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El arte de asaltar un parlamento

Aunque en la vida hay que saber de todo, hay algunas cosas que requieren una cierta preparación, y una de ellas es el asalto a los parlamentos, tema que no está claro si se circunscribe al campo de las artes o al de las ciencias. Pero, como provenimos de nuestro pasado, próximo o remoto, en este caso, como en muchos otros, podremos extraer grandes lecciones del estudio de la historia patria o universal.

Un parlamento puede ser asaltado a caballo como se le atribuyó en una anécdota históricamente no documentada al general Pavía, uno de nuestros habituales asaltantes a las Cortes españolas. También puede hacerse a pie y sin recurrir al uso de la caballería como hizo el Tte. coronel Tejero el famoso 23-F, cuando entonaba su grito de “quieto todo el mundo” y, tras darle un poco de gusto al gatillo dijo: “todos al suelo”. Pero sea de forma ecuestre o terrestre, lo que ha de lograrse en cualquier tipo de asalto: parlamento, banco, tren, o lo que sea, es un cierto rendimiento económico y político, que vaya más allá de los escasos beneficios que la clase de tropa de Tejero obtuvo haciendo barra libre en la Cafetería del Congreso célebre por otra parte por sus precios subvencionados.

Se puede asaltar un parlamento con un grupo terrorista que provoque una masacre. En estos casos el movimiento político que representan carece de representación parlamentaria, lo que es lógico porque no van a eliminar quienes los representan. Pero también se puede rodear los parlamentos con tanques, o con manifestantes. Adolf Hitler, que como alemán era muy expeditivo, decidió quemar directamente el edificio parlamentario y luego echarle la culpa a otros. Pero luego pensó que, ya que estaba quemado el edificio de paso ya se podía suprimir la institución que albergaba y así la soberanía popular podría pasarle directamente a él sin problema alguno, porque como Führer, o caudillo, era la encarnación del pueblo alemán, y la raza aria, a pesar de ser un poco bajito, como otros dictadores y además moreno.

Se conoce un caso de un parlamento que se asaltó a sí mismo, y es el de las Cortes franquistas que aprobaron su harakiri con la Ley de la Reforma política. Esas Cortes nunca habían servido para mucho, hasta el punto de que se había llegado a pensar que en realidad no servían para nada, porque aprobaban todo lo que se les mandaba y disponían del aplauso como medio fundamental de control del gobierno. Por eso, como eran tan obedientes, no dudaron en inmolarse y permitir que tuviese lugar un cambio esencial en el pensamiento político en lo que se refiere a la idea de soberanía.

En la época de Franco Soberano era la marca de un coñac que se anunciaba con el lema: “Soberano, es cosa de hombres”. Compartía ese coñac la idea de soberanía con otros similares: Felipe, II, Carlos III, o Duque de Alba, para quedarnos en España, aunque también había el coñac Napoleón; lo que viene a demostrar que el estudio de la Historia de España es algo muy interesante. La soberanía era compartida entre los coñacs que encarnaban a reyes y emperadores. Mientras otras bebidas de alta graduación aportaron sus granitos de arena al conocimiento científico. Este fue el caso del Anís del Mono así llamado en honor de Charles Darwin, que fue una bebida de consumo más popular que imperial, en competencia con el Anís de la Asturiana, que venía a representar la cuota femenina en el mundo de los suministros de los posibles alcohólicos patrios.

Junto al Anís de la Asturiana convivió el Anisette Marie Brizard, con menos graduación y más apto para señoras que para el consumo de la clase de tropa, que por cierto se vio privada del placer de no haber podido beber el posible coñac Don Pelayo, un héroe asturiano, padre de la reconquista en esa cuna de España que era Asturias.

Acabamos de ver un equivalente intelectual de este mundo pintoresco en el asalto al Capitolio de Washington, promovido por el propio presidente de los EE. UU. y protagonizado por una auténtica Arca de Noé de personajes representativos de la realidad económica, política y, sobre todo intelectual del país más poderoso del mundo, de momento. Hay que comenzar por señalar que en los EE. UU. hay más millones de armas ligeras en manos de la población civil que todas las que tienen sus fuerzas armadas, que cada estado posee una Guardia Nacional, que es un pequeño ejército propio. Que los cuerpos de policía son propios de cada estado, ciudad, o incluso condado, por lo cual es más fácil que estalle una guerra civil, o varias a la vez, que dar un golpe de estado. Por otra parte el Cuerpo de Marines, que es un ejército completo, tiene un mando diferente al ejército de Tierra, y la NAVY y la USAF, la marina y el ejército del aire, a veces desarrollan estrategias en paralelo, como en la planificación de la guerra nuclear.

Todo el mando militar se concentra en el complejísimo conglomerado del Pentágono, cuya cumbre suele estar controlada más por civiles que militares, y aunque el presidente es el comandante supremo de las fuerzas armadas su capacidad de mando no es directa, como lo que tuvieron Hitler o Stalin, cuando impusieron sus equivocadas decisiones estratégicas. Si alguna vez el poder civil desapareciese, o se viese subyugado por el militar en los EE. UU., sería porque el Pentágono directamente asumiese el control del país, sin necesidad de asaltar ningún parlamento o institución. Pero para eso necesitaría el apoyo del mundo financiero y económico, y que un movimiento político estructurado, como lo eran el NSDAP, o partido nazi o el PCUS, partido comunista de la URSS, les sirviesen como correa de transmisión y columna vertebral del país. Pensemos que hasta Corea del Norte tiene su parlamento corifeo con su aplausómetro.

¿Qué es lo que ha provocado Trump y a quién ha movilizado? Trump ha sido una pieza clave en la degradación de la vida política, el pensamiento y la cultura política de su país. Un presidente que solo sabe escribir tweets de una simpleza patética, que ensarta una tontería con otra insensatez no debería ser presidente en ningún país del mundo. No se puede llegar al ridículo de que T. Erdogan pueda dar lecciones de democracia, con razón a los EE. UU. Y todavía más no se puede sentir mortalmente ofendido porque se le cierre su cuenta de tweet, según él su medio de libertad de expresión. Y es que no sabe que la libertad de expresión es la que tienen los ciudadanos de exponer sus ideas y criticar al gobierno, y no al revés. Por decirlo en términos hispánicos: el BOE no es el medio de libertad de expresión del gobierno, es donde se publica todo lo que tiene que obedecer todo el mundo, que, eso sí, debe tener derecho a poder rechistar.

Hemos visto que con Trump es mucho más peligroso el teléfono móvil que un fusil. Porque el móvil y los medios digitales han permitido volver idiotas a los ciudadanos, que sólo son capaces de repetir lemas simples hasta la estupidez día tras día. Gracias a ese nuevo sistema de comunicación política se ha conseguido que cada cual se crea libre de poder hacer o decir la tontería que se le ocurra -como ir vestido de indio a asaltar un parlamento-, poner los pies en las mesas, robar atriles; todo en nombre de un gran líder que le pide a los ciudadanos que se inyecten lejía para curar el COVID-19.

Pero en la historia, aun las cosas que parecen y son esperpentos, tienen una lógica social, que permiten entender por qué Trump ha movilizado a tantos millones de norteamericanos. Y es que los EE. UU. han pasado a ser un país desindustrializado, excepto en el campo militar. Sus clases medias se han empobrecido o proletarizado sin más. Ha habido una extraordinaria bajada de los salarios y una pérdida de las garantías sociales. Y la globalización comercial y financiera ha permitido que países con salarios bajos, altas tasas de capitalización y carentes de libertad política y sindical copen los mercados jugando solo con la ley de la oferta y la demanda.

Como esos países: India, China, Europa, los países árabes son los “otros”, es muy fácil convencer a una población empobrecida y frustrada de que todos los males vienen de fuera, de que los inmigrantes son los enemigos políticos. Y como las finanzas hoy en día son globales también será fácil hacerles creer que Wall Street, la banca, las grandes empresas y los profesionales, como los abogados y los economistas son los culpables de todo. Trump ha conseguido hacer creer a la gente que los demócratas son la “gente de Wall Street”. En realidad los poderes económicos nunca dejaron de apoyarle. La economía mejoró y por otra parte no inició ninguna guerra nueva. Cometió un error. Como no tenía ninguna idea en su cabeza que no fuese la provocación y la demagogia, perdió el contacto con la realidad, hasta que pudo comprobar que las tonterías, como todo en la vida, tienen un límite.

17 ene 2021 / 00:00
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