Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
{EL SONIDO DEL SILENCIO}

El asalto a la razón

    HAY UN GRABADO de Goya titulado El sueño de la razón produce monstruos. Goya creía en los ideales de la Ilustración, que el aumento del conocimiento permitiría mejorar las condiciones de vida de la gente y también en que el reconocimiento de nuestros derechos y la reforma de los sistemas políticos nos permitiría acercarnos un poco más a felicidad. Pero en vez de esto Goya tuvo que contemplar los horrores de la guerra, a los que dedicó toda una serie de grabados, y sus secuelas de asesinatos, violaciones y destrucción, que le dejaron claro que la violencia, el odio, la crueldad y el fanatismo eran esos monstruos que levantan el vuelo con el crepúsculo de la razón.
    Años después del fin de la II Guerra Mundial, el filósofo Georg Lukács publicó un libro titulado La destrucción de la razón (1962) en el que estudió, quizás de un modo demasiado lineal, cómo en el pensamiento alemán existía desde la época del romanticismo una corriente en contra de la razón que se basaba en la glorificación del instinto, la pasión, la intuición, intentando crear conceptos de fuerte tinte emocional como los de Blut und Boden, sangre y tierra, que destacaban la fuerza de los vínculos colectivos frente a los derechos del individuo.
    Y es que para Lukács el nazismo y el holocausto no son una consecuencia directa del desarrollo de la ciencia y la racionalidad occidental, sino de todo lo contrario. Tampoco fue una consecuencia de la ciencia el estalinismo, que supo demostrar su capacidad técnica y militar, ni los capitalismos inglés o norteamericano, que lo derrotaron gracias a su superioridad industrial. El nazismo, uno de cuyos lemas fue “tú no eres nada, el pueblo lo es todo”, fue una negación de los derechos de las personas, del valor del pensamiento y la razón y de la idea de la ley y el derecho. Todas las leyes pasaron a dimanar de la voluntad del Führer, y se negaron los principios básicos de la moral común a la mayor parte de las religiones y las culturas, al establecer la división de la humanidad en tres grupos: Menschen (humanos arios), Untermenschen (subhumanos: chinos, negros, eslavos y pueblos mediterráneos como los españoles) y Unmenschen (no humanos, o sea judíos). Esta clasificación les permitió sentar las bases para justificar sus conductas posteriores.
    El irracionalismo nazi y fascista, que crearon “escuelas de mística”, que divinizaron la inteligencia de sus líderes: “el Duce siempre tiene la razón”, que defendieron que la guerra era casi el estado natural de las relaciones entre unos pueblos que se dividían en señores y siervos, fueron derrotados por las armas, pero también encauzando de nuevo el uso de la razón, restaurando la idea de unos inalienables derechos humanos comunes, que reconocían las filosofías anteriores, y dejando claro que los sistemas políticos basados en la idea de ley, diálogo y razón permiten hacer frente a las peores crisis de la historia.
    Lukács había nacido en Hungría y era hijo de un banquero millonario, se formó en Alemania como filósofo e historiador de la literatura, y tras la revolución rusa se integró en la militancia comunista en la que tuvo que sufrir la censura, basada en la idea de la infalibilidad del gran líder. Por eso se pudo da cuenta de que no se debe nunca renunciar a la razón, a las tres ideas básicas de verdad y mentira, de bondad y maldad, y de belleza y fealdad, ni siquiera ante las más duras crisis y ante las situaciones más adversas, como las que vivió el mundo antes y durante la II Guerra Mundial.
    Hoy vivimos en un nuevo asalto a la razón que ha engendrado nuevos monstruos. Nuestro mundo ha construido un muro infranqueable con el llamado “pensamiento único”. Según él no hay ninguna alternativa a la técnica y la ciencia como formas de conocimiento, al mercado como sistema económico y a la democracia parlamentaria como sistema político. Y esto es verdad, pero solo a medias. Pues la tecnociencia se centra en gran parte en la producción de armamentos sofisticados, que son más un negocio que una necesidad militar, y está contribuyendo a la destrucción de la naturaleza. El mercado ha generado la mayor desigualdad de riqueza conocida en la historia del capitalismo y empobrecido más a los países pobres y a parte de la población de los ricos, y el sistema parlamentario ha perdido parte de su credibilidad, al no responder a las necesidades reales de la gente y al convertir a los partidos en maquinarias de control del poder juguetes de las empresas y los bancos.
    Frente a este muro han surgido dos tipos de respuestas igualmente irracionales: a) los integrismos religiosos y los nacionalismos esencialistas del viejo bloque soviético, por ejemplo, y b) la negación del pensamiento fuerte y la trivialización que encarna lo “políticamente correcto”.
    El integrismo religioso islámico nació de un mundo descolonizado y como una pseudorespuesta contra la colonización, como lo había sido el marxismo del tercer mundo, pero perdió su carácter liberador al volver a exigir el dominio de la ley religiosa y negar los derechos de las personas, al centrarse en el control de las mujeres y su sexualidad, y al combatir el valor de la razón y los valores comunes de la verdad y los principios éticos universales que también están contenidos en el Corán y que le son comunes con el judaísmo y el cristianismo, como ha dejado claro el gran teólogo Hans Küng. Y sobre todo al volver a revitalizar la idea de guerra santa entre los pueblos. El integrismo islámico no es un programa político viable para todo el mundo, a menos que alguien crea que los cinco continentes se van a convertir el Islam. Y además no le hace ascos ni al capitalismo ni a los mercados financieros, ni a la tecnología y armas occidentales. Es una forma desesperada y sin salida de asaltar a la razón, pero se entiende si lo consideramos como un enfrentamiento entre civilizaciones.
    Por el contrario el “pensamiento débil”, una forma suave de declararse antimarxista cuando el marxismo dominaba muchas universidades occidentales, se ha convertido junto a esa enciclopedia de tópicos que se denomina lo “políticamente correcto” en la mejor estrategia para seguir viviendo felizmente en el mismo lado del muro del pensamiento único. Dicen los defensores de la debilidad intelectual que no hay sistemas globales, que no se puede pensar la totalidad, lo que los banqueros, los estrategas militares y los grandes empresarios se encargan de refutar con los hechos.
    Nadie puede representar el orden global del planeta y hacerlo es intentar ser un dominador totalitario, lo que no debe ser el filósofo, que le deja la tarea a los que de verdad mandan sobre el todo. De la misma manera, sostienen, no hay valores éticos universales, pues todos dependen contextualmente de cada cultura. El problema es que hay culturas dominantes y dominadas y dentro de cada una también hay dominantes y dominados, como dominadas son las mujeres en el Islam y en casi todas las demás culturas y religiones. Y por supuesto la idea del derecho como sistema racional mejorable también dejaría de tener sentido, pues supondría pensar de un modo ético-jurídico global. Con todo esto parece que nos estaríamos asomando a un abismo de sinrazón como lo fue nazismo, pero no es así gracias al diccionario de tópicos de la corrección política acerca de la igualdad, la naturaleza, la sexualidad y la libertad. Todos estos tópicos se basan en verdades e intentan corregir desigualdades, pero como quienes los utilizan han renunciado a pensar se han convertido en lemas vacíos, que por desgracia caen muchas veces en manos de oportunistas y trileros políticos que los manejan como otras piezas más del ajedrez con el que juegan los que construyeron el muro.
    (*)El autor es catedrático de Historia Antigua de la USC

    06 ago 2016 / 19:27
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito