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AILOLAILO

Casco Histórico y la ley del sentido común

    A nadie debería extrañarle lo que está ocurriendo en el Casco Histórico de Santiago, donde los bares de comida rápida, las tiendas de camisetas especiales para turistas y los locales de souvenirs más o menos kitch han ganado ya con claridad la partida a los denominados establecimientos tradicionales, es decir, a los que los residentes en el barrio acuden a diario para comprar una barra de pan, cuarto y mitad de mortadela, un martillo o un helado de piña para el niño y la niña. La pregunta es: ¿de verdad el Ayuntamiento, con todos los sabuesos y profetas que tiene a sueldo, no olió este panorama hace ya casi dos décadas? ¿A santo de qué se echa ahora las manos a la cabeza, justo cuando la situación ya no tiene vuelta de hoja?

    Que respondan ellos, que para eso cobran, pero no hay que ser muy listo para hacer una valoración realista sin necesidad de montar eso que los políticos llaman pomposamente "observatorios económicos". Vamos a dejarnos de chorraditas rimbombantes, porque todo lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en la zona monumental obedece simplemente a la ley más antigua y valorada: la de la oferta y la demanda, o, mejor dicho, la del sentido común.

    De esta forma, según las pautas de dichas leyes, lo lógico es que el Casco Histórico cuente cada vez menos residentes, y además mucho más envejecidos. ¿Por qué? Porque un matrimonio joven con hijos jamás se instalaría en una zona en la que los pisos cuestan un huivo de pato, donde resulta imposible aparcar, donde los supermercados se cuentan con los dedos de una mano y donde al menos dos noches a la semana no hay cristiano que duerma debido a una jarana nocturna que nadie se ha preocupado de controlar. ¿Se imaginan el movidón que debe ser llegar un día de viaje, o de la playa, y tener que dejar el coche en el párking de La Salle cuando tu casa está, por ejemplo, en O Preguntoiro? ¿Le apetecería en ese momento, haga calor, sea de noche o caigan los chuzos de punta, cargar con tres maletas y con otros tantos churumbeles en la chepa durante cientos de metros para luego encontrarte, a lo peor, con tu portal lleno de botelloneros?

    El resultado es que en el casco viejo sólo van quedando los vecinos más veteranos, los que llevan décadas viviendo en él, y además cada vez se despoblará más de residentes fieles a su barrio, porque lógicamente la gente va palmando. Otra consecuencia de este cambio ya la estamos viendo: los comerciantes que venden productos de primera necesidad se dan el piro y traspasan sus negocios a empresarios que, evidentemente, desean hacer dinero rápido prestando servicio a los nuevos vecinos, o sea, a los turistas. Y como los guiris son mayormente típical y tópical, lo que les interesa comprar es camisetas del Pelegrín, botafumeiros de alpaca, tartas de Santiago hechas con cacahuete del Congo y la meiga de la suerte.

    Volvamos, pues, a las preguntas: ¿cómo piensa poner freno el Ayuntamiento a la proliferación de estos negocios? ¿Negándoles sólo las subvenciones de rehabilitación? ¿Concederá más prebendas y facilidades a quienes apuesten por montar ferreterías, supermercados o floristerías? Que respondan, pero a la pregunta que debemos contestar todos es: ¿queremos o no queremos riadas de turistas? Si es que sí, no pretendamos también tener un Casco Histórico hecho a la medida de los residentes, porque lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible.

    24 jun 2006 / 00:21
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