Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

El gallego que nació con alas

Manuel González, un ourensano de Entrimo se convirtió gracias a sus habilidades mecánicas y a su afán de superación en uno de los pioneros de la aviación en Argentina, el país al que había emigrado en busca de mejores oportunidades. Fue el creador de la primera línea de autobús que unió Entrimo y otros pueblos con la capital ourensana. Murió en 1927, con 39 años, de una pulmonía

El espectáculo del aviador Manuel González fue anunciado como una gran fiesta en la playa de la localidad de Quilmes: por primera vez en Buenos Aires se lanzaría a un paracaidista desde un biplano piloteado por el orensano a 1000 metros de altura. Hasta ese momento nadie se había animado a semejante desafío, ya que el equipo fabricado para tirarse al vacío por el también español Carlos Greco era muy pesado y podría desestabilizar el frágil avión causando una catástrofe. Sin embargo Manuel, que ya era reconocido como “el gallego que nació con alas”, aceptó enfrentar el reto que terminó siendo un hito en la historia de la aviación argentina.

González, que había nacido en Entrimo, Orense en 1888 emigró hacia el Río de la Plata a los 13 años sin compañía con la única aspiración de estudiar mecánica. Aprendió el oficio y se destacó rápidamente en el mundo automotor donde era considerado como uno de los mejores técnicos del rubro. Al llegar desde Francia los primeros aviones a Argentina y ante la falta de especialistas en la materia, fue convocado por sus conocimientos para entender los planos del armado y montaje de los aeroplanos que venían desarmados en cajones de madera. Mientras su fama y reputación seguían creciendo, se mete de lleno en el mercado aeronáutico y comienza sus prácticas para pilotear las naves.

Además de armar y encargarse del mantenimiento de los aparatos, ingresa como aprendiz en el grupo aéreo del aeródromo de Villa Lugano. En 1913 realiza con destreza su primer vuelo de ida y vuelta hasta la Basílica de Luján: un viaje de 120 kilómetros, considerado por entonces como un trayecto “peligroso y de larga distancia”. Ya sabía volar perfectamente pero le faltaba el registro oficial, que consiguió un año más tarde cuando aprobó el examen reglamentario del Aero Club Argentino. Tras obtener su credencial de aviador, se convirtió en piloto de pruebas (uno de los primeros en el país) y enseguida llegaría a ser instructor de vuelo para militares y civiles, viajando para cada entrenamiento varias horas en tranvía y luego 4 kilómetros pie entre pantanos para llegar al aeródromo.

Compró su propio biplano tipo Farman al que bautizó “La Reina” y voló por todo el país, demostrando su valentía y espíritu aventurero realizando además todo tipo de acrobacias en el cielo. En un viaje hacia la provincia de Santa Fé, una falla en el motor lo hizo descender en un campo inhóspito y pasó toda la noche con temperaturas heladas arreglando solo el avión.

Al retomar vuelo a la mañana siguiente, otra rotura lo hizo aterrizar de emergencia nuevamente, donde el choque con una vaca le destrozó por completo la cola al aparato. Con el avión casi destruido volvió a despegar, en pleno vuelo se le desprendió una rueda e igualmente llegó sano y salvo a la ciudad de Arrecifes, donde todos los vecinos lo esperaban para aclamarlo. Pocos días después llegó al país Basilio Álvarez Rodríguez, el célebre cura de Beiro líder del movimiento agrario que fue invitado por la comunidad española a un almuerzo multitudinario y subió como pasajero en un vuelo de exhibición piloteado por el célebre aviador. Realizaron numerosas y arriesgadas acrobacias hasta que una avería apagó el motor e hizo que el aparato iniciara una caída libre a toda velocidad ante el pánico de los asistentes a la fiesta. La crónica del diario La Nación le ofrecería un apodo para toda la vida: “El aeroplano se deshizo en mil pedazos pero los tripulantes salieron ilesos gracias a la serenidad del piloto, que inclinó la nave de costado para perder fuerza en el impacto contra el suelo. La capacidad de González es digna de un hombre nacido con alas que evitó una segura tragedia. Su faena terminó en andas del público, ovacionado por los veinte mil compatriotas presentes”.

Sin embargo la consagración absoluta de Manuel, que no le tenía miedo a nada, se concretó en 1915 al lanzar al primer paracaidista en la historia aeronáutica nacional. Hasta ese momento estos dispositivos de seguridad eran muy poco aprovechados: su uso comenzó al estallar la Primera Guerra Mundial, cuando ambos bandos distribuyeron globos en el aire para estudiar los movimientos enemigos, pero se convirtieron en blancos fáciles. Para evitar la muerte de los observadores tras ser atacados, los jefes militares comenzaron a proveerles de rústicos paracaídas, pero que no fueron empleados masivamente por los pilotos de combate hasta bien entrado el último año de la guerra.

Carlos Greco, inmigrante de Almería, inspirado en los proyectos del ejército alemán, había diseñado una enorme sombrilla circular de gruesa tela con un arnés de armazón metálico para arrojarse al vacío sin sufrir heridas y demostrar la utilidad de su invento en las batallas aéreas. Y para darle la credibilidad necesaria quería estrenarlo probándolo él mismo, aunque arrojarse desde un avión en movimiento igualmente era una maniobra de extremo peligro debido a la nula experiencia en dichas situaciones, además de la debilidad de las naves que tenían escasa estabilidad y motores de apenas 50 caballos de fuerza.

Ningún piloto del país se animaba a manejar el avión que iba a protagonizar el evento hasta que González estudió al detalle la operación y se hizo cargo del reto. El acontecimiento fue promocionado como un show aéreo y fiesta sportiva a orillas del río en el balneario de la localidad de Quilmes, con entradas a 20 centavos y trenes y tranvías que ese día tuvieron que duplicar la cantidad de servicios para poder trasladar a la multitud que iba a presenciarlo. La exhibición fue auspiciada por Mogyana, “el café importado de Sri Lanka para no sufrir indigestiones” que ofrecía probarlo gratuitamente a todos aquellos que habían adquirido un boleto.

El aviador llegó al predio y ubicó a Greco en el fuselaje del Farman aún sabiendo que tenía muy poca capacidad de maniobra para recuperar el equilibrio del vuelo luego del salto. A las 17 horas del domingo 19 de marzo ascendió hasta los 1000 metros y el paracaidista se arrojó al vacío sin dudarlo: para evitar que el cambio de peso en la nave pudiera descompensarla y provocar la caída fatal del aparato, inclinó con violencia los controles hacia la izquierda y el avión se colocó peligrosamente de manera vertical. Ante la aterrada mirada del gentío, volvió a enderezar la nave hasta ubicarla en la posición correcta y concretar la hazaña con éxito.

Apenas unos minutos después también descendió el victorioso paracaidista concretando una doble acción triunfal. Juntos habían logrado realizar el primer salto de un paracaidista en la historia argentina, convirtiéndose en pioneros en maniobras aéreas y saltos en altura que luego salvarían la vida de miles de personas en sucesivas guerras y enfrentamientos. Carlos Greco siguió innovando y luego de ejecutar decenas de descensos que agigantaron su popularidad murió trágicamente en 1933 al fallar uno de sus nuevos dispositivos y caer desde 800 metros sobre el asfalto de la pista del aeropuerto de Morón.

Manuel González se casó con Celia Lavarello, miembro de una familia de la aristocracia porteña a quien conoció siendo su chofer y juntos viajaron a Galicia debido al preocupante estado de salud de sus padres. Tras el fallecimiento de ambos se establecieron nuevamente y para siempre en Entrimo, donde había nacido el piloto. El diario del pueblo detalló que “su esposa, culta e hija de millonarios, es una gran dama bonaerense que dejó atrás sus vestidos de seda y desde el día de su llegada, se ha dedicado encantada a conocer a los vecinos y cuidar a su familia como una lugareña más”. En su amada aldea tuvieron cuatro hijos y él continuó con sus labores de emprendedor: trabajó la tierra heredada por sus padres y ejerció tareas de mecánica agrícola.

Tiempo después fundó la compañía de transporte “La Competencia”, primera empresa en unir los pueblos rurales de Entrimo, Bande y Celanova con el centro de Orense, que solucionaba la movilidad diaria de cientos de agradecidas personas. Y ante la imposibilidad de volar en su tierra natal, cuentan que siempre tuvo el sueño de volver a la aviación en Buenos Aires, pero murió en 1927 con apenas 39 años víctima de una cruel neumonía. Las crónicas de la época precisan que los vecinos se acercaron en masa hasta el cementerio de Ferreiros para despedir al “gallego que nació con alas” y marcó para siempre la historia de su pueblo y la aeronáutica argentina.

En la publicación El almanaque de nuestra aviación, del 1º de Septiembre al 31 de Octubre de 1915, se hacía referencia a un accidente sufrido por González: El aviador Manuel González, diplomado en los comienzos de este año, en el aeródromo de Quilmes y que ha realizado numerosos viajes aéreos entre nuestros aeródromos y recientemente, uno entre Casilda y Quilmes en compañía del teniente González Furnston, de la Gendarmería Volante de La Plata, sufrió el 1º del mes pasado un accidente del que por una feliz casualidad resultó ileso, lo mismo que su pasajero el propagandista agrario, D. Basilio Álvarez, cura de Beiro.

Como debía celebrarse la noche de ese día un lunch, ofrecido por la colectividad española en su honor, el piloto nombrado resolvió efectuar por la tarde una reunión al aire libre en los terrenos limitados por las calles Iriarte y Vélez Sarsfield, en la que realizaría varios vuelos desinteresadamente y con el plausible propósito de brindar en esa forma un espectáculo de aviación a sus compatriotas. El biplano Marichal-Gnome 50 HP que utiliza en sus vuelos, se hallaba en el aeródromo de Villa Lugano, en donde descendió el piloto hace pocos días por haberlo sorprendido la noche durante una excursión. Por esta causa se dirigió la tarde anterior a ese campo para hacerse cargo del aparato y llevarlo por vía aérea al local de la fiesta.

Más o menos a las 4, se alejó de los hangares de esa escuela, no notándose en el funcionamiento del motor ni en el de los demás órganos del aparato la menor falla que hiciera suponer el accidente del que fue victima más tarde.

Una vez que hubo descendido en el terreno fijado para la reunión y en donde se habían congregado alrededor de tres mil personas, se dispuso a efectuar nuevos vuelos con pasajeros, hallándose entre los primeros el sacerdote nombrado, con quien ejecutó la primera salida.

Poco después de haber iniciado el lanzamiento y encontrándose ya en línea de vuelo observó que uno de los cables que accionan los timones, no funcionaba, por encontrarse según pudo calcular, y que más tarde se comprobó, cortado.

Inmediatamente trató de descender, obligándole el público que se había desgranado ocupando la pista, a efectuar esa maniobra en otro terreno, situado en las calles Iriarte y Luna, recalada que por efecto del mal funcionamiento de los timones lo hizo con toda brusquedad sobre uno de los costados del biplano.

Como consecuencia de ella el aparato sufrió deterioros de tal importancia, que quedó inutilizado, salvándose milagrosamente el aviador y su pasajero, que no sufrieron absolutamente nada. Este accidente no fue obstáculo para que el piloto fuera obsequiado por la noche, por sus compatriotas, con un lunch realizado en el local de Bolivar 583.

Accidente
26 jun 2022 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito