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El vellocino de oro

    Cuando Jasón guio a los argonautas en busca del vellocino de oro, desde Págasas hasta Clóquide, hubo de atravesar un peligroso estrecho custodiado por dos monstruos marinos, ambos a distancia de un tiro de flecha. A un lado, habitaba la otrora hermosa ninfa Escilla, hija de Forcis y Hécate, de quien se enamoró el dios Glauco, cortejado a su vez por la hechicera Circe; ésta, despechada y celosa, le entregó una poción para conquistar a la bella joven aunque, en realidad, al verterla en la laguna donde se bañaba, la transformó en horrible policéfalo. Enfrente, moraba Caribidis, hijo de Poseidón y Gea, poderoso remolino que tragaba lo que cayera bajo su alcance. Jasón, guiado por Tetis, una de las cincuenta Nereidas y madre de Aquiles, consiguió sortearlos y, al llegar a Clóquide, ayudado por Medea, la hija del rey Aetes, pudo hacerse con el ansiado trofeo. Otros famosos navegantes, como el propio Ulises, no tuvieron tanto tino y debieron elegir, en su tránsito por el estrecho, entre una y otro. Desde entonces, encontrarse entre Escilla y Caribidis refleja más poéticamente eso de hallarse “entre la espada y la pared”: una coyuntura donde todas las opciones posibles encierran algún funesto inconveniente.

    Asistimos hoy por lo menos a dos ejemplos que reflejan este tipo de situación en el marco del actual debate nacional e, incluso, internacional. Ambos nos afectan directamente y se relacionan indirectamente con el origen de esta columna (a saber, elogiar iniciativas que, sobre la base de la colaboración público-privada, con especial referencia al mecenazgo, puedan contribuir a paliar la crisis generada por la pandemia) auspiciada por el club de consejeras de la asociación gallega de empresa familiar. El primer ejemplo es el relativo, en tal escenario, al dilema entre economía y salud pública, que viene además adornado de una larga serie de matices y modulaciones, que van desde el modelo de gobernanza (Estado versus Comunidades Autónomas) hasta la valoración de las peculiaridades sectoriales (no es lo mismo el cese de la actividad en la hostelería que la limitación de ciertas libertades individuales, por ejemplo) pasando incluso por la utilización de las decisiones a tomar como arrojadiza arma política.

    A este respecto, el conflicto resulta tan espinoso como inabordable en una columna de este tipo. No obstante, el más elemental sentido de la mesura reclama llevar a cabo un estricto análisis y seguimiento del mayor número posible de factores socioeconómicos, geográficos y sanitarios, conjugados con una adecuada política de comunicación a la ciudadanía y, en su caso, poner mecanismos concretos de compensación a disposición de aquéllos que puedan haber visto sensiblemente mermada su posición en tan hostil entorno; comenzando, por supuesto, por los escalones más débiles, pero sin olvidar que, dependiendo del concreto ámbito, la caída de la actividad en sectores específicos puede arrojar a un profundo pozo a antaño afortunados empresarios o empresarias, de cuya suerte dependen directa o indirectamente decenas de puestos de trabajo, tal vez difícilmente recuperables. Mecanismos como los ERTE, los créditos blandos o las subvenciones, a todos los niveles, han ayudado a paliar en cierta medida el parón de la actividad económica. Pero no han evitado discrepancias entre territorios, a veces enormes y sangrantes, a la hora de afrontar la disyuntiva entre la Escilla que supondría un hundimiento de la economía y el Caríbidis de un colapso en el servicio público de salud.

    Un segundo ejemplo de alambicada disyuntiva, conectada con la anterior, lo hallamos en la gestión del ya famoso fondo europeo de regeneración, que ha generado intenso debate ante la necesidad de flexibilizar los mecanismos de fiscalización de los contratos públicos, dado que pueden ralentizar la ejecución del gasto, hasta el punto de que el mismo quede sin materializar a tiempo y, por tanto, desemboque en una renuncia a importantes cuantías de las subvenciones concedidas. De nuevo el ruedo político se complica aquí por la consabida tensión entre izquierdas y derechas, pero también entre gobierno y oposición, acompañado todo ello de la reclamada intervención de las autonomías en el procedimiento, por lo que entra en juego nuevamente el factor territorial. El polémico decreto para la gestión de los fondos, no obstante, se encuentra en este momento en fase de tramitación como proyecto de ley, por lo que cabe esperar y desear, en asunto de semejante calibre, que la cordura se imponga y se alcance un acuerdo lo más amplio posible que permita combinar una adecuada vigilancia del gasto público (incluyendo el destino correcto de los fondos) con la agilidad en su ejecución.

    Al igual que Jasón necesitó la guía de Tetis con el fin de superar el proceloso estrecho custodiado por sendos monstruos marinos, y diversas ayudas para poder hacerse con su botín, de modo semejante, quienes tienen la responsabilidad de decidir en un momento como éste, aciago donde los haya, deberían ser capaces de aparcar sus estériles rencillas y escucharse mutuamente, conscientes de que la coyuntura actual reclama a gritos unidad de acción a nivel nacional, para remar todos juntos guiados hacia una salida airosa de la tormenta perfecta en la que nos encontramos. El trofeo del vellocino europeo lo merece. Aunque, tal vez, lo que falte sea un Jasón (o Jasona, claro es); pero, visto lo visto, casi nos conformamos con un Ulises.

    14 mar 2021 / 00:50
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