Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Concilio de gaviotas

    Este asunto me lo cojo, incluso antes de que pueda tirarlo, con papel de fumar. O no, porque los asuntos no son nada y lo del papel de fumar es otra cosa -yo no fumo- que hay que tener cuidado con el lenguaje. Según una ilustre y Karina colega venezolana que acaba de mostrarse tal cual y sin saber mucho del diccionario devoto, pero ahora mismo menos, porque no “trabaja” el Nóbel... Pero tampoco se lo habían trabajado ni Proust ni Kafka, creo que tampoco James Joyce, y no acabaré nunca de leer sus ofrecidas y a veces traducidas obras, y si leer las “cosas” normales de Joyce, “Ulises” incluido, cuesta un riñón, imagínense los bocaditos pausados de “Finnegan Wake”, que nació para sonnífero tomado en dosis milimétricas.

    ... No estoy loco. Pero, de repente, creí que lo estaba cuando escuché la noticia de que el ministro del ramo había donado cien millones de euros para repartir en lotes de quinientos euros, apertura gozosa para los cumplidores de la mayoría de edad un día de estos, coincidiendo con un botellón. Desde que mi amigo Manolo Sánchez del Bosque, me chivó que su tío, canónigo de la catedral de Ávila, había fallecido de doble o triple pulmonía mientras cantaba maitines en un enero glacial y, además sin estrenar la flamante prenda afelpada que le habían regalado los sobrinos sìn haber entrado aún en el invierno- y en el coro y ya en enero de alguno de aquellos años cincuenta cayó el pobre doblado, -“murió de oficio divino”, comenté yo para mis adentros y... me regaló la dulleta -y todo por no estrenar la prenda de abrigo que podía inducir al congelado cuerpo a sensaciones de abrigo... Pues eso: desde entonces dediqué largo tiempo a calibrar cual sería el efecto del título de mi novela “sin remedio”, si en vez de “La caza del cordero”, la titulara “Murió de oficio divino”, mucho más crudo y definitivo para su alma.

    Deseché el cambio de título; demasiados años cazando al pobre e inocente cordero que fue mi padre y su terrible historia de pánicos nocturnos... Manuel vivía en el Centro Teológico de Colmenar Viejo, y tampoco el clima tenía motivos para envidiar al frío de la ciudad amurallada de Ávila. Así que el día que tuve que ir a Galicia en el Shangai, me encontré en mi pequeña maleta lo inesperado: Manuel me había escondido la dulleta sin estrenar en mi equipaje, que fue una manera sencilla de decirme: Protégete con ella de los fríos, que ya verás... los fríos del mundo.

    Por volver un poco a mis asuntos habituales, tengo que aclarar que las gaviotas, permanentes vecinas, me dan alguna murga los jueves de amanecida; aún sin luz natural, sobre las seis o seis y media, de acuerdo con la densidad del cielo sobre la visión del paisaje tras el cristal, haciendo fintas increíbles y saludan de cerca, comienzan a merodear... Pero yo no quiero griteríos y las dejo que se exhiban, es decir, las vigilo pero no entro en diálogo con ellas, que es su ambición, seguro, estoy casi convencido de que quieren que acuda al consejo que celebran cada semana, sobre el tejado nuevo de mis vecinos y amigos que cultivan tojos. Es una manera de decir que, de mi edad más o menos; el padre se lo toma con un poco de paciencia y, poco a poco, cuando llega la temporada, talan el tojo casi seco y duro, de poda que para mí sería intento vano.

    Cuando bajo la persiana, porque el sol me cegaría si no lo hiciera y, tras el consejo celebrado por una representación nutrida sobre el tejado del vecino, se mezclan los chillidos ya en expresión libre. Las dejo que se acerquen en sus juegos. Pasan dos o tres veces por delante del cristal... Y ahí está la trampa en la que alguna vez ha caído una de ellas cuando mete la directa y se ciega y duda y se estrella contra la dura cristalera, inamovible, que brilla y ciega, del cristal fijo y cerrado del chaflán.

    Ahí sí que no puedo echarles una mano. Me gustaría asistir a uno de sus plenos y entender las discusiones que algún líder regula y dirige con absoluta naturalidad. Hace años que no asisto a ninguno del Ayuntamiento. No guardo buen recuerdo de los últimos.

    Al fondo, el sol rompe la visión con su exceso de luz. No conozco ningún cementerio donde el sol prevalezca todo el día -hoy, por ejemplo, nueve de octubre-, que haya asistido al jolgorio de las gaviotas -debió de ser de puro trámite- que se hayan despedido con evidente alegría, moviendo los aplausos con sus alas, y que hayan dejado caer sobre mi trabajo un manto de silencio tan hermoso. ¿Cómo se llama este silencio? Acabo de apagar la música de Grieg, la segunda suite de “Peer Gynt” para que se sumen también a la emoción y silencio del fin.

    Hoy, qué paz, me he quedado vacío de emociones y también de... de voces que me advertían que debía seguir. No sé. No es fácil tirar por la borda el hábito de la palabra. A lo mejor dedico el tiempo, parte del futuro, a aprender el lenguaje de las gaviotas.

    Preguntaré en la escuela de idiomas, y, si no es muy caro el curso...

    31 oct 2021 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito