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Alonso de Lanzós, el gran caudillo irmandiño

Las guerras irmandiñas, el pueblo contra la nobleza, se iniciaron en Santiago

Don Alonso de Lanzós es un personaje escasamente conocido en la Galicia actual pero a mediados del siglo XV este noble de aquella Galicia alborotada y feudal jugó un papel muy importante: fue el gran caudillo irmandiño.

Antes de seguir hablando del señor de Louriñá, forzosamente tenemos que significar algunos antecedentes y situar el momento histórico.

La situación social de la Galicia del siglo XV estaba tan desorganizada y era tan injusta que los señores feudales, es decir, la nobleza, tenía todos los derechos; por el contrario, para sus vasallos todo eran obligaciones; no tenían el menor derecho, por no tener, no tenían ni el de nacer ni el de morir. Esta amarga situación, normal en todo sistema feudal, se agudizó en Galicia debido a la rapacidad de los nobles gallegos y al hecho poco conocido de que Galicia fue una pionera en el terreno de las libertades cívicas.

De estos enfrentamientos surgieron las guerras irmandiñas que fueron la expresión más acabada de las tensiones que azotaron a la sociedad gallega del siglo XV porque se trataron de conflictos generalizados en los que participaron fundamentalmente nobles, clérigos de diferente rango y buena parte del campesinado. La lucha del pueblo gallego contra la tiranía se inició en Santiago de Compostela y numerosos clérigos compostelanos participaron en los primeros movimientos sediciosos que no tuvieron gran importancia entonces pero que fueron germen de lo que vendría después. Estamos sobre la segunda década del siglo XV.

Primera Guerra. Pocos años después, en 1431, aquel germen dio como fruto la primera guerra irmandiña. Villanos y campesinos fraternizaron en una hermandad inédita hasta la fecha y se alzaron contra la casa de los Andrade por el mal trato que daba a sus vasallos. Pontedeume, Ferrol, Villalba y A Coruña fueron los principales puntos de la insurrección. Unos 10.000 irmandiños armados con palos, hoces y similares se enfrentaron en Santiago a las mesnadas bien pertrechadas de Nuño Freire de Andrade, llamado El Malo, al que apoyaba el obispo López de Mendoza y sus mercenarios. Casi no hubo ni batalla. Incapaces de hacer frente a un ejército profesional los irmandiños huyeron hasta Pontevedra, donde se repitió la "operación". La masacre fue tremenda y a los supervivientes les esperaba el tormento y la horca (en última instancia).

Sin duda, la gran guerra irmandiña tuvo lugar entre los años 1467-69. Las malas cosechas de aquellos años fue la gota que colmó el vaso y que hizo estallar una gran revuelta popular que, a diferencia de la anterior de 1431, adquirió un carácter de auténtica guerra civil por la extensa participación social que acabó teniendo. En la organización y desarrollo de esta segunda guerra irmandiña participaron varios grupos sociales unidos bajo un mismo afán: campesinos, gente de la ciudad a través de los concejos, la baja nobleza e hidalguía emergente y, finalmente, algunos miembros del clero (los canónigos compostelanos, por ejemplo, aportaron una importante ayuda económica). Los enemigos de los irmandiños fueron, principalmente, los nobles laicos propietarios de castillos y fortalezas. Los "blancos" preferidos por los irmandiños fueron los linajes de Lemos, Andrade y Moscoso por lo que numerosos castillos de estos nobles fueron derribados.

Segunda Guerra. Fue en esta complicada situación cuando entra en escena don Alonso de Lanzós. Era éste un esforzado caballero gallego, originario de Betanzos, un hidalgo modesto que contaba con "veinte de a caballo y cuatrocientos vasallos". Había mantenido buenas relaciones con su primo Fernán Pérez de Andrade pero luego pasó a la casa de don Gómez Pérez das Mariñas, donde llegó a ser de los grandes.

Poco antes de iniciarse esta guerra, Lanzós fue uno de los diputados que en 1465 se trasladaron a Castilla para solicitar la protección del rey Enrique IV.

Otros dos nobles se unieron a los insurrectos, don Diego de Lemos, que asumió el mando en la zona de Orense, y don Pedro Osorio, que lo hizo en Santiago, Padrón y Pontevedra. Por su parte, Alonso de Lanzós asumió el mando supremo de las milicias populares, siendo Betanzos y Mondoñedo sus principales bases de actuación. Pero mientras los dos primeros eran más oportunistas que otra cosa, Alonso de Lanzós era el único que obraba por un firme idealismo y afán reformatorio.

La guerra comenzó sonriendo a las fuerzas irmandiñas (se cuenta que destruyeron más de cien fortalezas). La nobleza se desconcertó por la magnitud de la revuelta (se sumó prácticamente toda Galicia) y fue incapaz de hacerle frente. Tras los primeros descalabros, muchos nobles huyeron a Portugal, Asturias o Castilla. En 1468, Lanzós derrotó a los barones feudales y Galicia entra en un periodo de paz. Aunque corto.

Durante este tiempo, en Alonso de Lanzós habían desaparecido sus complejos clasistas y aunque demostró ser una excelente persona carecía de la personalidad y carisma suficiente para dirigir a las masas.

Todo cambió al año siguiente. Desde tierras de Portugal regresa uno de los que huyeron, el joven noble Pedro de Sotomayor, que ha pasado a la Historia con el nombre de Pedro Madruga, que al mando de un ejército armado con modernos arcabuces (los irmandiños no conocían las armas de fuego y se defendían con saetas, ondas y catapultas pues no sabían manejar la espada ni disparar) no tuvieron el menor problema para obtener victoria tras victoria.

Alonso de Lanzós se retira del campo de batalla con sus hombres y se hace fuerte en Pontedeume, en la fortaleza de la casa de Andrade. Estando en esa delicada situación se entera de que Pedro Osorio y Diego de Lemos no sólo se habían rendido sino que se habían pasado al enemigo. Lanzós comprendió que la defensa de Pontedeume era imposible. Aquel noble caballero quería evitar más muertes pero no quería rendirse al señor de Andrade, sabedor de su extrema crueldad. Lo hizo ante el arzobispo de Santiago (ciudad donde empezó la revuelta), Alonso de Fonseca II. Después de la entrega de Pontedeume y cuando el de Betanzos se retiraba acompañado por los escasos hombres que quedaban de su ejército, fue atacado por las fuerzas feudales y hecho prisionero. Fue entregado al temible Fernán Pérez de Andrade quien ordenó que el caudillo de los irmandiños fuera colgado de una de las almenas de su castillo.

Una vez acabada la guerra, los prisioneros irmandiños fueron utilizados para reedificar las fortalezas que había destruido. Los irmandiños, es decir, el pueblo gallego perdió esta guerra, una guerra que, sin embargo, dejó una importante huella en la Historia de Galicia.

Una Irmandade en Santiago Después de un siglo XIV lleno de conflictos entre el rey, el arzobispo y los habitantes de la ciudad, en Santiago de Compostela se forma en 1418 una Irmandade de vecinos dirigida por el caballero Ruiz Sánchez de Moscoso que duró varios años. Aunque el concejo de la ciudad había conseguido en algún momento ser de señorío realengo, la Iglesia compostelana y sus arzobispos mantuvieron con firmeza su condición no sólo de señores espirituales, que nadie les negaba, sino también materiales. Así, se dio el caso de que en 1419, una revuelta contra el obispo en Orense terminó con un asedio a la catedral y con la muerte del obispo, que fue arrojado al río Miño.

22 jul 2010 / 14:06
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