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El dinero y el final de las naciones

Dijo Marx hace más de 150 años: “el capital no tiene patria”. Entonces estaba equivocado, porque él mismo decía que el capitalismo solo se estaba desarrollado en Inglaterra. Pero hoy tendría toda la razón, porque las manipulaciones financieras y monetarias internacionales pueden poner en riesgo el orden económico mundial, lo que arrastraría consigo a las naciones y acabaría provocando una crisis militar. Se puede pensar que Marx era un profeta, profesión que sin duda le sería más fácil por ser nieto de un rabino, aunque sus profecías sobre el fin del capitalismo, debido a la bajada continua de los salarios, no se cumplieron. Al contrario, el gran peligro para nuestros sistemas económicos es hoy la avaricia de los capitalistas, que, impulsando la desregulación de los mercados financieros en pos de ganancias más rápidas y cuantiosas, cortan la hierba bajo sus pies.

Desde el nacimiento de la economía política en la Escocia del siglo XVIII, en la que Adam Smith publicó La riqueza de las naciones, está claro que la economía es el mundo del intercambio de las mercancías. Hay sustancias indispensables para la vida, y la más importante es el aire que respiramos, pero el aire carece de valor porque ni se compra ni se vende. Deberíamos decir que carecía de él, puesto que en la actualidad se paga un impuesto por contaminar con dióxido de carbono y se compran los derechos de emisión, para que los ricos puedan emitir más, comprándole las cuotas de los pobres. Esto es un ejemplo de los cambios de la economía en el último siglo y medio.

Aunque se pueden intercambiar unas cosas por otras: un pantalón por unos zapatos, por ejemplo, sin embargo está claro que la circulación de los bienes no fue realmente eficaz hasta que se inventó la moneda. Una moneda es tres cosas a la vez: un medio de cambio, un patrón de valor y un medio que permite atesorar la riqueza. Con 20 euros puedo comprar algunas cosas, dependiendo en cada momento de lo que valga el euro, y también lo puedo ahorrar para gastármelo en el futuro. Pero además de esto, que está muy claro, una moneda tiene un valor simbólico y político, porque representa la soberanía de un país y muchas veces el orgullo de sus habitantes. Se creía hasta hace poco que un país poderoso tenía una moneda fuerte y uno pobre una que apenas valía nada. Esto ya no es así, pero sí que sigue siendo cierto que cada moneda es como la bandera de cada país. Lo podemos ver ahora mismo cuando el presidente Biden no deja de mostrar su miedo al yuan y proclamar que no se dejará humillar por China.

Se ha discutido mucho el origen de la moneda: si nació para comerciar, pagar impuestos, o pagar mercenarios. Pero en cualquier caso está claro que una moneda, que suele ser un trozo de un metal valioso con un peso fijo, no sirvió como tal hasta que sobre su anverso llevó el símbolo de una ciudad, el nombre de sus ciudadanos y más tarde de su rey. En la antigua Grecia las monedas de Egina, unas de las más antiguas, tenían una tortuga, las de Corinto al caballo Pegaso y las de Atenas una lechuza, símbolo de su diosa nacional, Atenea. Las monedas de los griegos nunca llevaban inscrito el nombre de su ciudad, sino un genitivo plural que decía, por ejemplo: “de los atenienses”, lo que quiere decir que lo que representaban era a la comunidad viva de los ciudadanos atenienses.

Para comerciar en Atenas había que comprar la moneda de la ciudad, como se hacía en la entrada del templo de Jerusalén en los bancos de los cambistas a los que acudían los peregrinos para comprar los animales que entregaban a los sacerdotes para su sacrificio. Si una ciudad como Atenas imponía su moneda en el mercado internacional se consideraba como una humillación para las demás ciudades de la zona, porque moneda y poder político estaban unidos cuando los soberanos, fuesen ciudades o emperadores, imponían su moneda para el pago de los impuestos y con ella pagaban a sus ejércitos.

La imposición de una moneda sobre las demás permite utilizarla como medio de propaganda política, ya sea exhibiendo la imagen de un monumento, el retrato de un rey o un emperador, y lemas de todo tipo, ya sea la idea de Roma Aeterna en las monedas romanas o Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios. Aceptar una moneda es someterse a un poder político, y por eso todos los estados nación creados en el siglo XIX, partiendo de los antiguos reinos, de sus fragmentos, y todos los estados nacidos de los procesos de descolonización cifraban su orgullo en la moneda propia. Una moneda que además de ser un símbolo tiene hoy que ser una mercancía, porque las monedas nacionales se compran y venden cada día en los mercados financieros. Y en esos mercados no sirven de nada los símbolos patrios, si no hay riqueza. Se decía de un famoso apellido castellano, hoy conocido en la política: Espinosa de los Monteros/ muchos blasones y pocos dineros; y lo mismo se le puede aplicar al orgullo nacional en la economía global actual.

Tener dinero es fundamental, pero el dinero no es más que una posibilidad, porque si lo tengo y nunca lo gasto en realidad dejará de ser dinero. Por eso cuando surge el miedo, como en el caso de nuestra sempiterna pandemia, y el dinero se queda en el banco como ahorro preventivo, se agrava la crisis económica, porque bajan a la vez el consumo, la producción y los ingresos del estado. Es cierto que el dinero siempre es virtual, o lo que es lo mismo, es una mercancía en potencia, y por eso lo bueno es que deje de ser dinero y se convierta en bienes y servicios. En un mercado monetario una parte del dinero está circulando en el consumo, otra se convierte en inversión para crear empleo y más consumo, y otra se la queda el estado, para gastarla o invertirla. El dinero que no circula en el consumo y la inversión está depositado en los bancos – en las cuentas de sus clientes y en sus propios fondos - o en las reservas bancarias nacionales y los bancos centrales. Y hay además otro tipo de dinero virtual: el de los mercados bursátiles.

En la bolsa se intercambia humo por humo, pero ese humo puede pasar de gas a dinero líquido y luego generar riqueza y ponerse en circulación. Lo que se compra en bolsa o bien son partes de las empresas cotizadas, o bien deuda pública, que no es más que dinero a cobrar en el futuro, como todas las deudas; y también el propio dinero: el dinero virtual, el bitcoin, o cualquier otra criptodivisa (literalmente dinero oculto).

Yo puedo coger todos mis ahorros y comprar bitcoins. Su valor sube y baja en la bolsa. Por eso el lunes puedo ser muy rico y el viernes muy pobre, si invertí ahí todo mi dinero. Si cobrase en bitcoins, cada mes mi nómina sería distinta, porque mi sueldo sería distinto según el día de la semana en que lo mirase. Yo puedo comprar en bitcoins solo a quién los acepte como moneda, si no tendré que pasarlos a euros o dólares. Los estados no aceptan el pago de impuestos en bitcoins, porque eso supondría cambiar todas las haciendas públicas, pero algunas empresas sí, y eso puede ser peligroso.

Y no lo hacen porque el estado es el que emite la moneda con sus bancos centrales. Pueden emitir más o menos y controlar los tipos de interés, según las circunstancias. Si pierden el control de los tipos de interés, también pierden el control de la deuda pública, cuyo déficit sería diferente cada día si fuese en moneda virtual. A la vez perderían el control de la inflación, y en el supuesto de que el bitcoin se utilizase en todo el mundo simultáneamente, todo pasaría a depender de los mercados bursátiles, que son los que fijan su valor, como el de cualquier otra acción. Como en la economía todo depende del dinero, todos los mercados y sueldos del planeta y todos los ingresos estatales estarían al albur de la especulación bursátil, que se basa en tres principios: la mayor ganancia en el menor tiempo; la confianza como base para incrementar el valor; y el miedo o el pánico como mecanismo financiero de destrucción masiva.

Por eso un mundo con monedas exclusivamente virtuales sería muy peligroso e inestable, porque muy pocas personas, empresas o países podrían manipularlo todo. Una moneda virtual china, con el poder del yuan detrás, desequilibraría la economía mundial, si se hiciese hegemónica. La aceptación de monedas virtuales puede ser buena para países pobres con monedas inestables muy manipuladas por el estado, como algunos países sudamericanos o africanos, y sería similar a lo que fueron en ellos los procesos de dolarización, es decir, de utilizar el dólar como criptomoneda nacional. Pero eso también los podría dejar totalmente indefensos ante una crisis financiera global.

Pequeños países y naciones emergentes podrían esperar que, como no van a ser capaces de crear una moneda nacional fuerte, porque eso es cosa del pasado, sus finanzas públicas serían viables en el mundo de las criptomonedas. Pero eso puede no ser tan sencillo, y les podría pasar lo mismo de lo que el folklore económico acusó al pueblo judío. Era muy malo porque como no tenía patria creó el capitalismo, y también siguió siendo malo cuando por fin tuvo una patria. Y es que ser judío es todo un riesgo. Pretender nacer como nación creando una moneda, también.

18 jul 2021 / 01:00
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