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El espíritu de Santiago

Doctora por la USC, profesora y analista política

En los últimos días, hemos recordado que hay lugares con espíritu, entendiendo como tal algo no necesariamente asociado a lo sagrado. Tampoco a esos sitios donde se buscan misterios por descifrar, más allá de lo material y lo tangible.

Nos referimos al recuerdo que ha hecho la sociedad española del asesinato a manos de ETA del concejal de origen gallego Miguel Ángel Blanco hace justamente veinticinco años. A partir de ese suceso, los medios han evocado la existencia del “espíritu de Ermua”, y que fuera acuñado para hacer referencia al carácter del movimiento ciudadano espontáneo surgido como repulsa a tal suceso y, en forma más amplia, a la violencia del grupo terrorista. Fue tajante, explícito, clamoroso, sin fisuras ni medias tintas.

Aunque la expresión ha sido objeto de distintas interpretaciones, es una la más destacable: la de un suceso que toca la fibra social en un punto límite que deriva en expresión de hartazgo, una especie de “umbral crítico” moral frente a lo que colectivamente se considera intolerable, execrable, indecente e impúdicamente incívico.

Vale la pena apreciar dicha modalidad de acción colectiva en momentos en que distintos reportes nos alertan de la erosión de la democracia en el mundo, mostrando una clara tendencia hacia la autocratización.

Freedom House, Idea International, The Economist Unit y V-Dem entregan datos preocupantes acerca de la pérdida de los avances democráticos que se habían ganado en las últimas décadas. V-Dem, de manera particular, determinó que en 2021 “el nivel de democracia que disfruta el ciudadano global promedio se ha reducido a los niveles de 1989”, concluyendo que “los últimos 30 años de avances democráticos han quedado erradicados”. Los investigadores establecieron la interconexión entre la polarización, la desinformación y la autocratización de los países.

Si pensamos por un momento en España ¿habremos tomado nota de que nuestro país descendió en el Índice Global de Democracia del año 2021 de The Economist, situándonos por primera vez en el grupo de aquellos que han experimentado deterioros y calificándonos como “democracia defectuosa”?

Aunque el estudio lo atribuye principalmente a la falta de independencia de la justicia, debido a las dificultades para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), no sería ese -en justicia- el único motivo.

Habría que añadir el control de la Fiscalía por parte del Estado, la colonización de instituciones como el CIS, la desautorización del Tribunal de Cuentas y del Consejo de Estado, el cierre del Congreso en forma inconstitucional, los retrocesos a la libertad de prensa (bajando al lugar 32, de acuerdo a Reporteros sin Fronteras), el menosprecio de Moncloa a las peticiones de información del Consejo de Transparencia y un incremento en el uso del decreto-ley, eludiendo al Parlamento en su función de control, entre otros ejemplos.

Para quien quiera verla, es perceptible la degradación de las instituciones que pavimentan la vida en común. Que no preocupe masivamente puede deberse a que los embates contra la democracia, como el envejecimiento, ocurren gradualmente, mientras se nos prometen supuestos logros y ventajas.

La celebración, un año más, del Día de Galicia, invita a volcar la vista sobre nuestra autonomía y, más especialmente, en ese polo de atracción que es el Camino de Santiago, vinculado a sentimientos seculares de concordia, europeísmo, apertura, tolerancia, pluralismo, acogida y de comunidad expandida, más allá de que para muchas personas represente la búsqueda de respuestas en clave religiosa.

Hablamos de un conjunto de valores, el “espíritu de Santiago”, que contribuyen a poner por delante lo que nos une. Me gusta pensar que tal circunstancia puede actuar como un escudo, junto a otros elementos, frente a esas tendencias centrífugas, cismáticas y desintegradoras que recorren, cual fantasma, muchas sociedades y de las que España conoce bien el rostro de una: el nacionalismo identitario y excluyente.

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