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Cuando el eco no te devuelve el grito

Hace 24 años, Pedro Gonzales nace en Brasil. A los siete años, se muda a Alemania con su madre y sus hermanos para buscar nuevas oportunidades. Siempre fue un niño bueno en primaria, pero en el instituto se le complicaron las cosas. “Me volví́ malo”. Simplemente eso. A veces la maldad se apodera de un cuerpo adolescente con acné́. Pedro encontró́ malas compañías en su camino que le ofrecían premios muy tentadores: grandes cantidades de dinero. Para un adolescente de 17 años no parecía un problema, era una oportunidad. Y empezó la mala suerte.

“Durante aquellos años no era capaz de conectar con Dios, se sucedían en mi vida tentaciones. Todo el rato. Era una constante”, dice rememorando unos tiempos que son, sin duda, oscuros para él. Tras una serie de catastróficas desdichas, Pedro cometió́ delitos más graves que las juergas adolescentes. La policía le buscaba por robo de una cantidad importante de dinero. “Mi primer delito grave fue robar en casa de mis vecinos y, a partir de ahí́, me metí́ en un bucle espantoso”, confiesa. A Pedro, un chavalito de apenas 19 años la situación se le “hizo bola” y decidió́ escapar de los cacos. Se fugó́ a varios países como Bélgica o Austria, hasta que le pillaron en Alemania. “La verdad, me puse muy feliz de que me cacharan. Sabía que me lo merecía. Yo no podía seguir malviviendo de esa forma”, asegura el joven.

Escapó durante cuatro meses y fue capturado en la ciudad donde creció́ en Alemania (un lugar hermoso, con un lago enorme, según Pedro -se refiere a Schwerin-). Recuerda su detención como la oportunidad de viajar en primera clase con los pies calentitos, y sentirse seguro, aunque fuera solo por un rato. Después le esperaba un año y medio de cárcel.

La prisión. Pedro pasó́ un año y medio en la cárcel mientras el mundo exterior sufría una pandemia mundial. El “coronita”, así le llama él en español, fue un rumor vago que apenas recuerda. La cárcel es un aparte, una careta que aísla, con sus normas propias y sus rutinas sofocantes. Pero, aunque haya más reglas que nunca, el mundo de prisión es una jungla. A veces, Pedro compartía celda con otros presos, los que entraban nuevos, pero la mayoría del tiempo tenía su habitación propia -como Virginia Woolf- en la que desarrolló́ todo un mundo interior. “No sentía miedo, aunque al principio fue muy difícil y tuve muchas emociones que gestionar, pero me refugiaba en Dios, aunque no de forma completa”, asegura. Pedro tuvo que lidiar con sus problemas de adicción a la pornografía para sentirse más cerca de su Fe y poder soportar ese año y medio entre rejas. “Ahora ya no consumo ese tipo de contenido, ni siquiera me masturbo, no es una práctica acorde con mis creencias”, relata.

¿Cómo es la cárcel en realidad? “Es como gritar fuerte en medio del bosque y que el eco no te devuelva el grito. Así́ la siento yo”, analiza Pedro. Compara la prisión con el ajedrez, su juego de mesa favorito, donde necesitas una estrategia para sobrevivir. Pues tanto de lo mismo.

Pedro solo se metió́ en dos peleas durante su tiempo en prisión. Una de ellas fue una riña dentro de su grupo de lectura de la Biblia. “No creo que el ser humano sea violento por naturaleza, pienso que se corrompe por el entorno”, asegura, “por eso intento hacer ahora las cosas mejor y evitar las tentaciones”.

Además de estar separado de su familia, Pedro ya mantenía una relación sentimental con su actual esposa. Ella le visitaba dos o cuatro veces por semana. Se quedó́ embarazada de otro hombre, aunque decidió́ no tener el bebé. El amor sufrió́ heridas durante ese año y medio, pero sobrevivió́. Tras su etapa en la cárcel, tuvo problemas con sus papeles y le deportaron del país. No puede volver a Alemania en tres años. Tres años separado de su mujer y su familia. Tuvo que emigrar a España y empezar de nuevo, pero tenía Fe.

Jesusis King. Su familia es evangelista. Él no cree en las religiones, solo en la Fe como un acto íntimo entre la persona y Dios. Fue tras salir de la cárcel y llegar a casa de su abuela en Pontevedra, cuando reconoció́ en su interior una conexión con un ente más profundo. “Siempre leía la Biblia con mi abuela y con mi primo, era muy bonito. En aquella época yo no hacía nada, solo fumaba hierba. Siento que llegó́ Dios para sacarme de ese mal camino”, confiesa emocionado. Rezaba con su yaya y su primo de una forma sincera y honesta, que le hacía sentir distinto. “No quiero volver a abrirle la puerta al Demonio”, asegura.

Pedro vivió́ una etapa en Portugal, en unas chabolas. Recuerda eso como una memoria oscura, turbulenta: alcohol, muchas prostitutas y violencia. Dice que encontró́ a Satán en un hombre que intentaba tentarle constantemente, atraerle el pecado. Él huía. En ese mismo viaje, Dios apareció́ en una mujer anciana que le recitó́ un versículo de la Biblia que hablaba de la tentación (“Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá́ la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman” Santiago 1:12). “Dios se aparece en diferentes personajes, que son su imagen, para intentar enseñarnos cosas. Quizás en este caso fue la manera que tuvo de alejarme de la manzana”, reflexiona.

El presente: música, Guaraná y abrigos anchos. En Pontevedra con su yaya, Pedro trabaja en un Kebab, aunque por poco tiempo. Ser negro y ex convicto no es una buena combinación para la búsqueda de empleo y oportunidades en este país, pero él cree firmemente en la reinserción social. Uno de sus sueños es dedicarse a la música (aquí́ su proyecto), pero sin perder sus objetivos vitales. Le gustaría que la gente conectase con sus ideas, dejando el resto al margen. “El hecho de ser humano es un negocio en sí mismo, uno tiene que trabajar y pulir su ser”, comenta Pedro. A él le gustaría relacionar su carrera musical con su espiritualidad, crear su arte para Dios. Le interesa el gospel y sus variantes.

De pequeño no le gustaba el colegio porque sentía que no le aceptaban y nadie le tendía una mano cuando estaba en apuros. Ahora él se la tiende al resto: “ven a mí farmacia, que no es lo que pensáis- bromea- para mí́ la única píldora que funciona es la Fe y no cuesta nada de dinero”. Ahora es un tipo tranquilo y optimista, aunque esa característica asegura tenerla desde siempre, al igual que alardea de su sentido del humor. Ese humor lo utilizó muchas veces como estrategia para afrontar los problemas y tomarse la vida con filosofía.

Abstemio por convicción, siempre lleva en la mano un Guaraná Antarctica. Le encantan los abrigos flojos y llevar cascos. En la cara tiene tatuado el 444, un número de protección angelical y la frase “Jesusis King”, cerca de los ojos, el espejo del alma. Va a ser papá́. Cree que de una niña, tiene un pálpito. Tras recordar toda su historia, comparte en sus redes un versículo de la Biblia: 28. “Entonces, le respondió́ Pedro ¡Señor, sálvame!

31. Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió́ de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué́ dudaste?” Mateo 14:28,31

09 oct 2022 / 01:00
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