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Enrique de Aguinaga y López, cronista mayor de la Villa de Madrid

Él pensaba que podía llegar a los cien y yo le decía que no corriera tanto, pero se quedó un pelín corto, cosa de meses, total nada si no hubiera calendario en sus varios despachos que, me parece, ocupaba por estar... y no por otros motivos. De Enrique no se puede decir gran cosa, pero hizo muchas y casi todas, que yo sepa, para bien de su próximo y de su ajeno. Vivíamos en la misma casa o torre de la Ciudad de los Periodistas. Pero nos conocíamos de antes de que se construyera la Ciudad, tarea en la cual ambos participamos como miembros directivos de la Asociación de la Prensa de Madrid. Y, ya el colmo, vivíamos en el edificio Balmes, I, él en el cuarto, yo en el tercero, con el mismo ascensor, que nos subía y nos depositaba al pie de ambas y familiares puertas, así que, saludo y despedida en cosa de tres minutos. Jaime Balmes, sacerdote de Vic, Barcelona, autor de El Criterio, siempre fue nuestro maestro a pesar de los cien años de nacimiento y muerte (había nacido en 1810 en Vic y en Vic falleció en 1848, sólo 38 años de vida bien aprovechada )

Fue mi profesor en la carrera de periodismo en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, obra también del cardenal Herrera Oria. Enrique entró en mi vida en la amplitud de las aulas y de largas lecciones y se mantuvo durante años con las estrecheces y cortos saludos del ascensor, con el cariño de su esposa Manolis -paisana mía, coruñesa-, que lo precedió en el sendero del cielo y se convirtió en objetivo casi único de la presencia en la memoria y en las tarjetas navideñas de felicitación -siempre era la primera a finales de noviembre-, la espera se convirtió en su único objetivo de vida... de Enrique, esperar a Manolis por si volvía...

Y, sin embargo, la esquela de ABC, que también fue su campo de flores de cronista municipal, omite la mención de la reina de la familia Aguinaga y en cambio, “saben de él”, asegura, una treintena, entre vivos y muertos, hijos, nietos y biznietos, en alborotada procesión, camino del bosque de encinas, hacia el que caminan ya al fondo, y lentamente, y van a desaparecer mostrando sus espaldas su hija Atocha y él mismo, abrazados, que van a hacer mutis de un momento a otro por el bosque de encinas. ¿Qué sentido tiene la esquela sin Manolis?

Mis nietos dicen que se ha muerto el señor “que nos explicaba”, -creo que casi a los diez que tenemos-, la ley del ascensor. Ya saben ustedes: primero entran los que van a salir más arriba, después los que van a salir en los medianos -pisos de cuatro a catorce- y ya no queda nadie camino del cielo. Él, Enrique de Aguinaga, extremeño replantado en los encinares de la sierra de Madrid, sigue esperando a Manolis... Para un cronista de Madrid lo de la esquela de “Abc” es una omisión imperdonable. Por mí, que no quede, y por eso lo señalo. ¡Buen viaje, Aguinaga, si has llegado ya!

24 abr 2022 / 01:01
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