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Matar por los hombres y los dioses

Todas las religiones manan de dos fuentes diferentes, pero complementarias, los sentimientos de cada persona y la presión social del grupo en el que vive. Los filósofos e historiadores de las religiones han desarrollado diferentes teorías para explicar la necesidad de las religiones, inclinándose en unos casos por el análisis psicológico de los sentimientos personales y definiendo la religión como una relación entre una persona en su soledad y las divinidades, a las que acude en busca de ayuda, consuelo y seguridad; o bien por el análisis sociológico, según el cual la religión es básicamente el cemento que mantiene unida a una sociedad.

No deja de ser curioso que los filósofos que defienden la interpretación individualista y psicológica de la religión sean muchas veces protestantes, y los que se inclinan más por el componente social sean católicos de cultura y origen,

sean o no creyentes. Lógicamente si yo vivo en una cultura en el que no hay una iglesia fuerte o única, sino muchas, y en la que la religión es básicamente una elección individual, consecuentemente defenderé que elegir una religión es una opción entre otras, como si hubiese un mercado de las religiones. Si, por el contrario, vivo en un país que es o fue católico, o cristiano ortodoxo, identificaré religión y sociedad, al igual que en el islam, para el que la religión es también una civilización y un modo de vida.

Puede darse el caso intermedio en el que la religión me mantiene fuertemente vinculado a mi comunidad por sus ritos, sus formas de vida y de organización social, como es el caso del judaísmo. Pero si esas comunidades son pequeñas y viven en el seno de otras civilizaciones, naciones y reinos, como vivieron los judíos durante dos mil años bajo el poder romano, cristiano o musulmán, entonces su poder social se debilita. Es un poder que puede oprimir a los miembros de esas comunidades, pero que no les servirá para agredir a otras. El Dios del Antiguo Testamento era un dios guerrero que protegía a su pueblo y lo podía incitar, en el pasado bíblico o en el Israel actual, a la guerra o la conquista de la Tierra Prometida, pero durante siglos solo lo protegió a duras penas.

En el campo de exterminio de Auschwitz muchos judíos pusieron en duda la existencia de su Dios. Primo Levi, un joven químico italiano que sobrevivió al campo, dijo en uno de sus libros que después de lo ocurrido allí nadie podría seguir creyendo en ese Dios. Elie Wiesel, un adolescente húngaro de 16 años, autor de otro libro fundamental, La Noche, dijo por el contrario que ya no se podía seguir creyendo en nada que no fuese en ese Dios.

Como la religión es en parte expresión de los sentimientos humanos más profundos puede ser interesante ofrecer esta canción, compuesta en Auschwitz en español por un grupo de judíos sefardíes de la ciudad griega de Salónica, 50.000 de cuyos habitantes fueron asesinados en ese campo. Ofrezco el texto original, aunque con la ortografía actual y no con la sefardí:

“Árboles lloran por lluvias/ y montañas por el aire./ Así lloran los mis ojos/ por ti querida madre./ Así lloran los mis ojos/ por ti querida madre.

Torno y digo que va a ser de mí/ en tierras de Polonia/ me tengo que morir.

Blanca sos, blanca vistes/ Blanca es la tu figura/ Blancas flores caen de ti/ De la tu hermosura/ Blancas flores caen de ti/ de la tu hermosura.

Torno y digo que va ser de mí/ en tierras de Polonia/ me tengo que morir.”

En muy poco tiempo esos 50.000 judíos que siempre se consideraron españoles y cuyos antepasados fueron generosamente acogidos por los sultanes turcos en el siglo XVI, tras su expulsión de Castilla, fueron entregados con entusiasmo por los griegos cristianos más furibundamente nacionalistas, que los odiaban más que a los alemanes invasores de su país. Un grupo que se llamó a sí mismo Koro salónico, y que consiguió sobrevivir, rescató este pequeño poema que es muy similar a un romance castellano. El poema expresa el miedo, la angustia y la desesperación y apela a la figura de la madre, de una madre real, que nunca hubiese podido dar la ayuda y el cobijo que los humanos piden al enfrentarse a la muerte, invocando en muchas ocasiones y religiones a las diosas, las heroínas o las santas, cuando los soldados caen en los campos de batalla en las guerras libradas tantas veces en nombre de otros dioses.

Los soldados alemanes llevan en su cinturón la inscripción Gott mit uns, “Dios está con nosotros”. Lucharon por el mismo Dios que los franceses y los ingleses en las dos guerras mundiales, como lo hicieron en España los nacionalistas vascos cuando se enfrentaron con los requetés, igualmente vascos y navarros, y otros muchos católicos del resto del país. ¿Quién los llamó a la lucha y por qué lucharon?

Al iniciarse la Guerra Civil el cardenal primado de España, monseñor Gomá, publicó un texto titulado Las dos Ciudades, en el que tomando en vano el título de la obra maestra de san Agustín asoció a la república con la Ciudad del Mundo y a los sublevados con la Ciudad de Dios. Partiendo de esa idea se le dio a la Guerra Civil la consideración de Cruzada, o guerra santa, como santa es la yihad islámica.

Muchas cruzadas se habían predicado desde la Edad Media. Fueron guerras terrenales como las demás. Y la conquista de Jerusalén, la ciudad celestial que prefiguraba el reino de los cielos, pero en la que ya vivían judíos y musulmanes, aunó el deseo de liberar los santos lugares –igual de santos para los judíos, fundadores de la ciudad y en la que yacen los restos de su templo, que para los musulmanes que allí construyeron una de las más importantes y sagradas de sus mezquitas– con los intereses estratégicos y comerciales.

¿Cómo se puede predicar una cruzada y mandar a la guerra a los hombres y a los niños? Y es que también hubo una cruzada de los niños que acabaron siendo masacrados. ¿Alguien puede predicar una cruzada rezando el Padrenuestro? Creo que no. ¿Y con las bienaventuranzas del sermón de la Montaña? Parecería ridículo. ¿Cómo se puede compadecer a los que lloran, a los pobres, a los perseguidos injustamente por la Justicia y pedir la guerra? ¿No es “No matarás” uno de los diez mandamientos? Todo esto es verdad, pero las cruzadas se predicaron, no citando los Evangelios ni a San Pablo, como no se cita el Corán, sino con la autoridad de los comentaristas de los textos, de los glosadores del Antiguo y Nuevo Testamento, hermanos de sangre de los ulemas y los rabinos en su amor por los textos, la erudición y la gramática que permite hacer que un texto diga lo que no dice aplicándole la tortura de la erudición.

Cuando se hicieron las cruzadas, desde la Edad Media a la contemporánea, a veces unos reyes estaban aliados con el Papa, pero otra con los turcos, como lo hizo Isabel I de Inglaterra cuando se enfrentó a Felipe II. Pero a veces era el Papa el que quería aliarse con los turcos, como cuando Carlos I de Castilla y V de Alemania saqueó Roma y no dejó títere con cabeza en las posesiones papales. De la misma manera, los cruzados se enfrentaron con los cristianos del Imperio bizantino.

Las guerras solo son humanas, como la vida y la muerte, como el amor y el odio. Lo más parecido al cadáver de un soldado muerto en el campo de batalla es el de otro soldado igualmente caído. Todas las heridas de guerra causadas por las mismas armas son iguales, como iguales son los incendios, los saqueos o el sufrimiento de las mujeres violadas o de las madres que vieron cómo mataban a su hijos. Nunca ningún dios estuvo presente en ninguna guerra. Pero en las guerras sí que hubo miles de hombres que hablaron en nombre de los dioses para sacar a la luz casi siempre los peores componentes de nuestra naturaleza humana y satisfacer las más miserables de sus ambiciones.

01 nov 2020 / 00:00
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