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relato. Un recorrido por la intensa vida de un personaje singular en la comarca de Arousa acostumbrado a vivir siempre sobre la delgada línea que separa lo legal de lo que es ilegal TEXTO Lino Conde

Cuando el viejo Charlín solo era Manuel Melchor

Conocí a Manolo Melchor mucho antes de que fuese el temible Manuel Charlín, patricarca del famoso clan. Hijo primogénito del señor Melchor, un histórico patrón de pesca de Vilanova de Arousa con barco propio y la señora Adelaida Gama, vendedora de pescados y mariscos. El matrimonio crió cinco hijos, tres de ellos contrabandistas vocacionales: Manuel, José Benito y José Luis. El cuarto varón, Francisco, murió a los 22 años en un accidente de moto en Vigo (1958). Con gran habilidad para los negocios, los tres originaron uno de los clanes delincuenciales más famosos de la Península.

Los cuatro hijos y la única hija del señor Melchor y la señora Adelaida se criaron cerca del mar, al lado de los viveros de marisco y de las fábricas salazoneras, en aquellos años de posguerra cuando sacar adelante una familia era una hazaña. La primera vez que visité la casa de los Melchores, en la calle das Hortas, señora Adelaida nos pagó cinco duros (25 pesetas) por cuatro cacharretas de caracoles. En Galicia nadie les hincaba el diente, pero ella los exportaba a Barcelona y Valencia donde los apreciaban como una delicatesen, casi tanto como los berberechos o las almejas. La familia disponía de barco propio, el Charmou (acrónimo de Charlín Mouriño), para la pesca de bajura y para la cría de mejillón en las bateas que instalaron en los años sesenta.

En las Rías Baixas se vivía sobre todo de la pesca, de la conserva de pescados y mariscos y de la emigración al centro de Europa. Los hermanos trabajaron juntos en las bateas y en la compraventa de marisco, siguiendo la estela de su progenitora. Al mismo tiempo, se aventuraban con el estraperlo de los productos de primera necesidad sometidos a racionamiento. El primer mote que le endilgaron a Manolo fue el de Rana, porque, además de ser bajito y rechoncho, pasaba más tiempo metido en el agua que en tierra. Se casó antes de cumplir veinte años con Josefa Pomares, hija de un matrimonio emigrado a América, y se fue a vivir a la parroquia de Caleiro.

Antes de ser el famoso contrabandista, Manolo Melchor fue un verano presidente de la comisión de fiestas de A Pastoriza. En una entrevista publicada por la Hoja del Lunes (7 de septiembre de 1964), Charlín Gama se quejaba de la escasa colaboración económica del vecindario con el esplendor que pretendía conferir a los festejos. Malos tiempos aquellos para las orquestas panorámicas. Manolo siempre fue ambicioso, su mejor virtud y su peor defecto. Cuando alguien se le acercaba con augurios pesimistas, solía responderle con una de sus frases características: “Ti afogas nun vaso de auga e a min non me chega a ría de Arousa para afogar”, le espetaba.

SUS INICIOS EN EL MUNDO AL MARGEN DE LA LEY. Manolo Melchor saltó a los papeles judiciales con timbre del Estado a principios de los sesenta, con una primera infracción por contrabando de dinamita (se empleaba para la pesca ilegal de sardina, materia prima de la industria salazonera). Arousa era una de las principales bases de este sector y exportaba tabales de arenque a toda la Península e incluso a Francia. En 1962 los aduaneros le interceptaron a un Manuel Charlín treintañero diversos géneros de estraperlo por valor de 11.000 pesetas. Sería a partir de sus incursiones internacionales cuando policía y tribunales comienzan a señalar a Charlín como patrón de una sociedad clandestina.

En su pueblo lo apodaron Don Corleone cuando El Padrino de Coppola arrasaba en taquilla. Este mote cinematográfico fue el único símil con marchamo siciliano de la familia. Charlín Gama compatibilizó en seguida la sardina con el marisco, el café con el aceite, y el tabaco con el gasoil. En general manejaba los géneros negociables, sobre todo aquellos que el trapicheo pudiera revalorizar. De este modo, con apenas 35 años de edad, ya lideraba una de las bandas más importantes del contrabando tabaquero. En la década de los setenta utilizó sus contactos más allá de la Raia húmeda, cruzando el río Miño, para comprar tabaco rubio americano a los mayoristas portugueses. El Winston prohibido a beneficio del monopolio Tabacalera SA fue un maná para numerosas familias transfronterizas.

El inquieto Manuel Charlín fue uno de los pioneros del chollo do fume, junto a Manuel Carballo, Vicente Otero Terito y Laureano Oubiña. En el verano de 1980 un artefacto explosivo de fabricación casera (a base de dinamita, según la Guardia Civil), reventó la puerta principal de la casa familiar de Manuel Carballo, en Aduana-Corón, Vilanova de Arousa. Carballo siempre sospechó que los Charlín estaban detrás de aquel atentado, pero nunca se pudo probar la relación. Fue una de tantas escaramuzas entre los principales patrones del negocio del humo, que trabajaron juntos apenas un año en la peculiar Cooperativa.

La trayectoria del mayor de los Charlín se construye a caballo entre Galicia y Portugal. Cuando los tabaqueros arousanos logran contactar directamente con los almacenes holandeses y belgas, el matute se industrializa y comienzan a mover ingentes cantidades de divisas. En 1983 dos de los hermanos Charlín y un socio son condenados por el secuestro de un comprador vallisoletano que les debía 12 millones de pesetas en “rubio de batea”. Aquel incidente con el pufero Tino Suances, junto con la bomba que reventara la puerta de la casa de Carballo, hizo sonar las alarmas en el Juzgado de Instrucción de Cambados. El juez coruñés Seoane Spiegelberg desplegó la espectacular redada “contables y libros de contabilidad” (1984) que, finalmente, acabaría en fiasco por falta de medios y carencia de pruebas. Este incidente acabaría provocando una ruptura entre los hermanos que acordaron seguir caminos divergentes, cada uno por su lado.

LA PRIMERA INCURSIÓN EN EL MUNDO DEL NARCO. Las investigaciones policiales sobre las presuntas andanzas de Manuel Charlín como importador de hachís se iniciaron en 1980 cuando, al decir de los atestados, entró en contacto con los proveedores marroquíes. Se imponía diversificar la actividad para cuando el tabaco dejara de ser negocio. Unos años antes, la familia había construído en Tánger una sucursal de la empresa Charpo SA (fundada en 1970), una conservera muy activa que sería buque insignia de los negocios lícitos del clan. En Vilanova siempre se les reprochó, a los Charlines, sus prácticas abusivas en la gestión de la conservera. El mal trato hacia sus empleadas acabaría arruinando el negocio -embargado por la Audiencia Nacional- y la reputación de la familia.

La definitiva caída en desgracia del clan que lideró el viejo Charlín se produjo cuando Manuel Baúlo Trigo, Caneu, decidió contar en la Audiencia Nacional sus travesías atlánticas para importar toneladas de cocaína desde Suramérica. Al igual que le había pasado a Manuel Fernández Padín, el segundo arrepentido del proceso Nécora, los Charlines habían dejado en la estacada a Caneu.

Su testimonio fue decisivo para frenar en seco la carrera narcotraficante de Charlín, que pasaría casi 20 años en presidio. Su confesión le costaría la vida a Baúlo, tiroteado en su casa de Cambados (1994) por sicarios colombianos.

UN EMPORIO ECONÓMICO DE VEINTICUATRO MILLONES DE EUROS.La Audiencia Nacional edificó sobre la base de esta familia arousana el mayor proceso por blanqueo de capitales que se recuerde en este país (2003). Manuel Charlín –uno de los decanos de las instituciones penitenciarias- se sentó en el banquillo con su esposa, cinco hijos, dos yernos, una nuera, dos nietas y cuatro presuntos testaferros. El fiscal antidroga repartía entre todos ellos la responsabilidad de haber “blanqueado” 24 millones de euros procedentes del narcotráfico, sobre todo de cocaína. El emporio que salió a la luz, intervenido por orden del juez Garzón en noviembre de 1996, constaba de 16 sociedades de múltiples sectores: conserveras, depuradoras, bateas, constructoras, inmobiliarias, vinícolas y agrarias.

De entre las doscientas propiedades que los Charlín decían haber obtenido gracias a su trabajo y a la “fortuna de la lotería”, destaca el pazo de Vista Real –adquirido en subasta por el ayuntamiento de Vilanova-, dos enormes plantaciones de viñedo, varios chalets, dos fincas latifundistas en el norte y otra en el centro de Portugal, el predio denominado Blanquillo, adquirido al Ministerio de Defensa en Córdoba, así como algunos negocios de hostelería y una flota automovilística de potente cilindrada.

Los años de cárcel, los trasvases de fariña, los ajustes de cuentas, las andanzas de sus hijos, la excarcelación final, los recónditos zulos, las trifulcas y multas de tráfico, el frustrado intento de volver a las andadas, las broncas con inquilinas, la paliza recibida por falta de cash, los aperitivos playeros en pantalón corto, pertenecen a una época decadente en la que al finado Charlín el Viejo ya nadie le llamaba por su primer nombre: Manolo Melchor.

09 ene 2022 / 00:02
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