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paisaje quemado. Siglos ha tardado la naturaleza en crear un entorno idílico en el que cada año disfrutan del baño cientos de amantes de la montaña y el senderismo, y tan solo dos días ha tardado el fuego destructor en acabar con él TEXTO Ángela Precedo

Otro paraíso natural perdido este verano: las pozas del Río Pedras

Cruzar la comarca del Barbanza en coche estos días deja en el corazón de los viajeros un sentimiento de dolor, de tristeza y desolación. La masa verde que cubría toda la parte alta de la sierra se ve ahora grisácea, vuelta nada, en cenizas. El idílico paisaje que se creaba con los montes a un lado y las playas y el mar al otro es algo que probablemente tarde años en recuperarse. Un vistazo general basta para entender la gravedad de la situación y para comprobar de primera mano que, efectivamente, el incendio declarado en la parroquia boirense de Cures no ha sido una broma: 2.200 hectáreas arrasadas.

Pero, yendo un paso más allá de esa imagen genérica, hay que adentrarse en la sierra para ver todo aquello que se ha perdido y que ya no volverá a ser como antes. Entre esas cosas, se encuentra un centro de recreo para todos los amantes de la montaña durante el verano: las pozas del Río Pedras, que acogen a cientos de turistas (y vecinos) cada año. Un entorno bucólico esculpido por el agua donde la naturaleza es la gran protagonista. Una maravilla en el interior de los montes de A Pobra de incalculable valor.

Siglos ha tardado en formarse un paisaje dividido en siete pozas que culminan en una cascada en la parte alta. Y dos días ha tardado en destruirse. Si bien el agua del río sigue estando, como es obvio, la naturaleza de los alrededores se muestra gris, sin vida, muerta... ¿Cómo disfrutar de un baño refrescante en un entorno donde se respira muerte? Probablemente tras este incendio se haya perdido una de los más grandes atractivos naturales del municipio. Y es que según las imágenes del satélite Copernicus de la Unión Europea, efectivamente las llamas han llegado hasta esa zona, arrasando con toda la vegetación a su paso.

Los vecinos conocedores del lugar también confirman que, efectivamente, el fuego llegó hasta allí. Para todos los que conozcan el lugar, que no serán pocos, seguro, imagínense lo que pudo ser la imagen del rojo fuego llegando hasta el río, de las llamas reflejadas en el agua cristalina y de los conejos y zorros que podían verse en el camino de llegada corriendo despavoridos. Una imagen dramática de una tragedia como nunca había sucedido.

El espectacular cañón, plagado de cuencas, pequeñas cascadas, pozos y saltos de agua, el puente medieval situado cerca de los restos del Convento de San Xoán da Misarela (fundado en el siglo XIV y abandonado desde hace siglos), los numerosos molinos... Un patrimonio preservado durante siglos maltratado ahora por el peor incendio de la historia de la comarca. Pena es poco decir.

SOLO QUEDAN LAS LEYENDAS. Ahora, y hasta que se regenere la naturaleza perdida, algo que tomará mucho tiempo, al menos hasta hacerlo en todo su esplendor, queda mantener el recuerdo de lo que fueron esta pozas. Igual que se mantiene el recuerdo de las maravillosas leyendas que giran en torno a ellas. Se dice que una de las pozas más profundas, el Pozo Negro, no tenía fondo y de ella salían monstruos de toda condición hasta que los rayos la tapiaron. Debajo de ella se encuentra un peral que da frutos de oro y sujeta al mundo.

También se habla de que en la zona habita la figura mitológica de las lavanderas, mujeres atrapadas en el más allá que piden ayuda en su labor (lavar la ropa) a quienes se acerquen. Si un vivo tuerce la ropa en la dirección contraria a la que lo hacía la lavandera, fallece. Seguro que estas almas en pena también han dejado ya la zona sabedoras de que el turismo, su principal víctima, caerá en picado.

Incluso si en la zona se quedó el espíritu de San Amaro, estará llorando de tristeza. Y es que se comenta que el santo llegó al lugar en una lancha de piedra hostigado por los moros, pero la providencia dispuso que el acoso se llenase de obstáculos en forma de cantos rodados que impidieron el paso de sus perseguidores. Ahora, de ese momento, queda la roca de San Amaro, visible desde A Misarela, donde se ubicaba un convento franciscano del que solo es posible imaginar su forma. Igual que habrá que imaginar la forma de la flora de la zona.

A pesar de la abundancia de plantaciones de eucalipto, la diversidad de plantas debió hacer que en tiempos pasados el lugar fuese una verdadera botica para los monjes del monasterio de A Misarela.

08 ago 2022 / 22:56
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