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Un viaje al Mar Negro y aledaños (I)

    ME LLAMÓ ENRIQUE DE LA MATA GOROSTIZAGA, el joven presidente internacional de Cruz Roja y ya exministro breve, y me preguntó si podría acompañarlo -unos diez días de ausencia de Madrid – a un complicado viaje a la Europa oriental, con salida de Ginebra y regreso desde la misma ciudad suiza, sede de la organización mundial de ayuda que él presidía y pretendía ganar un nuevo periodo. Lo ganó, por supuesto, pero no lo disfrutó en toda su extensión temporal, porque murió de repente cuando iba camino de los sesenta. El viaje al que me invitaba tenía por objeto sumar los votos suficientes de esas naciones orientales que observaban con admiración y emocionados la transición española, pilotada por Adolfo Suárez. Estaba rematando el primer periodo de Ginebra y pretendía seguir siendo Presidente. Y así fue.

    ¿MI PAPEL EN EL VIAJE, mi impulso verdadero para aceptarlo? Además de acompañar a un amigo y conocer los países del entorno del Mar Negro, publicar una serie de reflejos de hábitos y costumbres, nivel de vida y cultura de unos países que estaban saliendo, con gran esfuerzo, del “reformatorio” estalinista, gracias a la “perestroika” y la “Glasnost” de Gorbachov. No olvidemos que fue Nobel de la Paz y Premio Principe de Asturias. Y, dicho con toda cautela, siguen admirando el proceso político español. Lástima, porque cada vez se enfría más el calor de aquel periodo, ahora reprimido sin piedad y, lo que es peor, sin explicación alguna que pudiera darnos un solo por qué de este escurrimiento hacia los peores periodos de los últimos cincuenta años.

    Nuestra toma de tierra en Bucuresti nos permitió concebir una sospecha que tardó muy poco en confirmarse como realidad: tres o cuatro tanques, seguramente desechos de la Segunda Guerra Mundial, guardaban la cabecera de la pista. Alguien nos esperaba con las fotos personales del Presidentede Cruz Roja y mía, una de tamaño tarjeta, la mía de photomatón: los encargados de la recepción nos miraban insistentes y con descaro.

    DE PRONTO, ruido de repiqueteo de tacón femenino sobre el embaldosado: una mujer de unos treinta y cinco años, elegante en su modelo rosa francés y entallado, nos alcanzó casi en el control de pasaportes, donde tuve un tropiezo con miradas insistentes de la controladora. Tarde me dí cuenta de que en el pasaporte figuraba mi segundo nombre, Alfonso, que en el carnet de identidad había desaparecido. Por entonces había entrado en el periodismo de fiesta y moda la figura de Luis Alfonso de Borbón, y yo lo había hecho desaparecer por... cursi. Así que... la de los tacones pregoneros resolvió el problema y salimos fuera del edificio, casi nuevo, del aeropuerto. Un coche tipo haiga, sembrado de ruidos de muelles resentidos y poco gratos, como protestones, nos reconcilió con la pobreza de un país en el que reinaba Nicolai Ceaucescu, pero ejercía el poder la gran Heléna, su esposa; no tardamos casi nada -el primer paseo por los alrededores del Intercontinental nos ilustró en seguida- en ratificar que Rumanía, por entonces, era un matriarcado feroz. Cierto que casi todos los libros que se podían ver en los escaparates los firmaba Ceaucescu -Cervantes le llamaban los estudiantes universitarios-, pero las manos que tiraban de las riendas del gobierno eran las finamente cuidadas de Heléna.

    AQUELLA NOCHE cenamos en la casa del embajador de España, que vivía de alquiler, discretamente, y casi en silencio...“Hay un proyecto de compra de un edificio para embajada, un duplex, arriba el despacho... Algunas dificultades de exceso, sobre todo, de visibilidad nos han frenado un poco la decisión de compra... Santiago Carrillo veranea en un palacete al lado del lago, en la Ciudad Prohibida... Es invitado habitual, de lujo”.

    De la cena al Intercontinental es un breve paseo que el tiempo, casi de verano, hacía más llevadero. “Rumanía tiene mucho y buen petróleo, de calidad, pero lo malvende; Rusia es el país doblemente explotador del petróleo rumano, lo extrae y lo compra al precio que le conviene”. No recuerdo haber visto en mi vida una ciudad de tan amplias y hermosas avenidas y bellos palacios como Bucarest, pero sin tráfico, con el camisón de plástico cubriendo sus años y la humedad que se respira. Eso era entonces; hoy todo ha cambiado.

    MIENTRAS seguía trabajando su campaña, Enrique prescindió de mi presencia. Así que al día siguiente me lo tomé con mucha calma y acabé almorzando en el restaurante del hotel, confortablemente servido en casi todo... menos en pitanza. Y, como las apariencias engañan, el primer gesto del maitreno faltó a la cita. Me entregó la Carta, grande, llena de señalamientos de escritura, de los platos del restaurante...

    Desgraciadamente, me dijo en francés, se nos ha terminado el caviar, se anticipó, adelantándose a mi dedo índice que llevaba la misma dirección pero con distinto mensaje.

    Llegué al final de aquel diccionario de platos, de segundos platos, pero únicos y como yo, inexistentes.

    Y yo cansado...

    13 mar 2022 / 01:00
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