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Domesticación

El reciente trabajo, liderado por Pablo Librado y Ludovico Orlando, de la Universidad de Toulouse, en la revista Nature, sobre la genómica de los caballos domesticados (Equus ferus caballus), así como la genómica de otros animales y aves, que se acostumbraron a convivir con la especie humana, como perros (Canis lupus familiaris), gatos (Felis silvestris catus), gallinas (Gallus gallus domesticus), ovejas (Ovis orientalis aries) y cerdos (Sus scrofa domestica), invitan a la reflexión sobre el interesantísimo fenómeno de la domesticación.

El perro (Canis familiaris) empezó a alejarse del lobo (Canis lupus) y hacerse amigo del hombre hace unos 30.000 años; y eso le costó un 20 % de reducción en el tamaño del cerebro. El gato doméstico, bautizado como Felis catus por Carlos Linneo en su obra Systema naturæ, de 1758, empezó a separarse genéticamente del gato salvaje (Felis silvestris de Johann Christian Daniel von Schreber, 1775) hace unos 10.000 años, renunciando a muchas cualidades de los félidos, a cuya familia pertenece, para disfrutar de las comodidades del hogar y no tener que arriesgarse para conseguir alimento.

Gallos y gallinas se apartaron en fases de sus ancestros, el gallo bankiva (Gallus gallus bankiva) del sudeste asiático y el gallo gris (Gallus sonneratii), hace unos 7.400 años, hasta llegar a Europa en el siglo VIII a.C., ya domesticados, habiendo perdido la gallardía de su cresta y el esoterismo bélico de sus peleas a cambio de la paz del corral. Las ovejas domésticas (Ovis aries de Linneo) proceden de su antepasado silvestre, el muflón oriental (Ovis orientalis), especialmente el muflón asiático (Ovis orientalis orientalis) y otros congéneres más dudosos, como el argali (Ovis ammon) o el urial (Ovis orientalis vignei), allá por el VII milenio a.C.

El muflón europeo (Ovis orientalis musimon) sería una oveja anarquista asilvestrada de la antigüedad, que no se acostumbró simplemente a dar leche, carne y lana. La arqueología indica que los cerdos fueron domesticados a partir del jabalí (Sus scrofa), un mamífero artiodáctilo de la familia de los suidos, en el Cercano Oriente, en la cuenca del Tigris, hace más de 10.000 años. Una domesticación separada pudo ocurrir en China unos 8.000 años a.C. El genoma del cerdo es un mosaico de genes mezclados con los del jabalí, pero con islas de domesticación que le costaron los dientes, el pelo, la violencia y la potencia muscular.

La genómica del caballo es muy interesante. Revela que las razas domesticadas modernas no descienden del linaje de los caballos salvajes antiguos (Equus lennesis), que la arqueología atribuía a un linaje del norte de Siberia, que iba del Pleistoceno tardío al cuarto milenio a.C., o a los que asociaba a la brida, el ordeño y el acorralamiento en Botai, Asia Central, alrededor del 3.500 a.C., o los caballos domésticos de Iberia y Anatolia. El trabajo genómico de Librado y sus colegas, analizando muestras arqueológicas de caballos desde 50.250 hasta 2.220 años a.C., señala las estepas euroasiáticas occidentales, especialmente la región inferior del Volga-Don, como la patria de los caballos domésticos modernos, cuya expansión se generalizó desde Eurasia alrededor del 2.000 a.C., en sincronía con la cultura material ecuestre, incluidos los carros de ruedas de radios Sintashta.

La equitación forzó una fuerte selección de adaptaciones locomotoras y conductuales críticas, especialmente en dos genes, el GSDMC (Gasdermin C, también conocido como MLZE (Melanoma-derived leucine zipper-containing extracelular factor), localizado en el cromosoma 8 humano (8q24.21), y un gen próximo al ZFPM1 (Zinc Finger protein, multitype 1), localizado en el cromosoma 16 humano (16q24.2). Curiosamente, el gen GSDMC se relaciona con el dolor de espalda y la estenosis del canal lumbar; y el ZFPM1 es fundamental para el desarrollo cerebral y las neuronas serotonérgicas de los núcleos del rafe, donde se regulan las emociones, la bravura y la agresividad. La presión medioambiental de siglos, en forma de tiro y sumisión, cambió los genes del caballo, que dio al hombre el avance de la equitación, el tiro, el transporte de mercancías, la expansión bélica y la diseminación de las lenguas indoeuropeas e indoiraníes en época de la cultura Sintashta de principios del segundo milenio a.C.

Todo parece indicar que las claves de la domesticación son la docilidad, la obediencia y la utilidad. Si asumimos el postulado bíblico y zoológico de que el hombre es el bicho menos defectuoso de la naturaleza, con el cerebro más grande y una longevidad potencial similar a la de las tortugas, casi sería legítimo pensar que tendría cierto derecho a dominar a las fieras del campo y, por lo tanto, a domesticarlas, como viene haciendo desde hace milenios. Sin embargo, la cosa se pone fea y desagradable cuando el hombre se empecina en domesticar a sus semejantes.

Te domestican cuando en vez de educarte para la libertad te educan para la obediencia acrítica; cuando se desprecia el esfuerzo y el sacrificio y se premia la mediocridad; cuando en la universidad acotan tu conocimiento al límite de la ignorancia de tus profesores y no a la demanda de las necesidades de la sociedad en la que vives; cuando el salario que recibes no es proporcional al trabajo que realizas; cuando quieres ser zapatero y te obligan a ser herrero o cuando quieres ser dentista y te condenan a ser proctólogo; cuando regalan tus derechos a quienes todavía no han demostrado que los merecen; cuando te adoctrinan en defensa de lo público, que es de todos, y en contra de lo privado, que es con lo que se mantiene lo público; cuando te seducen con las mentiras de la cloaca de internet.

Cuando las redes sociales te hacen adorar ídolos de cera expuestos al sol para que se derritan; cuando te aconsejan comprar coches eléctricos y te suben el recibo de la luz; cuando te impiden elegir médico y obligan a poner tu vida en manos de los que solo se rigen por criterios de cupo; cuando te venden la felicidad disfrazada de estupefaciente; cuando promueven el control de la natalidad y luego te culpan del envejecimiento poblacional por falta de nacimientos; cuando te obligan a vacunar contra tu voluntad, como si todos fuésemos una piara de la misma raza; cuando te invitan a comer porquerías que dañan tu salud.

Cuando te nutren de telebasura para que diluyas en la miseria ajena tus propias calamidades; cuando la presión mediática pagada te presenta una realidad virtual que te aleja de tus intereses personales; cuando los voceros del reino, al servicio de la maledicencia del poder, se atribuyen conocimientos que no tienen y te empujan a adoptar posturas irracionales; cuando te intentan convencer de que en democracia la aritmética parlamentaria justifica que las minorías sometan a las mayorías. Cuando reescriben la historia según el interés político del momento; cuando las promesas pre-electorales se las pasan por el forro al alcanzar el poder; cuando se premia a los sediciosos y se humilla a los patriotas; cuando te adoctrinan en la creencia de que el gobierno está para mandar y no para servir, la administración para entorpecer y no para facilitar, y las fuerzas del orden para reprimir y no para armonizar.

Cuando te cobran por servicios que ya has pagado con tus impuestos; cuando te impiden disfrutar de lugares públicos (montes, playas, islas) que estás manteniendo con tu dinero; cuando Hacienda te somete a una presión fiscal desproporcionada; cuando los bancos te imponen comisiones por jugar con tu dinero; cuando el servidor público se convierte en tu verdugo y en represor de tu libertad; cuando te hacen favores que no precisas para que estés en deuda; cuando la justicia en vez de ser ciega es tuerta; cuando la vara de medir es elástica en función del tejido; cuando se cultiva la calumnia y se asfixia la verdad; cuando siendo la casa y los recursos tuyos, te empujan a acabar tus días en un asilo. Te domestican desde que naces hasta que mueres; y las semillas de la domesticación esclavizan tus genes y te convierten en una marioneta que se mueve a capricho de otros.

Podríamos decir con Aristóteles que “el que por naturaleza no es suyo sino de otro, es por naturaleza un esclavo”. No andaba muy descaminado Edmund Burke al conciliarse con los colonos: “La esclavitud surge en todas partes porque es una hierba mala que se da en cualquier suelo”. También se le puede dar la vuelta a la famosa frase de John F. Kennedy: “La libertad es indivisible, y cuando un hombre es esclavo, no todos son libres”. Lo trágico es cuando todos son esclavos en un laberinto de falsa libertad. Milton, en su Paradise Lost de 1667, lo pintaba así: “Servidumbre es servir a tontos e imprudentes”.

Jean-Jacques Rousseau, en su Du Contract Social o, Principes du Droit Politique de 1762, era muy crítico con las actitudes serviles y la debilidad de los dóciles: “La coerción creó la esclavitud; y la cobardía de los esclavos la perpetuó. Los esclavos pierden todo en sus cadenas, incluso el deseo de escapar de ellas”. En una de las 124 cartas a Lucilio (Epistulae Morales ad Lucilium), Lucio Anneo Séneca no fue menos cáustico: “La esclavitud mantiene a pocos hombres en ayunas; el mayor número mantiene firme su esclavitud”.

Adulterando cándidamente un sabio comentario de George Bernard Shaw, estaría bien recordar que “ningún hombre es lo suficientemente bueno como para ser el dueño de otro hombre”.

La domesticación humana es una tiranía larvada que pone yugo a nuestros intereses y somete nuestra voluntad. La permitimos a cambio de que nos dejen vivir; y en eso diferimos poco de cerdos, gatos, gallinas, perros y caballos. Somos una especie cautiva de nuestra libertad condicionada, con grilletes invisibles en el santuario de nuestra dignidad. Como decía John Dryden, “de todas las tiranías que pueden afectar a la humanidad, la peor es la que asfixia a la mente”.

14 nov 2021 / 01:00
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