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Florentino Pérez

antes de conocer a Florentino Pérez, yo era sólo del Celta, y Florentino no había, ni siquiera, nacido equipo. Boiro, costa norte de la ría de Arosa, pero provincia de Coruña, está más cerca de Vigo, aunque pertenezca. Sin La, que es privilegio exclusivo y solemniza a la ciudad de La Coruña. El Deportivo, Riazor y Fran me quedaban muy lejos, más de cien kilómetros y mala comunicación sobre nubes de polvo o “fochancas” profundas y de pedregal móvil en el fondo, según el tiempo que hiciera. Conocí a Floro en casa del padrino de mi hijo Javier en El Plantío de Madrid. Le llevo diez años, estaba aún estudiando Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y era gran amigo y condiscípulo de Ángel Luis Heras, hijo de los dueños del añoso chalet donde pasaban el verano. Florentino, de modesta familia madrileña, era uno más de la anfitriona que, al menos en verano, secuestraba al estudiante de Caminos: en El viejo Plantío comía, a veces también dormía y siempre estudiaba al alimón con Ángel Luis, su casi hermano. Y...enseño ya mi patita por debajo de la puerta: Ángel Heras, el padre de casi todos, era compañero mío de curro en el diario YA.

Él, director de Asuntos Generales del diario, yo, un redactor recién llegado, seguramente porque el director del periódico había sido profesor mío en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, que era de clases vespertinas compatibles con las de Filología Románica que recibía en la Complutense. ¿Para qué cuento tanto detalle? Para llegar a la conclusión de que Florentino Pérez y un servidor somos viejos amigos. Tan viejos -él menos- como... más de medio siglo. Naturalmente, yo me casé antes que Floro. Pitina era mucho más joven...y llegó a su vida desde el África Ecuatorial. Me explico en breve: la familia de Pitina vivía y trabajaba en la Guinea Ecuatorial Española, entre la isla de Fernando Poo y Bata, en el continente.

Explotaban cultivos de cacao y supongo que también maderas. Con la independencia de la colonia, en 1968, se declaró la independencia y buena parte de los españoles que vivían y trabajaban en Bata, Bioko, -antiguo Fernando Poo- se dieron cuenta de que debían regresar a España, porque el dictador Macías comenzó en seguida a esquilmar el futuro de los no guineanos. Y regresaron casi con los puesto. Bajaron con sus maletas la “cuesta de las pulmonías”, corta rampa hacia el puerto de Santa Isabel, dirigieron una última mirada a la catedral neogótica y modesta, de tantos recuerdos, que, años atrás habían levantado los claretianos, y las lágrimas cayeron mansamente por las mejillas de la niña Pitina que tan estupendos recuerdos mantuvo vivos. Corta vida marital, desde luego, pero suficiente para engendrar tres hijos...En el Parque del Capricho, en la Alameda de Osuna de Madrid, sus dos hijos varones sacudían a los míos, un poco más tímidos. O mejor educados.

De regreso a Madrid, tras los años de París y Roma, y la corta dirección del Ideal Gallego, en La Coruña, nos instalamos en la Ciudad de los Periodistas, en el brillante y enorme pisp de casi doscientos metros cuadrados que habíamos ido pagando a plazos gracias a los sueldos muy superiores fuera de España y el coste ajustado de los pisos. En el Plantío volvimos a coincidir con Florentino. El señor ingeniero, con el empuje creador que lo caracteriza, conectó en seguida, con proyectos propios y compartidos, al cobijo de la Asociación de la Carretera, de la que llegó a ser director...Su carácter tranquilo ganaba, en seguida, a cualquier compañero en el trabajo.

Tuvo la enorme suerte de encontrarse, en la Asociación, con otro ingeniero, pero éste de la vieja escuela, educado en el señorío educativo del Instituto de Enseñanza de Fernando de los Ríos: Juan de Arespacochaga y Felipe, liberal donde los hubiera, afectuoso. Con Juan de Alcalde de Madrid y presidente de la Asociación de la Carretera, ambos, Florentino y yo, nos convertimos en delegados del Ayuntamiento de Madrid, él de Limpieza -de alcantarillas y demás subterráneos- y yo de Comunicación e Imagen y otras encomiendas diversas e inesperadas, como la conservación y reparación del complejo de la Casa de Campo, que fue una de las fuentes generadoras de disgustos, en el empeño de convertir de nuevo las posibilidades en un centro de actividades culturales y de comercio y recreo. De allí salió el proyecto y la realidad casi inmediata de IFEMA. Si el director me lo consiente, volveré otro día con este homenaje a Florentino.

09 may 2021 / 01:00
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