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RADIOGRAFÍA DE UNA LACRA (2). El joven que ‘retransmitió’ su secuestro // Un narco gallego que acabó con la vida y descuartizó a un sicario que se la pegaba con su mujer // Iban a cobrar una deuda y acabaron enterrados TEXTO María Martínez/ Carlos Casal (Archivo)

Otros ajustes: errores groseros, colombiano castrado y cal viva

La historia de los ajustes de cuentas relacionados con el submundo del narcotráfico en Galicia está llena de peculiaridades, tantas como los sucesos vividos. No es pequeña la cifra de una treintena de muertos en 30 años, aunque desde hace un quinquenio esta lacra no da señales de vida en nuestra comunidad, pero salvo las dos chicas que estaban en un lugar equivocado en el triple crimen de Cabanelas, todas las víctimas estaban directamente relacionadas con actividades ilegales y nunca hubo, como sí ocurría en Cokombia o Sicilia, daños colaterales a personas ajenas al negocio, incluso José Manuel Vilas conocía que, acompañado de su primo Luis Jueguen Vilas que se salvó de milagro, los asuntos ilícitos de su jefe Pablo Vioque, que lo envió directamente al matadero.

Escribía Benito Leiro en su Planeta Arousa que “cualquier parecido de una banda de contrabandistas gallegos con un cartel colombiano es pura coincidencia”. José Luis Gómez Cores, el cambadés secuestrado por un ajuste de cuentas (según versión policial nunca acreditada), puede dar buena cuenta de ella. A él se lo llevaron unos narcos arousanos en el maletero de un coche hasta un chalé que había alquilado en Caminha para presionar a su padre.

Cometieron errores tan groseros como no cachearlo por lo que el joven pudo usar su teléfono móvil para retransmitir en directo su peripecia, primero contactando con un amigo y después directamente con la Guardia Civil, quien tuvo tiempo más que suficiente para preparar un operativo con sus colegas portugueses y pillar a los seis secuestradores liderados, según los informes policiales, por Antolín Fernández Pajuelo que fue apresado en Lisboa con dos de sus socios.

Nunca se aclaró si a Gómez Cores lo secuestraron para ajustar cuentas con su padre –muy amigo de Ramón Outeda, curiosamente asesinado en otro crimen por encargo– o para obligarlo a financiar una operación de tráfico de drogas.

NARCO CELOSO. La historia de Fernando Gil Martínez está llena de sucesos rocambolescos todos ellos relacionados con el narcotráfico pero el más curioso ocurrió en febrero de 1992 cuando este narco cambadés, que residía en un lujoso chalé en Navalcarnero, quedó allí con el colombiano Octavio de Jesús Galeano Valenzuela, un sicario y traficante que tenía negocios con Gil con el que mantenía frecuentes contactos.

Cuando el sudamericano llegó a la mansión el propio Fernando lo recibió, junto a su hermano Gerardo, propinándole varios golpes. Tras reducirlo se ensañaron con él y el cambadés decidió castrarlo: Octavio de Jesús mantenía relaciones sexuales de forma habitual con la mujer del narco gallego, algo que no iba a consentir a pesar de estar en trámites de separación. Para poner fin a su sufrimiento lo tirotearon y posteriormente descuartizaron el cadáver: separaron la cabeza del tronco y le cortaron las extremidades. Para completar la faena cada una de las partes las arrojaron en distintos vertederos con la intención de que su acción quedara impune.

Por desgracia para los hermanos Gil algún animal debió localizar una parte del cuerpo que se llevó hasta una cuneta en el kilómetro 8 de la carretera M-404, en el municipio de El Álamo donde la encontró un ciclista. Lo siguiente que apareció fue la cabeza que la llevaba un perro asilvestrado que ya le había comido buena parte del rostro. La policía identificó los restos de Octavio, de 34 años de edad y natural de Medellín. Atando cabos llegaron hasta Fernando Gil y su hermano que se encontraban en Mallorca donde fueron detenidos. También apresaron a otros cuatro miembros de la familia, incluida la mujer que provocó el ataque de celos, por encubrimiento.

El cambadés había sido uno de los narcos que participaron en la primera operación en la que se constató la vinculación entre los carteles colombianos y las bandas de narcos gallegos. Ocurrió en los primeros días de 1990 cuando el palangrero Terral fue apresado tras haber alijado en alta mar cuatrocientos kilos de cocaína que llegaban directamente desde el otro lado del Atlántico. Era la prueba que los investigadores policiales necesitaban para certificar lo que venían sospechando: que los narcos arousanos habían dado el salto del hachís a la coca y que las relaciones con las peligrosas bandas sudamericanas era un hecho.

DOBLE CRIMEN SIN CASTIGO. Otro de los ajustes más sorprendentes tuvo lugar en Meis. Restos de los cadáveres de Luis Otero Villar y Eugenio Manuel Simón Pedreiro aparecieron en el interior de una fosa séptica a la que se había arrojado una gran cantidad de cal viva en el interior de un taller de reparación de automóviles. Los cuerpos habían sido descuartizados.

De acuerdo con la investigación policial, ambos había sido citados allí por el dueño del establecimiento que mantenía una deuda con ellos por narcotráfico. Los recibieron dos sicarios que los acribillaron a tiros y por su trabajo cobraron en cocaína y se fueron. El instigador, junto a un socio, arrojaron los cadáveres en la fosa y esparcieron cal.

En medio de otra investigación, años después, se llegó al fondo del asunto y se detuvo a los, según los investigadores, principales implicados con excepción de uno de los autores de los disparos que se fugó a Colombia. Fueron llevados a juicio pero no pudieron ser condenados por falta de pruebas contundentes.

14 sep 2021 / 01:00
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