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Atrapados en el hielo

Hasta el 16 de octubre, la Dársena de la Marina de A Coruña acoge una exposición fotográfica sobre las expediciones a la Antártida, a comienzos del siglo XX, de Robert Scott y Ernest Shackleton.

El 8 de agosto de 1914, el irlandés Ernest Shackleton y su variopinta tripulación (marineros, carpinteros, mecánicos, médicos, científicos, cocineros y un fotógrafo) de 28 hombres, zarparon a bordo del buque Endurance (paciencia para resistir) con la intención de cruzar (lo que significaba recorrer una distancia de 2.730 kilómetros a través de la más inhóspita región del mundo) el vasto continente polar austral, la Antártida. El heroico viaje de Shackleton constituiría el último reto aún por alcanzar, la última expedición de la Edad Heroica de las exploraciones antárticas (1888-1914). Una historia plagada de peligros inimaginables, de aventuras, y sobre todo de una gran prueba de resistencia (física, mental y espiritual) para aquellos heroicos expedicionarios, dignos y modernos émulos de Juan Sebastián Elcano, el español que completó la primera circunnavegación del globo.

Gloria de Amundsen y tragedia de Scott. Schakleton perteneció al ejército de exploradores que, desde finales del siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX, se movieron por el mundo descubriendo y dibujando los mapas, todavía en blanco, de lugares ignotos. La conquista del Polo Sur, la Antártida (el continente helado) fue una de aquellas frenéticas carreras en que diversos países se afanaron por ser los primeros en llegar. En el caso de la Antártida, la tentativa definitiva la protagonizaron, a la vez, dos militares: el noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Scott. Finalmente, la gloria de ser el primer humano en pisar el Polo Sur correspondió al noruego Amundsen, quien el 16 de diciembre de 1911 izó allí la bandera de su país, regresando felizmente a su tierra a bordo del “Fram”, el mítico buque de la exploración polar. La tragedia recayó sobre el capitán Scott. Su heroica hazaña de llegar al Polo Sur se materializó el 17 de enero de 1912, pero ya era demasiado tarde. Hacía un mes que Amundsen había estado allí, como atestiguaba la flamante bandera de Noruega que había dejado como prueba de su logro. Scott y dos de sus compañeros de expedición, morirían –extenuados, por causa de congelaciones en los dedos de sus pies y acuciados por el hambre– durante su viaje de regreso, el 29 de marzo de 1912, último día en el que dejó anotaciones en su diario. En el momento de su muerte se encontraban a tan solo 20 kilómetros del depósito de víveres, combustible y ropa que podía haberles salvado la vida.

Fascinado por el misterioso sur. Sir Ernest Shackleton nació el 15 de febrero de 1874 en Kilkea (Irlanda) siendo el segundo hijo de una familia de 10 hermanos. Su vocación aventurera se manifestó muy tempranamente y de este modo participó en la expedición (1901-1904) de Robert Scott, al mando del Discovery (Descubrimiento) en el primero de sus intentos para alcanzar el Polo Sur. Así mismo, el propio Shackleton habría de ponerse posteriormente al frente de la expedición (1907-1909) Nimrod (fundador de Babilonia y nieto de Noé) oficialmente llamada Expedición Antártica Imperial Británica, en la que, el 8 de enero de 1909, a una altitud de casi 3.000 metros, Shackleton estuvo a tan solo 178 kilómetros de lograr su objetivo. Nadie hasta entonces había estado tan cerca como él de la preciada meta. Pero acuciado por el hambre, hubo de regresar para no morir en el intento. No obstante, a su vuelta realizó una precisa y valiosa cartografía del entonces misterioso continente antártico.

Ya en Gran Bretaña, cuando los periodistas le preguntaron sobre sus motivaciones para emprender tan arriesgadas aventuras, Shackleton respondió que desde su infancia se había sentido extrañamente atraído por el misterioso sur y que las partes inexploradas del globo habían ejercido siempre una fuerte fascinación sobre él.

Expedición a la Antártida en medio de la guerra. En su tercera expedición a la Antártida, la prensa se esforzó en mostrar a nuestro explorador como el único hombre del mundo que ignoraba que la más grande guerra (la Primera Guerra Mundial: 1914-1918) de la Historia había estallado en Europa. Pero en realidad, la guerra ya se había declarado cuando Shackleton inició (el 5 de agosto de 1914, fecha en que zarpó desde el puerto de Plymouth, rumbo a Buenos Aires) su tercera expedición a la Antártida. De hecho, el rey Jorge V intercedió personalmente para que nada fuese cambiado en el programa de Shackleton (oficial del ejército inglés) a quien hizo entrega de la bandera de Gran Bretaña, con el encargo de que regresasen con ella, sanos y salvos, todos los expedicionarios. Shackleton cumpliría fielmente la misión.

Un polizón a bordo. Ampliamente difundida a través de los periódicos la contratación de personal para conformar la tripulación de la expedición, Shackleton pidió a su segundo al mando, Frank Wild que le ayudara en la selección de los 26 hombres que la integrarían, de entre un total de 5.000 candidatos. La sorpresa fue que, a los tres días de navegación se descubrió a un polizón a bordo, el marinero de primera Percy Blackborrow, de tan solo 18 años, oculto en la bodega. Finalmente Shackleton, maestro en navegar a su favor los mayores contratiempos, lo admitió, no sin antes advertirle con humor: “¿Sabes que en estas expediciones frecuentemente nos ponemos muy hambrientos y que si hay un polizón disponible es lo primero que nos comemos?”

Perros para arrastrar los trineos. En 1914, un cargamento de 99 perros de diversas razas (terranovas, san bernardos, esquimales, lobos y perros lobo) salieron de Canadá rumbo a Londres para la expedición a la Antártida. De ellos fueron finalmente seleccionados 69, y a todos se les puso nombre propio, muchos de ellos de gente famosa y de la mitología (Hércules, Sansón, Amundsen, Caruso, Shakespeare...) y algunos con divertidos nombres, tales como Snowball –bola de nieve–, Slippery –Resbaladizo–, o Bummer –Gorrón–. Cuando la Endurance naufragó, los tripulantes hicieron en el hielo un alojamiento para cada perro, a los que llamaron Perriglús.

Escala en Vigo. El 30 de septiembre de 1914, el diario “La Correspondencia de España” Informaba: “Hoy [martes, 29 de septiembre] estuvo en Vigo el famoso explorador inglés Ernesto Shackleton, que se dirige a Buenos Aires para emprender una nueva expedición al Polo Sur que durará dos años. Este viaje es costeado por el Rey de Inglaterra con 10.000 libras esterlinas. Un millonario escocés ha dado 24.000 y las restantes, hasta 65.000, han sido donadas por particulares y patrocinadores. El célebre explorador ha sido saludado a bordo de su navío por varias personas, a las que ha hecho preguntas acerca de los barcos hundidos en esta bahía, al regresar de la India, en 1702, cargados de oro y plata, pues según parece, Shackleton tuvo propósitos de hacer trabajos para extraerlos, antes de organizar la expedición”.

Atrapados en el hielo. El plan de Shackleton y sus compañeros de exploración era navegar hasta el Golfo de Weddell, donde establecerían su campamento de invierno. Después, partiendo de su base sobre el helado mar de Weddell, en diciembre de 1914, Shackleton (acompañado por cinco de sus hombres) debería atravesar el continente helado y alcanzar la base del mar de Ross (que previamente debería haber instalado y abastecido la tripulación del barco de apoyo Aurora, al mando del comandante Mackintosh) en la primavera de 1915.

Sin embargo la Endurance había encontrado cada vez más dificultades para navegar entre los hielos. Desde el mes de febrero de 1915 la temperatura era inferior a los 10º bajo cero, lo que provocó que el buque se quedase atrapado entre bloques de hasta 40 toneladas de peso. El hielo se había cimentado alrededor y por debajo del barco y no era posible liberarlo. Comenzó entonces una penosa deriva de la Endurance hacia el norte, es decir, deshaciendo el camino recorrido. La expedición había fracasado.

Hundimiento de la Endurance. Tras una navegación de 700 millas a la deriva, incrustado como una nuez en el hielo flotante sobre el mar, en agosto de 1915 el casco del barco comenzó a crujir debido a las formidables presiones de las masas heladas, por lo cual los tripulantes no tuvieron más remedio que abandonarlo y acampar en la helada planicie. En septiembre los flancos del buque se arquearon, al tiempo que sus vigas, sus costillajes y el bauprés fueron reclinándose. Así, el 16 de octubre la Endurance quedaba volcada y partida por la mitad, sobre los hielos. La tripulación se aprestó entonces a sacar de la nave centenares de cajas, víveres, vestidos... Todo lo posible para la vida fue depositado en el hielo. Pocos días después, llegado el mes de noviembre de 1915, la fantasmagórica figura de la Endurance, desaparecía definitivamente, engullida por las heladas aguas, del majestuoso paisaje antártico.

Navegando sobre una banquisa. Tras el hundimiento de la Endurance, Shackleton y los otros 27 miembros de la expedición se encontraban perdidos sobre una banquisa de hielo, a casi 1.000 kilómetros de distancia de la tierra más próxima. Sin embargo, milagrosamente, el 16 de abril de 1916 consiguieron llegar todos, sanos y salvos, hasta la inhabitada isla del Elefante, del grupo de las Shetlands meridionales (al sur del Cabo de Hornos). Ocho días después, el 24 de abril, dejando en la isla a salvo, con víveres y ropa suficientes, a 22 de sus compañeros, Shackleton se embarcó en una chalupa de 6 metros de longitud, junto con otros 5 de sus hombres. Su propósito era llegar a la isla de Georgia del Sur (a 700 millas de distancia de la isla del Elefante) y solicitar ayuda. 15 días después, lograban –una vez más, milagrosamente– su objetivo.

Rescate en la isla del Elefante. Fiel al compromiso contraído con su rey Jorge V: regresar a Gran Bretaña con todos los miembros de la expedición sanos y salvos, Schakleton hizo hasta cinco tentativas para rescatar a sus compañeros, que le aguardaban en la isla del Elefante. En la última salió desde Punta Arenas (Chile) el 26 de agosto de 1916, arribando a la isla 4 días después. Shackleton había llegado justo a tiempo. Todos los hombres, los 27 que conformaban su tripulación, estaban sanos y salvos, pero en un estado de debilidad extrema. Habían transcurrido dos años desde que la Endurance zarpara desde el puerto de Plymouth. El mérito de aquel milagro de resistencia a la más extrema adversidad, se había debido a las extraordinarias dotes de liderazgo de Ernest Shackleton, quien supo mantener a su equipo cohesionado en todo momento, lo que hizo posible que superaran, juntos, los terribles obstáculos que se interpusieron en su tortuoso camino de regreso a casa.

La expedición Shackleton, de película. Como ahora, las grandes expediciones precisaban en aquellos tiempos de patrocinadores que las financiasen. Los periódicos eran los primeros interesados, pues poder contar en exclusiva una gran aventura, era una garantía de ventas a nivel mundial. Pero también la naciente industria del cine atraía cada vez a más espectadores. Como pionero que fue en muchos ámbitos, Shackleton lo sabía bien. Por ello contó con un gran fotógrafo, Frank Hurley, para que documentase gráficamente toda la expedición. Con este propósito, Shackleton dispuso que en la Endurance colocaran una plataforma, justo debajo del botalón de foque, para que Hurley pudiera filmar el avance del barco a través de las placas de hielo. Así, además del éxito que tuvieron en la prensa las espectaculares fotografías de Hurley, la magnífica película que rodó: La expedición Schakleton al Polo Sur, seguía proyectándose en las pantallas de cine aún en el año 1921 (5 años después del feliz regreso de sus 28 protagonistas) junto a películas de éxito, como The Kid (El Chico) de Charles Chaplin.

El último viaje de Shackleton. En medio de la expectación y el entusiasmo general, el 17 de septiembre de 1921 inició Shackleton una nueva expedición a la Antártida al mando del Quest, que habría de ser la última. En esta ocasión portaba víveres para dos años y contaba con el apoyo de dos hidroplanos. Sin embargo, el 29 de enero de 1922, la agencia Havas difundía desde Montevideo (Uruguay) la triste noticia: “El explorador sir Ernest Shackleton murió el día 5 de enero, a bordo de su navío, el Quest, a casusa de una angina de pecho. Los restos del explorador han llegado hoy a Montevideo a bordo del vapor noruego Profesor Grauved”. Sus restos mortales fueron depositados en una humilde tumba, marcada por un monolito de piedras, coronado por una cruz, al lado del mar helado, en la isla de Georgia del Sur.

“Elegí la vida por encima de la muerte para mí mismo y para mis amigos. Creo que está en nuestra naturaleza el deseo de explorar, de adentrarnos en lo desconocido. La única derrota verdadera sería renunciar a este deseo”. (Ernest Shackleton).

09 oct 2022 / 01:00
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