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Las fanfarrias pseudocientíficas

Stanislaw Andreski publicó en 1972 Las ciencias sociales como formas de brujería, libro en el que describió un curioso fenómeno, que consistía en nombrar hechos bien conocidos, y para los que ya hay palabras, con nuevos términos, siglas o fórmulas que tenían como fin dar una gran apariencia de seriedad a lo que se estaba diciendo, quizás precisamente porque eso que se decía no tenía apenas originalidad ni importancia. Burlándose de esta moda, que alcanzó su apogeo con el estructuralismo francés, Andreski se proclamó como descubridor de la ley de la camándula verborrágica, que dice, ni más ni menos, que el índice de la verborrea es directamente proporcional a las ganas de figurar e inversamente proporcional a la cantidad de conocimientos que se tienen. Se formularía así: Cv= Gf/ Cc. Si un científico no supiese absolutamente nada su conocimiento sería igual a cero, y así: Cv=Gf/0.

Y como cualquier número partido por cero es igual a infinito, entonces ese científico, que tendría que tener algunas o muchas ganas de figurar, porque si no las tuviese no sería científico, tendría una verborrea infinita. Naturalmente ese sería un caso extremo. Lo normal es que los que más saben sean precisos y concisos, y poco charlatanes. Y por eso se suele decir que la modestia y la humildad deben ser cualidades de cualquier investigador.

Lo que había ocurrido en las ciencias sociales de los años 80 del siglo XX era algo que hoy es ya casi una pandemia, y consistía en creer que utilizar términos matemáticos, o conceptos tomados de la física o la química mejoraban el conocimiento en las humanidades y las ciencias sociales. Así por ejemplo, Lévi-Strauss, uno de los más grandes antropólogos del siglo XX, cuyos inmensos conocimientos, cuya capacidad de análisis y cuyo estilo literario son indiscutibles, y que sistematizó en su monumental obra Las estructuras elementales del parentesco (2.ª ed., 1966) cientos de sistemas de parentesco muy difíciles de comprender, decidió incluir un trabajo del matemático André Weil, titulado: “Acerca del estudio algebraico de ciertos tipos de leyes del matrimonio (sistema Murngin)” (pp. 278/286), un estudio que impresiona a cualquiera que no sepa álgebra, pero del que otros matemáticos dijeron que no añadía nada a lo que ya había dicho Lévi-Strauss, porque lo que se había formalizado en lenguaje algebraico ya se había dicho en lenguaje común. Y lo mismo ocurrió cuando otro matemático diseñó un programa informático para volver a analizar los mitos americanos a los que este genial antropólogo había dedicado su trabajo durante veinte años, plasmado en un libro en cuatro tomos: Mitológicas. El ordenador no descubrió ninguna interpretación distinta de las ya expuestas en esos tomos.

Las matemáticas son fundamentales para poder abordar ciertas partes de la realidad, que no pueden ser analizadas de otra manera. Sin el análisis matemático no hubiese sido posible el nacimiento de la mecánica, del electromagnetismo y otros campos de la física. De la misma manera antes del nacimiento de la estadística había fenómenos que no se podían describir ni comprender, y lo mismo ocurre con la geometría, la topología y muchas especialidades más. Las matemáticas son fundamentales, pero hay hechos que por su complejidad no puede ser reducidos con éxito al formalismo matemático.

Gracias a los algoritmos podemos programar los ordenadores y hacer cálculos de una complejidad inimaginable e imposible si ellos. La economía y las finanzas necesitan de la contabilidad y el cálculo diferencial, pero la política no es matematizable, porque depende de las decisiones individuales o colectivas que se tomen en cada momento, como ocurre con la guerra y las batallas, cuyo éxito no depende solo de la tecnología de que disponga cada ejército, sino también de la capacidad estratégica de su comandante: Vietnam, Irak y Afganistán son la mejor prueba de ello.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría convertir el derecho en matemáticas y creer que un ordenador pueda dictar sentencias o hacer leyes y dictámenes. No es posible hacerlo porque las leyes están escritas en lenguaje común y sus términos: robo, violación, matrimonio, contrato..., son comprensibles por la gente común y corriente, que sabe que tienen a veces muchos matices, que han de ser interpretados por los juristas, los jueces, los notarios y otros tipos de especialistas en muchos casos. Si en vez de leyes tuviésemos teoremas algebraicos, y pudiésemos hacer programas de ordenador para sentenciar, como los podemos hacer para cubrir la declaración de la renta, quizás se resolverían muchos problemas de la vida social y de la política, pero eso no es más que una ensoñación, porque no hay políticas científicas, sino solo políticas autoritarias que se han impuesto, y se imponen, mediante el uso de poderes absolutos que apelan a la ciencia, como en otros tiempos apelaban a las divinidades.

Con el estructuralismo francés el uso de términos científicos sacados de contexto fue no se sabe si una moda parisina o una verdadera plaga. El psicoanalista Jacques Lacan en la última etapa de su vida desplegó una auténtica fanfarria verbal para explicar, eso sí sin fórmulas, pero sí con unos cordeles con los que hacía figuras en sus clases, suscitando la admiración de sus oyentes, la “estructura topológica del inconsciente” a la luz de los “nudos borromeos”. Si el inconsciente ya es oscuro en su propia definición, aclararlo así es iluminar la oscuridad con las tinieblas. La topología, el álgebra, los átomos, las partículas elementales, todo sirvió para que humanistas y científicos sociales se vistiesen trajes para ser mejor acogidos en los salones académicos, para impresionar a las autoridades académicas y políticas y para suscitar el arrobamiento de oyentes y discípulos papanatas, dispuestos a incorporarse al desfile de esta especie de carnaval de las ciencias.

Las palabras pseudocientíficas se unieron a los grandes conceptos, y así en el año 1968 Gilles Deleuze y Félix Guatari publicaron un libro que hizo época: El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, que era un furibundo ataque a la verborrea de Lacan, pero a costa de llevar al altar a dos grandes y a la vez vagos conceptos: el grupo de las esquizofrenias, con todas sus clases y síntomas contradictorios (positivos y negativos, floridos o no), y el capitalismo global, como sistema satánico responsable de unas enfermedades compartidas por las sociedades socialistas, comunistas y conocidas a lo largo de todos los continentes y la historia. G. Deleuze era un gran filósofo de formación y F. Guatari un psiquiatra profesional muy apreciado por los pacientes del sanatorio en el que trabajaba. Félix, como era conocido por sus pacientes, murió de un infarto y el día de su fallecimiento los internos le ofrecieron como homenaje el estar tranquilos toda la noche, o por lo menos parecerlo, en este psiquiátrico gran toque de silencio. Sin embargo ambos se vieron arrastrados por la moda del momento.

A lo largo de la historia a los gigantes les suceden los enanos, y a los maestros los discípulos. Y consecuencia de ello es la explosión de la fanfarria pseudocientífica que ha invadido las humanidades y ciencias sociales, y las universidades en general, víctimas y papanatas en su admiración por la informática fuera de lugar, por las ciencias como la neurología y la genética, que explican lo que pueden explicar y como lo pueden explicar, pero no todo lo que la gente cree, ni lo que algunos de sus cultivadores quieren dar a entender.

Ahora, un arqueólogo que estudie un vía romana no estudia eso, una vía romana o una red viaria, sino la conectividad romana. Las comidas se llaman comensalidad, los grupos sociales sociabilidad, reflexividad es como se llama al pensamiento, performatividad a tomar una decisión. Pegar cosas diferentes se dice crear sinergias, mandar practicar la gobernanza, adaptarse generar resiliencia, desenvolverse por la vida se dice empoderarse, decir cualquier cosa es generar un discurso, hacerse propaganda a sí mismo crear relato. Eso sí, se diga lo que se diga y se haga lo que se haga, en las ciencias sociales y humanas siempre se hará para figurar, de acuerdo con la ley de la camándula verborrágica, y además de para figurar, para ganar dinero, o lo que es lo mismo, lograr financiación en un marco de competitividad en el ámbito de una convocatoria pública.

24 ene 2021 / 00:00
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