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Ideologías, cultura y profesionalidad

Cualquier ciudadano, a poco que piense como va la cosa política en España, se dará cuenta del caos que impera, de claras raíces ideológicas, en la “vieja piel de toro”, que nos está llevando -sin ser agoreros de nada- a una situación límite, con grave daño para las personas, las familias, las empresas, para el conjunto de la nación y sus pueblos. Sin embargo, establecer un buen orden político, que afronte los numerosos problemas que nos aquejan, no es tan difícil como se suele creer. Pero es necesario el rechazo de las ideologías al uso, para sustituirlas por la cultura y profesionalidad de la gente. La falta de cultura y profesionalidad no permite hacer las cosas bien.

Los siglos XIX, XX, y el actual, han sido el marco temporal de dos ideologías dominantes en el ámbito político, que aparecen como contrapuestas, aunque ambas se alimentan de los mismos principios, que llamamos democráticos, según se ponga el acento en la total libertad o la igualdad. Se trata del liberalismo y del socialismo. Respecto al primero, distintas corrientes de pensamiento, ya desde el siglo XIX, se daban cuenta de que la misión del Estado no podía reducirse a la simple garantía del orden público externo en aras del libre juego de las libertades individuales, no podía ser un mero “vigilante nocturno”, como llamó Lasalle al Estado liberal. Era necesario abandonar el “laissez faire” y reclamar la intervención del Estado en el orden social.

Un régimen liberal, aunque en principio produce un mayor crecimiento global de la economía que uno socialista, sobre todo de la economía financiera, lo hace en favor de una clase, que históricamente se ha llamado burguesía, singularmente la alta burguesía capitalista y crea injustas desigualdades. No debemos olvidar que el primitivo liberalismo engendró el proletariado, al cual Carlos Marx hizo protagonista de su dialéctica de la historia.

Por su parte, el régimen socialista no conoce otra manera de intervenir en la marcha de la sociedad que invadiendo el ámbito propio de la misma. Se diría que el Estado socialista pretende el absurdo de ser al mismo tiempo sociedad civil. Todos los grandes servicios sociales, principalmente la seguridad social, la sanidad, la educación, etc., tienen que ser estatales, lo cual produce un crecimiento desorbitado del aparato del Estado, de la ineficiencia y del gasto público, que asfixia a la propia sociedad que lo sostiene e impide el despliegue de la libertad personal, motor de todo progreso.

Ignora el socialismo que social por naturales es la persona humana. Es la libertad de la persona la que crea y da forma a las instituciones sociales: la familia, la escuela, las empresas, las corporaciones. La estructura social es algo propio de la sociedad civil y de su Derecho y no puede ser una reglamentación del Derecho administrativo. Además, para el socialismo solo es público lo estatal, pero verdaderamente público es también una dimensión social de lo privado, hecha posible por la ayuda del conjunto. Pues lo público se define por su función, no por la titularidad. ¿Acaso una Universidad de promoción privada no es una corporación de Derecho público? La propia acción del Estado puede ser, en cierto sentido, “privada”, esto es, en beneficio exclusivo de los propios dirigentes políticos y de sus clientelas.

Al mal que las ideologías ocasionan en el gobierno de los pueblos -basta pensar en la Revolución Francesa, Rusa o Cultural China- se añade una concepción absolutista de la democracia y una organización centralista del Estado. Las ideología tratan de ocupar el puesto que corresponde a la cultura. Pero ¿qué es la cultura? Hay tantos conceptos de cultura como escuelas de pensamiento. En principio, cultura es lo que el hombre a partir de lo dado, de la naturaleza, incluida la propia, desarrolla y mejora en todos sus aspectos. La Constitución “Gaudium et Spes”, del Concilio Vaticano II, describe la cultura como “la mejora y desarrollo de las cualidades humanas, el dominio de la naturaleza por el conocimiento y el trabajo, el hacer más humana la vida social, el progreso de costumbres e instituciones, y lo que a través del tiempo conserva, expresa y comunica las grandes experiencias y aspiraciones, para que sirvan de provecho al género humano”. Tal descripción es de carácter universal, pero cada pueblo, que participa en más o en menos de esa cultura, añade sus propias peculiaridades (cultura española, cultura francesa, etc,). Además, la cultura se expresa en múltiples manifestaciones de la vida humana: cultura filosófica, religiosa, histórica, artística, literaria, científica, jurídica, económica, etc., que cada hombre hace suya principalmente a través de su profesionalidad y su trabajo. Es la cultura y la experiencia profesional la que hace ver la realidad tal cual es, así como sus posibilidades futuras. Sin una alta cultura, cuanto más alta mejor, acompañada de una profesionalidad acreditada, no se puede dirigir con acierto ninguna institución de importancia social y, mucho menos, dirigir el Estado. A las pruebas me remito.

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