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Dios

Llueve, escampa. Me quiere, no me quiere. ¿Va todo bien o simplemente me he habituado a la interdependencia de la humillación? Es posible que necesitemos tener a alguien silencioso con quien dialogar a escondidas, bajo esta transparencia espectacular que nos mantiene el día entero estresados, sin tiempo para pararnos. Tal vez sea aconsejable el secreto de una confesión antes que la pornografía agotadora de la revelación. Pero hay actualmente muchos otros motivos de meditación teológica. Por ejemplo: ¿Qué tengo yo que ver con ese extraños seres que llamo amigos, qué me une a ellos si no existiera un ser intermedio que no se parece a ninguno de nosotros?

Acaso también habría que ser fiel a un sencillo pensamiento que nos asalta con frecuencia, aunque casi nunca lo confesemos: “Tiene que haber otra vida. Y no puede parecerse a esta”. Y otra idea en paralelo, robada en algún lugar: ¿No es preferible arrodillarse ante Dios, que al fin y al cabo no es de este mundo, que tener que hacerlo ante los hombres? Sobre todo si se trata de la marca blanca de los nuevos amos, tan jóvenes, tan despiadados, tan altaneros en su autismo conectado.

Wall Street y Greta Thunberg, Elon Musk y Lady Ga-Ga creen que Dios no existe. Ahora bien, ¿multiplican sus iniciativas punteras para salvarnos del desierto en el que hemos convertido la tierra, violada de punta a punta? Además, estos personajes y otros afines ¿han acertado alguna vez? Peor aún, ¿han hecho otra cosa que explotar nuestra credulidad? Tal como está el patio, con la obediencia masiva que se está imponiendo, ¿no necesitamos, además de tibias mascotas domésticas, algo que no se parezca en absoluto a los líderes de las distintas castas que quieren ayudarnos?

Extranjeros incluso en el lugar natal, ya no entendemos casi nada de lo que nos rodea. Estamos así obligados a creer de múltiples maneras: en la publicidad, en nuestro banco, en la macroeconomía, en el gobierno, en nuestro partido político, en el fin de la crisis, en la información y las estadísticas... Por supuesto, en la Ciencia. No obstante, puestos a creer, ¿no sería más humano volver a creer en Dios? Al menos así dejaríamos lo terrenal para el pragmatismo y la relatividad de nuestras pequeñas manías, sin esta furia democrática por perseguir a los otros, a los “negacionistas” que disienten. El sistema, la normalidad interactiva, el feminismo, la información, la sociedad internacional... Todo lo que nos rodea se pasa el día localizando peligros, señalando un mal externo y persiguiendo herejes. En resumidas cuentas, ya somos parte de una Iglesia. Ahora bien, ¿seguro que es comparable a la antigua, con sus edificios venerables, sus tallas policromadas y su olor a cera?

Esto por no hablar de la moralina reinante en la actualidad, una metástasis laica de la ética que hace añorar la Edad Media como una época deliciosamente liberal. Tanto si trabajas como si estudias, fumar y beber es malo, así como las grasas, la carne roja y las bebidas azucaradas. Por encima, no puedes ser derechas. Ni ruso ni musulmán. Ni cristiano, ni prostituta ni cliente. Menos todavía violento, nacionalista o euroescéptico. No hablemos ya de poner en duda el cambio climático, la eficacia de las vacunas o que te gusten los toros. Reconozcamos que no solo en el sexo, sino que también para hablar, sentir y pensar vivimos en una cultura rabiosamente preservativa.

De hecho, ya caminamos hacia Dios por la autopista radiante de la interdependencia y la seguridad. Por ejemplo, si se habla de micro-machismo será porque funciona el ideal de una macro-vigilancia. ¿O no? El dogma de la transparencia exige una tolerancia cero con las sombras de cada forma de vida. El aire catatónico del demócrata medio, condenado a perpetuidad en una indecisión real interminable, mientras navega virtualmente en mil paraísos artificiales, refleja este reino moral triunfante. Se trata de una inflación ética, complementaria de la gestión económica de la política, donde la banalidad progresista del bien nos ha prohibido todo excepto morir como el dios Sociedad manda, es decir, a plazos.

16 ene 2022 / 01:00
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