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Por qué lloran los poetas españoles

Los cuatro amigos que me seguían en mi cada vez más escasa presencia en la prensa se habrán extrañado de mi ausencia total en este otoño que, por fin, empieza a otoñear de una manera muy extraña, que a mí me hace cambiar de asunto cada vez que quiero comenzar alguno que alcanza a mi interés y hasta me hace recordar mi presencia en aquel escenario en el que desempeñé mi papel con suerte aleatoria y no siempre satisfactoria.

Y así, me urge hablar de dos asuntos o sucedidos que bien merecen comentario y, como procuro hacer siempre, pequeña o gran rectificación o puesta en orden. En lo sucedido con la casa y el archivo de Vicente Aleixandre de la calle Velintonia, confieso que el problema fue superior a mis fuerzas. Mi cátedra de Literatura Universal Contemporánea Comparada, que tenía su asiento físico a doscientos metros de la calle Velintonia, me consentía, entre clase y clase, plantarme en un periquete, a la puerta del número tres de la casa del Nobel español de Poesía, donde, generalmente, alguien de la familia Aleixandre me esperaba, previa cita telefónica. Pronto me di cuenta de que mi proyecto era... por lo menos dificultoso, ya que la representación familiar del poeta y solterón, ya difunto (1984), no era realista a la hora de hacer una oferta de venta, dado el abandono de un edificio al que había que hacer un profundo chequeo de resistencia en las vigas maestras que sostenían el piso alto.

Vuelvo al origen de mi presencia en asunto tan ajeno para mí como es una operación de compra ... de este calibre. La materia de mis clases autorizaba, sin más, el intento. Quería hacer la propuesta al rector del CEU, centro universitario todavía bajo la tutela de la Complutense, para crear la Casa de la Poesía. ¿Por qué quería yo comprar aquella ruina? Desde hacía más de diez años solía aparcar, antes de dar la primera clase del día, en Velintonia y el CEU estaba a punto de convertirse en Universidad privada e independiente. ¿Qué mejor aval que la casa de un poeta Nobel, con jardín medio salvaje, en una zona del parque del Metropolitano, poblada de los versos reconocidos como los de Vicente? Hablé con el fornido primo del poeta, que me miraba... como desde el desde el balcón único de Velintonia 3.

La siguiente entrevista puso el tema económico en ascuas: la poesía y el hecho de las distintas apreciaciones económicas, cada vez más elevadas, me llevaron a hacer gestiones personales, siempre bien recibidas –“¡qué bonito!”- pero los presupuestos no daban más de sí... Si hubieras estado tú, César Antonio, en el despacho de la Plaza del Rey, seguramente me hubiera salido con el empeño. Siendo yo también poeta, ¿qué mayor satisfacción...? Los euros han reducido el asombro de la millonada de lo que exigían los herederos de Vicente por el mausoleo con balcón de Velintonia. Pero, ya sabes, la avaricia rompió el saco.

Además, ha muerto,- es el segundo tema- ya lo sabemos, y prematuramente -todos somos muertos “prematuros”, yo no- Almudena Grandes, apoteosis con libros escabrosos y tal vez justos en el jaleo póstumo de su entierro. Bien está el reconocimiento de algo, aunque “de algo y póstumo” siempre parece “vendetta”. ¿Pero de qué? Ha quedado muy bien, los chicos de Chus se han portado. Me uno, si me dejan, a cualquiera de los honores recaudados. No en vano cuando necesitaba urgentemente un libro, me daba un paseo hasta Cristo Rey -¿no le han mudado el nombre?-, seguía por Isaac Peral hasta Donoso Cortés, saludaba a Chus por no parecer maleducado... Y pagaba el libro, claro. Faltaría más.

Ahora ya no. Ahora hay que buscarlo -y no me quejo- en el sótano del banco de Escámez al comienzo de la Gran Vía. Buen fortín para la poesía. Pero vivir mi vejez, hacerlo en la ría de Arosa, en Boiro, que es mi mar, mi pueblo y mi destino final...bla, bla, bla, me mola un poco más. Que lloren los poetas. Y yo con ellos. Pienso seguir mi prédica recitando versos de Aleixandre, como hice siempre que sentía que me ganaba la música interior que rozaba el susurro.

12 dic 2021 / 01:00
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