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ENTREVISTA
ENGRACIA VIDAL Primera profesora en un Seminario Menor y exmonja

“Los padres deben tener derecho a elegir el centro educativo para sus hijos”

Ante la incorporación, por primera vez en su historia, de alumnas en el Seminario Menor de la Asunción de Santiago de Compostela, entrevistamos a Engracia Vidal (Cambados, 1930), la primera mujer que entró a dar clase en el colegio católico, y nos llevamos lecciones de generosidad, de valentía, de compromiso y de libertad.

La mirada nonagenaria de Engracia Vidal pertenece a una de esas protagonistas que siguen caminando hacia delante sin añorar el pasado. Hoy vuelve a él.

La suya es una aventura más de márgenes que de renglones.

Fuera del convento enseñaba otro tipo de oraciones. Sujeto, verbo y predicado. No es la historia de una educadora convencional. Es el retrato de la primera profesora en un Seminario Menor y de una creyente de la educación universal.

También fue pionera en pronunciar una conferencia sobre teología en Galicia y en participar en los Coloquios Europeos de Parroquias. No es la historia de una religiosa con hábito de decir amén. Es la crónica de quien defendió la tierra gallega, la igualdad y la renovación eclesial dentro de la Iglesia católica.

Retirada hace veintiséis años, ¿echa de menos la docencia?

No, pero la recuerdo con gusto. Ahora bien, si me preguntaras si volviera a nacer qué haría... lo de ser monja me lo pensaría, aunque me fue bien y viajé por todo el mundo, pero disfruté mucho más con la enseñanza.

Esta exmonja de la congregación del Sagrado Corazón, hija de un registrador de la propiedad y de una costurera, estudió la carrera de Historia en las universidades de Santiago y de Madrid, se diplomó en Magisterio y en Teología y se formó en Pedagogía. A un tiempo, sus dos vocaciones, la religiosa y la docente, la guiaron por más de media docena de colegios tanto de titularidad privada como pública.

Ni una operación de cadera entorpece la agilidad de esta jubilada cambadesa que supo moverse en un mundo estricto, duro y vetusto. “No paro (risas). Procuro salir todos los días y leer mucho”, cuenta mientras cierra el último número de ‘Encrucillada’, la revista gallega de pensamiento cristiano, fundada en 1977, en la que volcó miles de horas de esfuerzo. “El alma de ‘Encrucillada’ fui yo. Fue una de mis prioridades porque se juntaron dos factores: el de creyente y el de galleguista”, sostiene tras años de servicio como redactora y como secretaria.

Su memoria parece uno de esos mapas mudos que nos daban en Primaria: desierto al principio, lleno de anotaciones al final. Medio siglo después, evoca su etapa en las aulas de Historia y de Lengua Castellana en el Seminario Menor: “Tuve unos niños estupendos. Tenía treinta por clase. Para los alumnos también era una novedad que la profesora fuese una mujer, pero me respetaron muchísimo”, describe. “Allí había mucha disciplina. Por mi parte, siempre tuve autoridad con los alumnos sin necesidad de reñir. Llegaba a clase y ya todos se cuadraban aunque solo me conociesen de oídas”, admite con la misma determinación de un entrenador de fútbol en la final de un Mundial.

¿Cómo llegó a ser la primera profesora en el Seminario Menor de Belvís?

En un momento de apertura. A finales de los años sesenta había en Santiago un grupo inquieto, entre ellos, estaba el jefe de estudios del Seminario Menor, Antonio Miramontes, quien sin conocerme, confió en mí. Después del Concilio Vaticano II [1962-1965] empezaron los cambios. Entonces, debieron de presionar al cardenal y arzobispo Quiroga Palacios para que me contratase porque la Iglesia estaba metida en un lío ya que el Estado exigía un profesorado licenciado y temieron que les pudieran quitar la capacidad de examinar a los alumnos [según la Ley de Ordenación de la Enseñanza Media de 1953, las Órdenes Religiosas recuperaron el derecho docente, suprimido por la legislación republicana, siempre y cuando se cumplieran los requisitos de titulación establecidos para cada nivel educativo]. Sabían que yo venía de Madrid [directora en el colegio de Chamartín], por lo tanto, tenía una preparación más avanzada.

En su afán por proteger los derechos de las mujeres, destinó su sueldo de profesora en el Seminario a impulsar la Residencia del Sagrado Corazón que proporcionaba alojamiento a las estudiantes sin posibilidades de cursar el Bachillerato en los entornos rurales. “La residencia era gratuita y se creó para las niñas que no tenían recursos”, explica. Situada en el popular barrio de San Roque de Santiago de Compostela, pronto se convirtió en un local polivalente al que se iba con la intención de compartir impresiones sociopolíticas. “En aquella época no había libertad de reunión y nos juntábamos gente joven, chicos y chicas, pero con cuidado de que no nos vieran. Todas las reuniones que había eran clandestinas”, confiesa sobre aquellos días en los que escapó del estricto canon preestablecido para una profesa. Acostumbradas a la sobriedad y al recogimiento, gracias a ella las hermanas de la congregación abandonaron la clausura, vistieron de seglares y se expresaron en gallego.

De aquel concurridísimo espacio se despidió en 1974 cuando bajó, por última vez, los catorce peldaños de la escalinata del Seminario Menor por su traslado al Instituto Católico de París coincidiendo con la llegada de monseñor Suquía para hacerse cargo de la diócesis y el responsable de cortar toda corriente de cambio. ¿Se hubiera quedado? “No lo quiero recordar. Cayó un poco al bies”, rechaza.

No retrasemos más su opinión acerca de la palpitante alternativa de compartir pupitre los chicos y las chicas en el Seminario. “¡Podría ser una solución para su supervivencia! Luego el que quiera ser cura que continúe por el camino de la religión. Hoy en día, con la enseñanza tan extendida, nadie se puede aislar”, medita. Un hecho que se confirmó el pasado 3 de marzo mediante un comunicado en el que el Arzobispado de Santiago de Compostela anunciaba que el Seminario Menor de la Asunción funcionará a partir del curso académico 2021-2022 como colegio diocesano privado mixto para los estudios de ESO o de Bachillerato.

La ley Celaá va a retirar las ayudas a los centros segregados por sexo. Usted dio clase en ambos modelos, ¿alguna diferencia?

Nada, ninguna. Y menos una diferencia que sea negativa.

A su regreso de la capital francesa demostró ser más devota de contar el tiempo por veranos que por ciclos litúrgicos. Cuando el bum demográfico de los sesenta incrementó la demanda de escolarización durante la transición democrática, el Gobierno, desbordado, facilitó la entrada al sistema público de profesorado de instituciones privadas o religiosas. Llegados a este punto, le ofrecieron el puesto a medida para una mujer concienzuda, templada y diligente: negociar con el obispado y con el delegado del Ministerio de Educación para que la filial de Canido (Ferrol) pasase al Estado. Superada la tarea, prosiguió como profesora no numeraria en un instituto masculino de la misma ciudad.

Su silente activismo a favor del idioma patrio da voz a otro capítulo indisociable con la imagen de Engracia: ella y sus raíces. “Con la incorporación de las lenguas cooficiales, me apunté enseguida a dar clase de gallego”, precisa llena de orgullo la que en 1981 sería profesora de Lingua e Literatura Galega en el instituto público pontevedrés A Xunqueira I, provincia que no abandonó.

Por esta y otras razones, la profesora sobresaliente fue suspendida del catálogo de la congregación.

Con más de cuarenta años de experiencia, ¿enseñanza pública o privada?

La pregunta es muy mala de contestar. Lo primero es que haya libertad de elección. Tanto el estudiante como la familia deben tener derecho a elegir; por ejemplo, si los padres quieren que su hijo se eduque en un colegio mixto, segregado, de un sitio o de otro, en una lengua u otra... A mí atacar a la enseñanza concertada me parece una pobreza.

¿Qué grado de responsabilidad tiene el profesorado en el estado de la calidad de la enseñanza?

Es una responsabilidad repartida entre el profesorado y el Estado. Un profesor tiene que estar siempre actualizándose, estudiando las materias y los nuevos métodos porque todo cambia. Ahí es donde el Estado debe poner el foco y obligar a que el profesorado se vaya reciclando en el mes de julio.

Su método pedagógico consistía en debatir, en hacer exposiciones orales, en elaborar comentarios de texto y en fomentar la lectura. “Discurría cosas para transmitir mejor lo que quería que los alumnos aprendieran y notaba que ellos estaban contentos. Por ejemplo, mandaba leer muchísimos libros”, expone con esa característica voz de maestra sabedora de que el aprendizaje por proyectos, por aquel entonces, era una entelequia.

¿Por qué se desprecia la memoria?

Es absurdo desprestigiar del todo la memoria porque sin ella no haces nada. La inteligencia es necesaria para entender y, por otro lado, la memoria es fundamental para retener. Son dos cosas distintas y hacen falta las dos.

Pero volvamos al comienzo. Cuando le pides un recuerdo visual de su entrada en el convento Sagrado Corazón (1949), ella te devuelve un suspiro: “¡Ay! Cruzar esa puerta es una tragedia interior. Lo de menos era entrar en el convento. Lo de más era lo que dejabas atrás: tu casa, tus padres y todas las ilusiones que ya tenías en la vida”. Se da una pausa y prosigue: “Tenía mucha vida social y muchas amistades. No digo relaciones de novio, no, eso no lo tuve, pero sí de salir, ir a la playa, ir al baile... Lo más duro fue ver que mis padres lo estaban pasando mal”, relata la autora de ‘Por unha Igrexa tamén feminina’ un libro en el que reivindicaba un papel más activo para la mujer en las actividades eclesiásticas.

Su secularización se produjo un día cualquiera de 1991. Entre esta imagen y la otra caben cuatro décadas balanceándose entre el ascetismo y la disidencia. En adelante, convertida en una referencia de la iglesia feminista y galleguista participó en la creación de un sindicato de enseñanza, formó parte del Consello da Muller en Pontevedra, colaboró en mesas redondas y estampó su firma en diversas publicaciones gallegas.

¿Cuál es su relación actual con la Iglesia como institución?

Normal. Si me piden una charla, una conferencia, cualquier cosa... acepto. En la actualidad no soy religiosa, pero sigo yendo a misa aunque menos por mis años, mis obligaciones, mis cansancios, mis lluvias y mis catarros. Ahora tengo otra visión.

¿Contra qué (cosas) ya no quiere pelear?

Cada vez quiero pelear menos (sonríe). Pero estoy convencida de que siempre se puede hacer algo porque en todos los lugares hay fallos: en las autoridades eclesiásticas, en las civiles y en todas partes.

¿Qué ha provocado su mayor crisis de fe?

Nada me ha hecho tambalear.

05 abr 2021 / 01:17
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