso horas, en que todo simula detenerse. Parece ser el caso de este suceso: un instante alargado más de una semana.

Mi mente, como muchas, estuvo en Inglaterra, y por defor-
mación profesional y de currante docente, rememoró a un compositor que, sin ser inglés, ganó el favor de todo ese pueblo con sus soberanos al frente: George Frideric Handel (Halle 1685-Londres 1759).

Podría haber seguido el camino de cualquier músico de su entorno, componiendo bajo el dictamen o capricho de un patrocinador. Pero no: fue un «músico moderno» porque supo reconocer los gustos del público, amoldándose a ellos. No buscó tanto el favor de grandes mecenas, de los que, con todo, logró justo tributo: nobles, príncipes, reinas y reyes.

En Alemania se decantó por su propio deleite: el órgano y el clave fueron su pilar desde adolescente, contra el criterio de sus parientes. Tuvo suerte. Su destreza le permitió acceder al violín y el oboe, además de poder recibir lecciones de composición, armonía y contrapunto, mientras estudiaba Leyes.

Admitido en la selecta orquesta del teatro de Hamburgo, pronto realizó sus primeras óperas, agradando con Dafne y Florindo, por ej. Invitado por los Médici, en Italia, estando prohibida temporalmente la ópera, complació con sus sacras cantatas, salmos y motetes. De ahí su grandilocuente Dixit Dominus, monumental obra que si no han oído no saben lo que pierden.

Vinieron luego óperas italianas, como Rodrigo, o con ballets a la francesa, como Ariodante, hasta que ascendió como músico del príncipe George de Hannover, pretendiente al trono de Inglaterra y un apasionado de la música, que ostentó la corona de Gran Bretaña.

Se instaló en Inglaterra a las órdenes de Anne, última soberana británica de los Estuardo y buena melómana que gozó de ceremoniosas piezas encargadas a un extranjero, cual era Handel.

Ahí medró por su éxito como empresario, volcado en reclutar los mejores artistas italianos, lo que le catapultó a la dirección de la Royal Academy of Music londinense. También corrió a su favor la suite Water Music, realizada para llevar al monarca en barca por el Támesis, tras supuestas tiranteces reales.

Para George II compuso los Coronación Anthems, obra brillante y jubilosa que, con letra de Tony Britten, asoma en el himno de la UEFA Champions League.

Convertido en gerente del Kings Theatre compitió con un público entregado a los italianos Porpora y Farinelli. Y, cuando su contrato expiraba, la suerte le sonrió nuevamente: pasó al frente del Convent Garden Theatre londinense.

Achacoso y convaleciente, se fue a Dublíny nos regaló TheMessiahy Fireworks music, betsellers que todos conocen.

Handel reposa en la abadía de Westminster tras una vida de aciertos y errores. Ahí mismo, Isabel II fue honrada y rezada: aunque real, no era eterna. La tarea realizada perdura, pero toda vida tiene un límite. Así sucede con la de todos, sean reyes, príncipes o mendigos.

El reverencial tributo y respetuoso silencio darán paso al vocerío. Y, el tiempo detenido, al frenesí de la vida.

¿«Histórico» o «mediático»? En nuestro siglo es cuestión de «cobertura» y de ser de «interés» para un «público» que no distingue o no cuestiona tal coyuntura. A veces, solo calla y mira, como Handel a su real huésped.

25 sep 2022 / 01:00
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