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Calasanz, el santo que creó
la escuela pública y gratuita

La primera escuela para todos y sin costes abrió sus puertas en Roma, en el año 1597, de la mano de San José de Calasanz, verdadero apóstol de la educación moderna .

Ahora que comienza un nuevo curso escolar, lleno de proyectos e ilusiones renovadas, sobre todo para los más pequeños y sus familias, bueno será recordar que en un muy lejano 1556, año en que moría en Roma (31 de julio) San Ignacio de Loyola, nacía (11 de septiembre) en la localidad oscense de Peralta de la Sal, San José de Calasanz.

Él habría de ser el verdadero fundador de la escuela pública y gratuita. Concepto pedagógico universal y puntal de los Derechos de la Infancia. Bien es cierto que la Historia (la de nuestro país, algo que ya no nos sorprende, también) le ha venido, tradicionalmente, negando dicha transcendental aportación al progreso de la Humanidad, atribuyéndosela –erróneamente– a la dieciochesca Ilustración y a la Revolución Francesa, cuyos actores estuvieron mucho más preocupados en teorizar sobre el derecho a la educación, que en materializar sus ideas en escuelas para todos, como sabiamente había hecho ya el pedagogo aragonés dos siglos atrás.

Y bastará, para corroborar lo anterior, recordar que intelectuales de la época y todavía en la actualidad tan mencionados en el campo de la educación, como La Chalotais, o el propio Voltaire, vertieron duras críticas a los Lasallianos por escolarizar y enseñar a leer y escribir a los niños pobres, en vez de enviarlos a aprender un oficio. Así mismo, el ginebrino Rousseau (autor de «Emilio, o la educación», y a quien Voltaire desacreditó como pedagogo por haber abandonado a sus hijos) o el pedagogo suizo Pestalozzi (autor de «Cómo educa Gertrudis a sus hijos») abordaron el tema de la escolarización de la infancia dos siglos después de que San José de Calasanz –en el transcendental marco histórico de la Reforma Protestante y la Contrarreforma Católica– abriera en Roma (en el año 1597) en la sacristía de la iglesia de Santa Dorotea, la primera escuela pública y gratuita que va a conocer el mundo.

También la UNESCO persistió en el error de pasar por alto la originalidad de la obra pedagógica de Calasanz, atribuyendo el mérito al filósofo checo Juan Amos Comenius, al que en 1957 (coincidiendo con el tercer centenario de la publicación de su «Opera Didáctica Omnia») llegó a calificar de “Apóstol de la educación moderna y de la comprensión internacional”. Y hasta el psicólogo y educador suizo Jean Piaget en su calidad, entonces, de director de la «Oficina Internacional de Educación» reincidía (olvidando por completo a José de Calasanz) en el error, recalcando “la originalidad prodigiosa del gran pedagogo checoslovaco Comenio”.

Sin embargo, la verdad es bien otra, pues Comenio apenas tenía dos años cuando Calasanz había iniciado su revolución pedagógica, cuya transcendencia iba a ser mucho más grande e imperecedera –pues ha llegado a ser universal– que cualquier otra de las que se hayan dado en la Historia de la Humanidad.

También resulta paradójico que el propio Piaget pusiera en evidencia el hecho de que siendo Comenio contemporáneo de Galileo, prefiriera aquel ignorar sus irrefutables investigaciones sobre el movimiento de la Tierra y el heliocentrismo, que en 1633 le costaron a Galileo ser acusado de herético y procesado por la Inquisición. Contrariamente, Calasanz no solo llegó a ser gran amigo del gran físico italiano, sino que también envió a su gabinete de investigación a sacerdotes de las Escuelas Pías, al objeto de que aprendieran de sus enseñanzas y transmitieran los conocimientos científicos adquiridos a los alumnos de sus aulas.

Y es que la búsqueda de la Verdad a través de la docencia, moviéndose en un puro cosmos católico, fiel al primer versículo del Evangelio de San Juan: “En el principio era el Verbo”, constituye la más innovadora y gran aportación de la pedagogía calasancia a la educación de la infancia. De hecho, en las Constituciones de la Orden religiosa de las Escuelas Pías, que él fundó, define al educador como “idóneo cooperador de la verdad”. Y como corolario, el lema de la Orden: «Piedad y Letras», cuya mejor definición la encontraríamos en la encíclica de 2009 del Papa Benedicto XVI: «Caritas in Veritate» –Caridad en la Verdad–.

Además, previendo –hace más de 4 siglos– la necesidad de que los Estados serían en el futuro los que habrían de asumir la tarea de la educación de los niños, en 1596 Calasanz propuso al Senado de Roma la creación de una organización de enseñanza gratuita a través de escuelas elementales subvencionadas por el Estado. Pero aquello, si bien les pareció admirable por cuanto de innovador tenía, también fue considerado fuera de lugar y hasta poco prudente para la república, pues como apuntó el filósofo italiano Tomasso de Campanella en 1631 en su «Libro Apologético contra los impugnadores de las Escuelas Pías», “un pueblo erudito no tolera fácilmente la tiranía ni es engañado por los sofismas y herejes como el indocto”.

San José de Calasanz falleció en Roma, el 26 de agosto (fecha en que es celebrado por la Iglesia) de 1648. Y por ser aragonés como él, discípulo de sus escuelas en Zaragoza y genio, también como él, en 1819 los escolapios del colegio de «San Antón» de Madrid encargaron a Goya un cuadro de su fundador. Cobrándoles menos de los estipulado: “algo ha de hacer el pintor por el paisano”–dijo Goya en el momento de entregarles el cuadro– el resultado del encargo fue una de las más destacadas obras del pintor de Fuendetodos: –«La última comunión de San José de Calasanz», actualmente en el colegio de los PP. Escolapios de Madrid.

Que Goya conocía bien la obra educativa de su paisano, lo demuestra el hecho de que en su cuadro, Calasanz recibe la comunión rodeado de niños, los cuales inspiraron su gran labor educativa. Niños que, con la candidez y bondad propias tan solo de la infancia, parecen despedirse de su entrañable maestro, José de Calasanz, al igual que lo hace en la película de 1939, dirigida por Sam Wood, un alumno de su viejo maestro. En la última escena, al entrar en su despacho, el joven ve que el anciano, sentado y apoyada su cabeza en la mesa, se está durmiendo (era aún lo bastante niño para no darse cuenta de que, en realidad, su viejo profesor se estaba muriendo). Cuidadosamente, el niño busca la puerta. Pero antes de salir se vuelve hacia él y con cara enternecida le susurra: “¡Adiós, míster Chips!”.

04 sep 2022 / 01:00
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