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María Meijide en la Fundación Granell

Pánico en el Museo es el alarmante título que elige la artista compostelana María Meijide como reclamo y gancho expositivo. Las salas del pazo de Bendaña acogen la muestra surgida a raíz del año que estuvo participando de una residencia artística en la Fundación Granell. Su obra en pequeño, gran formato y cuaderno de apuntes plasma diversas estancias museísticas como la biblioteca, el archivo personal de Granell, la sala con la colección étnica o los retratos de sus trabajadores. Estos lienzos alternan en afinidad de estilo con los de la vivienda de la autora, justo enfrente del Museo en plena plaza del Toural. La pintura se acerca a una concepción realista del mundo inspirada de forma innata en la ciudad. Su esencia urbanita le sirve de metáfora esencial para revelar la situación social y psicológica contemporánea.

Meijide siempre pinta del natural, de hecho es frecuente verla ante el caballete en rincones compostelanos, pero su obra también homenajea a la gente que se cruza en su camino. Con un tratamiento optimista capta la genuina fuerza emocional de familiares y amigos. A su hermano lo caracteriza leyendo 0s maias de Eça de Queirós, lo que delata el amor familiar por la literatura y a una artista humanista que inmortaliza tanto la rica biblioteca del centro como las estanterías de libros que hacen las delicias de su hogar.

La reconocida compostelana propone una incursión desenfadada sobre los recuerdos del día a día con espontaneidad, frescura y ausencia de dobleces como propias de su temperamento juvenil. La autora entiende su pintura como una forma de expresión: en este sentido, sus creaciones se despliegan como si de un libro autobiográfico se tratase porque cada una equivale a una página de su diario personal, o más bien de un álbum público de su existencia, ya que con sus propias experiencias nos contemplamos y tomamos conciencia de nosotros mismos.

Con gusto hedonista caracteriza a su madre en el lienzo “Todo sobre mi madre”, 2022. Un vibrante cuerpo que transmite sensualidad sin tapujos, caracterizada como espíritu cultivado, leyendo la prensa y posando totalmente desnuda, solo ataviada con calcetines azules. La presenta desinhibida e indiferente a la opinión ajena. En este lienzo adivinamos la mirada feminista de una artista que dignifica el cuerpo maduro, imperfecto y culto.

Esta escena de figura recostada recuerda a la obra de Lucian Freud pero distanciada de su tono pesimista; en todo caso se aproxima más a la pintura de la norteamericana Alice Neel que apela a lo populista y a lo colorido como una manera de celebrar la vida. María Meijide celebra la alegría de vivir matissiana y la moda actual con la tendencia a los colores flúor con los que ilumina sus lienzos. Ella misma se autorretrata con su floral “El vestido de flores”, 2019-2020. Más que retratarse, se autoafirma en su condición de artista caracterizada con pincel en mano y resaltando la organicidad del estampado floral.

También se aprecia su deuda con Tracy Emin en el rótulo de neón que reza “Todos mis amigos me ponen cachonda”, un alegato sensual distanciado de la mirada cruda de la artista inglesa por otra más hedonista.

Meijide hace tiempo que nos muestra escenarios de las ciudades donde ha vivido, pero entre su repertorio de localizaciones urbanas no son los edificios monumentales, en general, los elegidos para sus pinturas, (a pesar de que haya recreado algún edificio monumental como el Mercado de Abastos) sino que sus escenas más convincentes y atractivas son las de rincones menos históricos, como los tejados de Santiago o las partes traseras de las edificaciones.

En este sentido otorga fisicalidad a ambientes, rincones y espacios vacíos que de otra manera pasan desapercibidos. Arquitecturas menores y los momentos que permanecemos en ellos son los que pinta. La artista nos ha enseñado el baño, el salón, el dormitorio, el pasillo o su propia habitación, incluso con alguna pareja en actitud cariñosa tendida en la cama.

Empecinada en hacer de lo invisible el motivo de sus lienzos, incluso se regodea más con el desorden que con la pulcritud de un hogar, en un afán por reseñar las inmundicias caseras, o sea, por ensalzar lo insignificante y sin valor.

Esa alusión a los aspectos más anónimos e invisibles de la existencia le lleva a inmortalizar una maceta o a sus amigos posando delante de las vistas a los tejados de Compostela. La evocación y la búsqueda a la luz natural le lleva a ubicar a muchos retratos delante de su acristalada galería, que mira a un romántico patio poblado de árboles centenarios. Lo verde penetra y humedece, si cabe más, una pintura muy fluida y ágil a base de manchas y color.

Estamos ante una obra entendida como reflexión sobre su género femenino. Se atreve también a tocar otro género considerado menor: el bodegón y la pintura floral. Así, pinta macetas de su hogar, flores o cualquier otro elemento anodino. La memoria de los objetos que forman parte de su entorno son el motivo de una obra a base de dibujo y colorido vehemente y furioso, heredero del fauve.

Las estancias arquitectónicas y los movimientos de sus moradores por dependencias hogareñas o museísticas quedan reflejados en sus cuadernos o en pinturas como si de instantes epifánicos se tratase

20 nov 2022 / 01:00
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