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¿De qué galleguismo hablamos?

Está moi recente o pasamento de Víctor Moro Rodríguez (o 15 de decembro pasado, aos 95 anos). Esta figura senlleira da Galicia foi director do Banco de España en Barcelona e director xeral de Pesca no goberno de España na etapa de Leopoldo Calvo Sotelo, recién inaugurada a democracia. Político vocacional e sen tachas, colaborou en EL CORREO GALLEGO ao longo de moitos anos. Xulián Parga, sobriño de Ramón Piñeiro, e pódese dicir que albacea da súa obra e memoria, atopou nos seus arquivos un artigo de Víctor Moro publicado por este xornal o 1 de setembro do ano 2004, no que reflexionaba sobre o galeguismo segundo o pensamento e acción de Piñeiro. Dado o recente pasamento do autor e a vixencia do seu contido, pensamos que podería ser de interese reproducilo nos albores de este 2023, Ano Santo Compostelán. Honra tanto a que o escribiu coma ó inesquecible pai da mesa camilla, inspirador de tantas cousas boas para nosa terra.

Cumpliéndose este mes otro aniversario de la muerte de Ramón Piñeiro leo con interés las colaboraciones que los columnistas habituales de EL CORREO GALLEGO le dedican. Es natural que sea Santiago, en donde Ramón dictaba magisterio en torno a su mesa camilla, quien recuerde el legado auténtico, la bonomía, el sentimiento de una Galicia matria común de todos los gallegos en una patria próspera, orgullosa de sus gentes, de su cultura y de su lengua, dueña de sus destinos, que Piñeiro desgranaba en diálogo susurrante acompañando la caricia del lenguaje con manos delicadas y expresivas mientras que sus ojos, ávidos de penetrar en el catecúmeno, se extraviaban nerviosos tras gruesas lentes.

Yo no gocé de la cercanía de Ramón ni de sus conversaciones compostelanas, por lo que carezco del conocimiento que da el trato continuado en largas veladas. Mi relación con Ramón fue esporádica. Lo conocí en Castropol acogido a la hospitalidad de Fermín Lavandera y su esposa Blanca. Me visitó en Barcelona en mi etapa catalana y mantuvimos largas conversaciones en mi despacho de Vigo cuando preparábamos la manifestación de apoyo al Estatuto de Autonomía, que fue la más brillante y numerosa de cuantas se celebraron en Galicia. Vigo, entonces, puso más gente en la calle que el resto de las capitales gallegas juntas.

Recuerdo también compartir algún almuerzo en A Toxa cuando don Álvaro Gil, gallego generoso, convocaba a los rectores de Galaxia, a la que tanto protegió. Años después en Barcelona viví de cerca su burguesía empresarial comprometida con la identidad, la cultura y la prosperidad de su país que yo conocí, por razones profesionales, en don Álvaro y en los hermanos Fernández López, lucenses que han dejado en Galicia la impronta de su compromiso en múltiples empresas creadoras de empleo. Apoyaban también realizaciones culturales en las letras y en las artes, y en varios museos se conservan donaciones y depósitos de estos gallegos ejemplares. Contrastan estas actitudes, que sin duda tuvieron otros empresarios de la época y algunos actuales, con la red clientelar que hoy cubre Galicia.

En los días previos a la manifestación pro autonomía conocí de primera mano el pensamiento de Ramón sobre la economía de Galicia del que nunca he leído referencias. Quizás Jaime Isla, más especializado, pudiera profundizar en el pensamiento económico de Piñeiro.

Vincular al empresariado.

Lo que sí puedo afirmar es que Ramón consideraba necesario vincular al empresario gallego desde una posición auténticamente galleguista y situar políticamente nuestro desarrollo económico sobre cualquier otra consideración partidaria, subordinando su actuación al superior interés de Galicia. Cuando presenciaba mis conversaciones telefónicas con figuras destacadas del empresariado vigués de entonces que asistieron a la manifestación multitudinaria pro Estatuto, se extendía en consideraciones sobre la burguesía vasca y catalana como pilares de su cultura, de su economía y de su política.

Esto era lo que predicaba Ramón Piñeiro desde su galleguismo ambicioso e integrador. La doctrina piñeirista del galleguismo como sentimiento causó sorpresa en unos, indiferencia en otros, repulsa en los menos y apropiación interesada en los más. Desde entonces los partidos políticos de ámbito nacional en Galicia vienen haciendo constantes protestas de galleguismo cara a la galería que generalmente mueren en actuaciones sin contenido al son de gaitas y justas gastronómicas. Incluso se rehuye en ocasiones solemnes cantar el himno gallego que generalmente interpretan en arreglo poco afortunado las gaitas oficiales de turno. Las estrofas de Pondal, en cuanto grito patriótico de redención, requieren la voz de todos y una gran coral como la que lo estrenó con voces emigrantes en el teatro Tacón de la Habana.

Porque Ramón no era solamente un gran erudito estudioso de su tierra, era también, como lo fue Castelao, auténtica “emoción gallega’’, según escuchaba en mi infancia ribadense a Claudio Pérez Prieto cuando predicaba el Estatuto, y Pulpeiro, el barbero, lloraba aferrado a la bandera de Galicia que encabezaba la manifestación. De aquellas gentes viene la consideración constitucional de Galicia como “nacionalidad histórica’’, cuya trascendencia, sin recurrir a veleidades soberanistas que Piñeiro no compartía, sería imperdonable ignorar.

Es de alabar cuanto se lleva hecho para galleguizar la vida cultural en actividades de todo tipo. Pero cabe reflexionar sobre la galleguización de los partidos políticos que, a mi juicio, no se ha producido como Ramón Piñeiro generosamente pensó. Galicia, no lo olvidemos, sigue arrastrando un déficit secular en el conjunto de su economía. Y nosotros, como tuve ocasión de manifestar en sesión parlamentaria en las Cortes Constituyentes de 1978, necesitábamos el Estatuto como arma para el progreso, mientras vascos y catalanes lo defendían para consolidar sus privilegios que van camino de potenciar. Que nadie vea en mis consideraciones crítica alguna. Los números son tercos y tenaces. Si bien las infraestructuras mejoraron, el conjunto de la economía sigue renqueante, ausente de una política económica definida y de apoyos políticos reales.

Eso no es galleguismo.

Cuando se iniciaron las autovías desde la meseta se pararon en Benavente varios años con anuencia de populares y socialistas gallegos. Eso no es galleguismo. Cuando gobernando los socialistas un diputado popular presenta una proposición para comprometer la fecha de remate de la autovía, los socialistas votaron en contra. Eso no es galleguismo. Cuando gobernando los populares son los socialistas los que devuelven la pelota y plantean la proposición sobre conclusión de obras, los populares votaron en contra. Eso no es galleguismo.

La misma situación se repite con el AVE, con el Plan Galicia, con la política de protección de nuestras costas, con la mejor consideración del sector primario, con la política industrial amenazada, con la ausencia de inversión productiva que tanto necesitamos, pues, no se olvide que, en el ránking de producción, de las 17 comunidades autónomas Galicia ocupa el lugar 15 y la convergencia con Europa sigue renqueante. Es la realidad. En muchas ocasiones juegan con Galicia como si de un muñeco de trapo se tratara.

En cuanto los grupos políticos no subordinen su actuación partidaria a la defensa de los intereses socioeconómicos gallegos, no pueden considerarse “galleguizados’’, en el pensamiento de Ramón Piñeiro. Tocar la gaita no es suficiente. Y si esto no se modifica, si los partidos políticos siguen plegándose a directrices contrarias al interés de Galicia, habrá llegado el momento, en la más pura ortodoxia piñeirista, de hacerse presentes en el Parlamento con voces autonomistas propias.

10 ene 2022 / 01:00
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